Los grandes mandatarios, en ocasiones, pierden el sentido de la realidad. Suele pasar cuando llevan mucho tiempo en un cargo o, como en el caso de Joseph Blatter, cuando se han dedicado toda la vida a intrigar dentro de una poderosa institución. El suizo es un burócrata del fútbol, de esos que buscan patrocinios y maniobran en las sombras. Es probable que nunca pensase en que su caída llegaría, no podía concebir un año como 2015. Pero también se hundió el Titanic, nada es imposible.
No es que Blatter fuese, hasta este año que ahora se consume, un personaje venerado, respetado siquiera, pero él no lo sabía. Se pensó amable, gracioso y popular porque le invitaban a las grandes reuniones y dirigía el fútbol desde su suiza natal. Sus gracias sin gracia, su presencia en ocasiones estrambótica, no era para él algo real, solo rumores. Las numerosas sospechas sobre su mandato, pensaba él, nunca llegarían a nada.
Pero llegaron, porque nada es eterno y el fútbol, pese a toda su grandeza, no es inmune a la realidad. Y menos aún que a la realidad, a Estados Unidos. La clave de todo el caso FIFA no está en la reacción del fútbol a la injusticia, no ha habido rebelión contra el tirano –The Guardian le llamó el mayor dictador incruento de la historia- sino un proceso judicial en un país en el que el fútbol es algo poco importante, casi periférico.
Nadie en el mundo institucional del fútbol levantó la voz cuando se concedió el Mundial a Qatar o cuando se tapó el informe García; hasta la entrada del FBI todos callaron
Los motivos para haber descabalgado a Blatter de su silla llegaron mucho antes de que el FBI dictase órdenes de captura contra los gerifaltes de la FIFA. Cuando el suizo dijo Qatar en aquella inverosímil concesión de mundiales de 2012 alguien debió de levantar la mano y preguntar qué estaba pasando allí, porque era cualquier cosa menos normal. Nadie lo hizo. Cuando el fiscal Michael García, que en verdad soñó con poder cambiar las cosas, vio cómo su informe sobre la concesión de ese Mundial fue trasquilado y editado para que aquello pasase por los mundos de yupi alguien debió de dar un grito y exigir explicaciones. Pero tampoco nadie lo hizo. No es que la FIFA se sospechase corrupta es que se veían cosas que eran imposibles para el discernimiento lógico.
Se ha empezado a hurgar en la herida y el agujero es tan negro y mohoso como se esperaban muchos. Lo que ha pasado este año, que ha terminado con Blatter inhabilitado, es solo el principio. La FIFA debe repensarse entera para sobrevivir, quienquiera sea el nuevo presidente a partir de febrero tendrá por delante el mayor reto concebible: la refundación.
La investigación
Chuck Blazer era un funcionario del fútbol de alto standing. Secretario general de la Concacaf, era el estadounidense de mayor rango entre todos los burócratas de FIFA. ¿Tiene sentido que un funcionario de alto rango tenga acceso a un jet privado que le lleve a conocer a mandatarios como Mandela o el papa? ¿Se entiende que un hombre así se conozca al dedillo los mejores restaurantes de las más caras ciudades del mundo?
Evidentemente, no. Al departamento de Hacienda estadounidense tampoco le casaba el modo de vida de Blazer con la realidad de su salario, así que empezaron a investigar y pronto saltó la liebre: comisiones, extorsiones y mordidas varias.
La Justicia estadounidense no se quiso parar en Blazer, es más, consiguió que este, entre la espada y la pared por sus prácticas corruptas se convirtiese en un soplón y empezase a tirar de la manta. El primero en caer en sus confesiones fue su jefe directo, Jeffrey Webb, presidente de la Concacaf y estrecho colaborador de Blatter. Uno de esos dirigentes situados en el corazón de la FIFA. El resto es historia, pocas cifras cuadraban, los derechos televisivos habían sido concedidos con más mimo a las carteras propias que al bien del fútbol y que los procesos para elegir sede tenían muy poco de democracia y muchísimo de mercadeo.
Webb pronto dijo que era una conspiración en su contra, una dialéctica habitual en los focos de corrupción que niega lo que para muchos es evidente –aunque esté por ser juzgado-. Es una explicación victimista esa que atribuye a manos negras el devenir de la justicia.
Su detención llegó pocos días antes de la gran cita de la FIFA, un Congreso que llegaría a ser un acto de surrealismo institucional.
El congreso
Lo que pasó aquellos días en Zúrich solo es entendible si se conocen bien las entrañas de la política deportiva. Blatter se sometía a una votación para ser reelegido mientras algunos de sus más cercanos colaboradores eran esposados e interrogados. La ganó sobradamente, sin ningún género de duda a pesar de la que estaba cayendo. La democracia es estrictamente aspectual en el deporte, que vive del consenso y del cabildeo.
Que Blatter fuese reelegido es una muestra más de que todo es posible en la FIFA, esa institución capaz de creer que Qatar iba a organizar un Mundial en verano con el mercurio siempre trepando por encima de los 45 grados. El caso es que consiguió que sus compañeros le diesen su confianza pero solo cuatro días después tuvo que renunciar a su puesto. La realidad, que es tozuda, desacreditó en pocas horas el universo paralelo en el que mora el deporte mundial.
Para entender la reelección de Blatter hay que saber cómo funciona la estrcuctura de FIFA, que colma de dinero de los patrocinadores a las federaciones que dirigen los electores
Porque en realidad ¿cómo funcionaba la FIFA? Mal, sin duda, pero siendo un poco más concretos se podría decir que la presidencia recae de una votación de la Asamblea, formada por los representantes de federaciones del mundo que se ven siempre muy beneficiados por el chorro de dinero que sale desde Suiza a sus países. FIFA da millones de francos suizos para que se creen campos o se desarrollen estructuras, un dinero que se difumina en los lugares a los que llega y que no siempre tiene el efecto real que busca. La explicación que se da es limpia siempre, claro está, que no se piense que lo que en realidad busca ese dinero es un voto cautivo cada cuatro años.
Los patrocinadores, que son los que ponen el dinero y ahora parecen enfadados con lo ocurrido, tuvieron años de sospechas en los que podían actuar pero no lo hicieron. Ahora amenazan con salir, pero por el momento no lo hacen. El fútbol es demasiado jugoso, incluso cuando sus autoridades naufragan.
Las penas
El Comité de Ética de FIFA, parte de la misma estructura disfuncional, se tuvo que poner el mono de trabajo al ver en el ridículo que estaba cayendo la justicia deportiva en todo esto. No puede ser que los tribunales de Estados Unidos sean más rápidos viendo la corrupción que aquellos que trabajan en despachos adyacentes a los escenarios del crimen. Lentamente y con alguna cuestión curiosa, las investigaciones se han ido desarrollando y empiezan a surgir sanciones, como los ocho años de inhabilitación para el presidente de la FIFA. También curiosamente, para Michel Platini, presidente de la UEFA, antiguo colaborador de Blatter y, en tiempos recientes, su más encarnizado oponente.
Es curioso que Platini, uno de los pocos que denunciaba –siempre con su interés por delante- las prácticas corruptas haya sido de los primeros en caer. A él se le atribuye una sospechosa comisión por un trabajo de asesoría que realizó hace más de una década y que solo ha salido a la luz años después, cuando la investigación a la FIFA ya estaba en marcha. Los que conocen mejor la situación aseguran que su gestión en la UEFA ha sido mucho más profesional y transparente que lo que se ha vivido en la institución mundial en estos años.
Los que aún están por caer, si es que lo hacen en algún momento, son otros dirigentes de FIFA que han formado parte del núcleo directivo de Blatter. Por cercanía con el personaje el caso más llamativo en España es el de Ángel Villar, que manda en el fútbol nacional desde el ya lejano 1988. El proceso le ha costado ya 25.000 francos, la tasa que le impusieron en un principio por negarse a colaborar con la investigación. Villar también se creía inmune, aunque el desarrollo de las pesquisas no parece ayudarle. Es uno de los principales dirigentes de la sospechosa FIFA durante estos años y su hijo Gorka, funcionario en la CONMEBOL, está en el ojo del huracán de algunos de los muchos procesos judiciales que han surgido a raíz del escándalo. No en vano este puede ser uno de los primeros casos de corrupción global, pues pocas instituciones tienen presencias de tantos lugares del mundo como la FIFA.
El fútbol sobrevivirá al escándalo acaso, como suele decir Maradona, porque la pelota no se mancha. Lo que no está tan claro es que todo el andamiaje que se construye a su alrededor pueda resurgir de sus cenizas. 2016 proveerá.
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