"El trabajo de los comisarios de carrera no siempre se ve pero es vital para nuestro deporte y sin su compromiso, tiempo y dedicación no habría automovilismo". La frase de un tricampeón del mundo de Fórmula 1 como Sebastian Vettel en honor al trabajador muerto en el GP de Canadá resume la abnegada labor de estas personas.
Los comisarios u oficiales son imprescindibles en cualquier competición de motor. Existen diversas categorías y para obtener la licencia hay que pagar las correspondientes tasas y aprobar los exámenes pertinentes, todo ello supervisado por las federaciones de automovilismo de cada país.
Una vez habilitados, los comisarios disfrutan de su pasión, el deporte del motor, a costa de su tiempo libre los fines de semana. Les suelen pagar los gastos y, en el mejor de los casos, reciben una pequeña cantidad adicional a modo de compensación. Pero sólo les compensa por su carácter vocacional.
Porque un comisario, además de disfrutar en directo de las competiciones, en ocasiones también es insultado o agredido por algunos espectadores o pilotos. Y se juega el tipo mientras se asfixia al sol o se cala bajo la lluvia.
Especialmente proclive a incidentes con los oficiales de carrera parece el GP de Canadá de F1. Antes del fatal atropello de la reciente carrera disputada en Montreal, hubo otros dos capítulos que ilustran la parte más dura de la labor de los comisarios.
El primero se remonta a 1977, cuando James Hunt le pegó un puñetazo a un comisario que lo único que hizo fue sacarle de la pista cuando, aturdido tras sufrir un accidente, corría serio riesgo de ser atropellado. El piloto inglés se dio cuenta de su injusta y brutal reacción y le pidió varias veces disculpas en el momento (ver primer vídeo adjunto).
El segundo, hace sólo dos años, tuvo como protagonista al piloto español Pedro de la Rosa, que estuvo a punto de atropellar a un comisario que se tropezó y cayó sobre el asfalto al intentar quitar de la pista varias piezas esparcidas después de un accidente anterior (segundo vídeo adjunto).
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