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Casillas o el precio de la tozudez

   

Iker Casillas como retrato de una decadencia. La suya personal, la de un seleccionador que ni se atreve a dar un paso atrás ni se anima a tomar decisiones incómodas hacia los galones, la de una Federación que siempre se cruza de brazos, la de una selección que se acabó y a la que le va a costar reinventarse. Casillas como síntoma. Ya no es sólo literatura, el juicio a unas declaraciones o unos silencios, la discusión alrededor a unas filias y unas fobias. Es la realidad, la cruda realidad. La evidencia de que ya no es el mejor portero del mundo, ni siquiera de España. El castigo a una tozudez. Un error mayúsculo, sonrojante, sobre el que sí es obligado insistir y hasta recrearse. Igual que se hicieron homenajes cuando la pelota le tropezaba milagrosamente en el pie, y se le llamaba justamente el santo, hay que detenerse en el regalo lleno de errores técnicos que le condena como arquero titular de la selección. Habrá quien acuda ahora al victimismo. Pero su fallo no fue un accidente, sino una consecuencia.

Pero la culpa no es de Iker, aunque podría haber salido de él echarse a un lado como hicieron algunos de sus compañeros. Villa, Xavi, Xabi Alonso... Casillas no se ve concluido y declara incluso que quiere curarse en París la espina de Brasil. Una cruel paradoja, pretende desquitarse en un lugar al que ahora está más difícil acudir precisamente por su actuación.Pero la culpa no es de Iker, sino de quien le sigue colocando bajo los palos negándose a tomar la decisión que le corresponde. Es Del Bosque quien debe detectar cuál es su mejor portero y cuál ya no lo es. Pero igual que le regalaba un minuto de juego en amistosos para que sumara una internacionalidad más camino del récord, ahora le perpetúa bajo los palos sin merecerlo (y eso que al menos este año es titular en el Madrid). Ni era casualidad que lo parara todo ni es casualidad que ahora se coma tanto.

Pero más allá del capricho del destino de ensañarse con la injusta titularidad de Casillas, España no es España. Resistirse a aceptarlo es perder el tiempo. Son los rivales los que han sabido advertir que el ciclo se acabó. España no se atreve a asumirlo del todo. Tira de una revolución a medias, se queda a mitad de camino, complica su reconstrucción. Quiere jugar a lo mismo con jugadores que valen para otra cosa. Le llevará tiempo y más heridas darse cuenta, ya está claro. Medidas drásticas. Y no pasan sólo por Casillas. Aunque a estas horas, junto a la del entrenador, sea la más evidente de afrontar. 

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