La imagen del antepalco, previa a la salida de los tres primeros al podio, define lo que fue el GP de Abu Dabi y lo que, salvo vuelco inesperado, será el desenlace del Mundial. Con un calor y humedad agobiantes, un tipo que ha salido el último, desde su garaje y ha logrado llegar hasta la tercera posición, charla de pie amigablemente con el ganador, Kimi Raikkonen. Es Sebastian Vettel y parece feliz. Alejado de ambos, en una esquina de la sala y apoyado en un sofá el piloto que arrancó sexto y consiguió cruzar la bandera a cuadros segundo aparece exhausto. Es Fernando Alonso, sudoroso y echándose agua por la cabeza para refrescarse. Los dos han completado un trabajo excelente y leonino, pero mientras el alemán, tan tranquilo, cuenta con la ayuda infinita de su equipo, Red Bull, el español tira del carro, prácticamente en solitario, de la histórica y decadente Ferrari.
El resumen numérico, único y verdaderamente válido para el título que se juegan ambos, indica que Alonso sólo le recortó tres puntos a Vettel y, lo que es más importante, que el germano se proclamará el tricampeón más joven de la historia de la F1 si sube al podio dentro de quince días en el GP de Estados Unidos y el español no puntúa. Improbable pero posible.
Ferrari vuelve a prometer que en Austin -nuevo y desconocido circuito del calendario- llevará muchas piezas nuevas, pero ya nadie se cree que puedan plantarle cara el sábado a Red Bull ni, lo más sangrante, a dos o tres equipos más. De hecho, el triunfo de Raikkonen en Abu Dabi es fruto precisamente de la buena labor del finlandés y su Lotus en la sesión de calificación. Salía cuarto y su innegable calidad más las correspondientes dosis de fortuna le permitieron lograr la victoria, algo que no sucedía desde 2009.
La carrera, una de las mejores de los últimos años, tuvo de todo. Y favoreció a todos, aunque no en la misma medida. Raikkonen y Alonso se vieron beneficiados por el banadono de Hamilton. Partiendo de la pole, el inglés iba lanzado hacia el triunfo cuando el motor de su McLaren se paró. Y Vettel aprovechó más que nadie las dos apariciones en pista del coche de seguridad, que le permitieron recortar muchos segundos de diferencia, algo vital cuando sales último.
Red Bull, lejos de lamentarse por la justa sanción a su piloto por quedarse sin gasolina el sábado, aprovechó la enésima laguna legal del reglamento y decidió salir desde el pit lane en lugar de hacerlo desde la parrilla. Eso les permitió tocar los reglajes del coche -algo prohibido si sales con el resto de bólidos- y preparalo de forma especial para el maratón de adelantamientos. Vettel cumplió, se sobrepuso a un par de sustos y firmó una carrera excelsa.
Alonso, como siempre, exprimió al máximo su Ferrari. Es evidente que el coche rojo tiene buen ritmo a muchas vueltas, pero sus enormes carencias los sábados lo lastran en exceso. Porque el español llega hasta donde llega y estuvo a punto de cazar a Raikkonen, pero todo tiene un límite y saliendo sexto no tienes las mismas opciones que si partes desde la primera, o incluso la segunda línea.
Repuesto del sofoco, el asturiano aún tuvo arrestos de salir al podio saltando y con un gesto de coraje dirigido a los suyos. Un "¡vamos!" gestual que repitió varias veces y que es lo único que, milagrosamente, le mantiene vivo en la lucha por el título. Porque de Massa, su compañero teórica ayuda para intentar frenar la remontada de Vettel, mejor no hablar. El pilotaje del brasileño es de mantequilla. Blando y apocado, a imagen y semejanda de la división tecnológica de Ferrari.
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