El Barça presume todavía de cantera, pero la cantera ya no presume del Barça. O ya no se fía tanto. Los chicos no perciben cercana ni fácil la conquista de minutos de juego y oportunidades. Dos casos llamativos airean esa sensación. Thiago está como loco porque algún club de vuelo alto se aproveche de la letra pequeña de su contrato, que ha empequeñecido su cláusula de rescisión gracias a no haber jugado mucho el curso pasado (y el Barça lo da tan por perdido que ya no lo enseña en las fotos promocionales). Y Deulofeu, la joya que viene, busca un nuevo destino para crecer porque no quiere jugar más en el filial y no se cree que en el primer equipo le vayan a dejar espacio. Una sola temporada ha bastado para desanimar a la Masía. De Pep a Tito.
La estadística no lo refleja de forma escandalosa, pero los chicos de la cantera sostienen que el cambio de entrenador les ha perjudicado. Guardiola no se hacía de rogar para alinear en su equipo, el mejor Barça de la historia, a todo aquel joven que llamara con su talento a la puerta. No le concedía menos derechos a un canterano que a un fichaje millonario, ni siquiera a los que el técnico había recomendado personalmente. Ponía a los que consideraba mejores sin atender al carnet de identidad. El sueño de pasar de las categorías inferiores al primer equipo se reforzó en esa época con pruebas constantes de que el salto era posible.
Con Tito, en cambio, esa sensación se perdió la temporada pasada. El técnico alardeó con frecuencia de onces compuestos exclusivamente por jugadores formados en La Masia, pero realmente no fue un fenómeno de su cosecha. Todos los jugadores de la casa de esas alineaciones estaban antes de su ascenso al cargo y muy consolidados. En cambio, a Cuenca, habitual con Guardiola, le perdieron tanto la fe que tuvo que emigrar al Ajax. Y Tello se quedó fuera de la convocatoria en citas de máxima envergadura. Y Thiago le discutió menos el puesto a los actores principales. Y Montoya no perdió sólo el pulso con Alves, sino que vio como le pusieron por delante en su banda a laterales zurdos. Y Bartra, pese al aluvión de accidentes en el centro de la defensa, sólo entró al final y con calzador. Y no irrumpió en el equipo ningún nuevo chico prodigio. Con Tito (y Roura), los galones pesaron más que el desparpajo e incluso que las rotaciones.
Los chavales de abajo miran ahora hacia el primer equipo con más escepticismo que seguridad. Y así es más difícil ilusionarse. ¿La Masía ha dejado de fabricar jugadores? Está claro que no, aunque es evidente que Messi, Xavi o Iniesta no aparecen todos los días. Pero la cantera, pese a lo que se ha proclamado, no es tanto una cuestión de filosofía de club (sobre todo en aquellas entidades sin problema de monedero) como de atrevimiento de los entrenadores de turno. O incluso de presidentes (en el giro hacia Valdebebas emprendido ahora por el Madrid se nota más la mano de Florentino que la de Ancelotti). Fue Valdano el que sacó en su día a Raúl, no el Madrid. Fue Simeone el que no dejó jugar a Óliver el año pasado, no el Atlético. Fue Guardiola y no el Barça el que encontró en el último lustro tanto genio en La Masía. Tito no la mira igual. O eso notan los chicos. Por eso algunos prefieren irse.
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