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A la Fórmula 1 le dan igual los asesinos yihadistas, los racistas surafricanos o los gobiernos represores

La Fórmula 1 llega este fin de semana a Bahréin, país árabe cuyo régimen político transmite muchos recelos, sobre todo en una época tan convulsa como la que se vive en el mundo.

Aún resuenan los ecos de las bombas de Bruselas, no se han apagado los gritos de dolor por las víctimas durante un partido de fútbol en Irak, todavía están calientes los cuerpos de los muertos este domingo en Pakistán... y la Fórmula 1 aterriza esta semana en Bahréin como si tal cosa. Oficialmente, este pequeño emirato árabe -55 km de largo por 18 km de ancho- es una monarquía constitucional. Realmente, es una autocracia donde sólo manda el rey Hamad bin Isa Al Jalifa.

Hace un año, el rey de Bahréin publicó un decreto que despojaba a decenas de ciudadanos de su nacionalidad por haberse unido a la milicia terorista del Estado Islámico

Cuando el mundo sufre y maldice el terrorismo yihadista organizado y ejecutado en nombre del Islam, un espectáculo deportivo global como la F1 se desplaza hasta un país oficialmente islamista y con numerosas denuncias por no respetar los más elementales derechos humanos de varios de sus habitantes. ¿Está garantizada la seguridad de equipos y pilotos? ¿Es ético organizarlo ahí (en su capital, Manama)?

En caliente, la primer pregunta que se viene a la cabeza es la relativa a la peligrosidad. ¿No supone semejante evento de audiencia millonaria una tentación para ejecutar un atentado de repercusión universal? ¿No es mucho más fácil que los yihadistas se camuflen y preparen con cierta comodidad esa posible acción en un país árabe como Bahréin?

Sin ir más lejos, hace un año el monarca de Bahréin publicó un decreto que despojaba a decenas de bareiníes de su nacionalidad por haberse unido a la milicia terorista del Estado Islámico. Los afectados por ese decreto, lejos de obedecer, se burlaron del mismo y publicaron fotografías en las redes sociales en las que aparecían pisoteando sus pasaportes bareníes. Y lanzaban una severa amenaza: “No vamos a regresar al país con estos pasaportes, sino con armas para anexar Barhéin al califato islámico y decapitar al rey”.

Por otra parte, Amnistía Internacional (AI) y varios organismos más llevan años denunciando que el Gobierno de Bahréin no respeta los derechos humanos. Fundamentalmente, por emplear la violencia y la fuerza para reprimir las protestas de los que se oponen al régimen y piden la democraztización del país.

Precisamente el último método denunciado por AI es "el alarmante repunte de los índices de expulsión de personas despojadas arbitrariamente de su nacionalidad".

"En 2015 se multiplicaron por 10 los casos de retirada de la nacionalidad en Bahréin: 208 personas privadas de su nacionalidad en 2015 frente a sólo 21 en 2014. En las últimas semanas, el número creciente de expulsiones ha hecho crecer los temores de que en 2016 haya un brusco aumento en el número de personas expulsadas de Bahréin", señala la ONG en un informe sobre este pequeño país.

Resulta muy contradictorio que terroristas y AI coincidan en oponerse a esas expulsiones de Bahréin, pero esa coincidencia tiene un valor relativo y menor cuando se sabe que la familia real juega a todas las barajas. Y puede apostar a una cosa y a la contraria fiado a su enorme poderío económico.

El dinero doblega voluntades y amansa al más fiero asesino. Los petrodólares a espuertas colocan orejeras a quienes presumen de "hablar únicamente de deportes", sin meterse en política ni cuestiones 'aledañas' como son los derechos humanos.

De un usurero como Bernie Ecclestone, patrón de la F1, no se puede esperar ningún gesto más que el de sumar ingresos. Sin embargo, a los protagonistas directos de este circo -escuderías, pilotos, medios de comunicación, patrocinadores...- igual había que pedirles alguna explicación más sobre sensatez o moralidad, pero quizás estos sean conceptos que hace tiempo que no entran en los circuitos de la F1.

la f1, 65 años sin 'meterse' en políticaGP de Suráfrica (1960-1963 y 1964-1985): en el país del apartheid -racismo oficial durante medio siglo (1940-1990)-, con disturbios, muertos, heridos, miseria y demás, la lujosa Fórmula 1 acudió año tras año. Hubo ediciones, por ejemplo en 1985, donde ni siquiera la declaración del estado de excepción detuvo la carrera.

GP de Mexico de 1968: se celebró en Ciudad de México el 3 de noviembre, un mes después de la matanza de estudiantes de Tlatelocol (Plaza de las Tres Culturas) en la misma capital del país norteamericano. El Ejército disolvió violentamente una manifestación y se contabilizaron 400 muertos.

GP de Brasil (1973 a 1985): la dictadura militar que tomó el poder en 1944 y lo mantuvo hasta 1985 no fue impedimento para celebrar el gran premio de F1. Se calcula que durante ese período hubo más de 400 muertos y desaparecidos -además de miles de presos- en el país suramericano.

GP de Argentina (1977 a 1981): El 24 de marzo de 1976 tuvo lugar el Golpe Militar que llevaría a Argentina a un negro y brutal período de represión con decenas de miles de muertos, desaparecidos y presos. A la F1 le da igual eso y todo.

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