A Marcelo el asunto le tiene escandalizado. Tanto que se ha animado a intervenir, a intentar poner freno a un boom que se propaga por el césped, las gradas y las redacciones a la velocidad de la luz. Jesé crece y crece. “Pero hablar de la selección puede perjudicarle; es un niño, tiene mucha proyección, pero esto ahora mismo le va a perjudicar”, advierte el brasileño como si fuera posible sujetar a la colección de admiradores que, con motivos, le han salido al chico.
El canario se ha ganado a golpe de actuación un sitio en el equipo titular del Real Madrid, aunque el tamaño de su ficha con respecto a la de sus competidores pone esta evidencia en cuarentena. ¿Cuándo Cristiano y Bale coincidan con el expediente limpio y la salud intacta el chico conservará el puesto? El debate no concluye en lo doméstico. Hay quien le ha descubierto un hueco también en la selección: Jesé va a ser el nuevo dolor de muelas de Del Bosque de aquí a final de curso. La campaña para verle en el Mundial, fomentada por un sector influyente, ya ha comenzado. Y por eso precisamente Marcelo salta.
Pero el brasileño olvida que éste es un caso ciertamente especial. A Jesé le quieren mucho, pero no más de lo que él se quiere a sí mismo. Un tipo que dice “a ver si dentro de cuatro años puedo estar ahí, con el Balón Oro”, que incluso insiste, “tengo calidad y talento para eso”, es que se tiene mucho cariño y mucha fe. Y que ante el runrún del momento, no pierde la educación, pero tampoco la confianza: “Veo difícil ir al Mundial, pero locura no es”. Jesé además se quiere desde mucho antes, casi desde el primer día. Y se atrevió incluso a decírselo en alto a Mourinho, cuando el entrenador luso no veía lo que los demás (o no quería ver) y no le concedía ni un rato con el primer equipo.
Pero ahora, ya con Ancelotti en el banquillo, va a costar sacarle de ahí. Ya son ocho goles y seis asistencias en los minutos que el italiano le ha dejado salir al campo. Y sobre todo media docena de exhibiciones, cincuenta momentos de sobresalto seco en el espectador. No es un futbolista aún constante, pero sus apariciones son siempre fogonazos de velocidad, profundidad, intención y peligro verdadero. Tiene 20 años, casi 21, un hijo de 22 meses y un grupo de ‘reggaeton’. Y mucha, mucha, mucha vanidad personal. “El talento no se compra”, escribió un día de repente en su cuenta de twitter. ¿A quién se refería? “Está claro, lo decía por mí”, admitió.
Es verdad que provoca cierta grima escuchar comentarios tan elevados de uno mismo pronunciados por uno mismo. Y que por más que no lo diga con arrogancia, sino con naturalidad, son frases que repelen como sonido. Pero que a veces también motorizan como animal competitivo. Porque luego le ves jugar, correr, regatear y tirar y tienes la sensación de que el chico incluso se queda corto en sus piropos. La verdad es que es un fenómeno.
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