La poderosa maquinaria publicitaria de la Fórmula 1 produce tantas noticias por minuto que resulta complicado enfocar las cuestiones verdaderamente importantes, pero una de las especialidades deportivas más universales vive tiempos de gran zozobra. Aunque afirmar que la F1 peligra sería exagerar, lo cierto es que hay diversos interrogantes que pueden provocar un terremoto que condicione su futuro inmediato.
La preocupación primordial tiene nombre propio: Red Bull. La escudería austríaca cuenta con dos equipos, el titular y un filial, Toro Rosso. Tras romper con Renault, lleva meses buscando motores para sus bólidos. Y no los encuentra.
La versión optimista asegura que lo de Toro Rosso, donde milita el español Carlos Sainz, está en vías de solución toda vez que el próximo año seguirá montando motores Ferrari -como ahora-, concretamente los que utiliza este año la Scuderia. Sin embargo, a día de hoy esto sería antirreglamentario.
El reglamento aprobado y publicado este miércoles por la FIA indica claramente que las marcas que suministran a otras escuderías tienen que darles motores homologados para el Mundial 2016. Es decir, el que usa Ferrari este año no serviría, toda vez que el equipo italiano va a desarrollar -y homologar- una nueva unidad de potencia para intentar que Vettel y Raikkonen alcancen y superen a Mercedes.
Lo que parece un obstáculo profundo no lo es tanto en realidad. Esta regla, como casi todas las de la F1, puede modificarse si así lo consensuan los equipos. Y están en ello. Como quiera que a Toro Rosso no le importaría llevar en 2016 los motores Ferrari actuales, la solución es fácil.
Lo malo es que Red Bull no las tiene todas consigo. Y su principal asesor deportivo, Helmut Marko, no ha dejado mucho margen para la especulación: "Está claro que sólo puede haber una opción para Red Bull y Toro Rosso". Es decir, si la marca principal abandona la F1, la filial se va con ella.
Y lo cierto es que el asunto del constructor tetracampeón del mundo (de 2010 a 2013) está bastante más complicado. Con un chasis excepcional, lo que quiere para 2016 es un motor competitivo. Es decir, Mercedes o Ferrari. Y, por supuesto, la versión original e idéntica que usarán alemanes e italianos el año que viene. Pero ni uno ni otro parecen dispuestos a proporcionarle su respectiva mecánica a alguien que puede ser un peligroso rival en pista.
Así las cosas, los avisos y veladas amenazas se suceden desde hace semanas. La noticia más reciente proviene, cómo no, del mismísimo Bernie Ecclestone. "No creo que Red Bull se vaya después de lo que ha pasado. Antes pensaba que sí, pero las cosas se han arreglado,” asegura enigmático antes de advertir: "Si se van, le va a costar muy caro".
Ecclestone se refiere al dinero que, supuestamente, tendría que devolverle la escudería por romper el contrato de larga duración que firmó en su día con la F1.
Pese a la amenaza, Bernie sabe que el dinero no es problema para Red Bull así que, por si acaso, ya trabaja en la sombra en un plan B. Si la parrilla perdiera cuatro o más unidades -hay otros equipos con problemas-, la vieja idea de obligar a los equipos grandes a competir con tres coches sigue sobre la mesa. Y no cae mal del todo entre escuderías y pilotos.
Por ejemplo, alguno como el joven Verstappen, hoy en Toro Rosso, se deja querer descaradamente -"mi gran rendimiento me va a ayudar si Red Bull se marcha"- y otra promesa como Magnussen (tercer piloto de McLaren) encuentra el apoyo de un veterano como Button: "Es lo suficientemente bueno no sólo para competir en la F1, sino también para ayudar a un equipo a tener éxito". Los rumores sitúan al holandés y al danés en sendos hipotéticos terceros coches de Ferrari y McLaren respectivamente.
La incertidumbre y las especulaciones no erosionan a la Fórmula 1. Al contrario, en el fondo la alimentan durante los 365 días del año. Pero la bajada de interés y de las audiencias televisivas han encendido como pocas veces las alarmas. Todos coinciden en que este deporte necesita mucha más estabilidad reglamentaria y un impulso que aumente la competitividad y la emoción de las carreras. Para bien o para mal, el Mundial de 2016 puede ser clave para el futuro.
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