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Jon Rahm

Es posible que el nombre de Jon Rahm no resulte muy familiar al gran público. Pero los aficionados españoles al golf hace años que depositaron en él buena parte de

Es posible que el nombre de Jon Rahm no resulte muy familiar al gran público. Pero los aficionados españoles al golf hace años que depositaron en él buena parte de sus esperanzas de vivir algún día emociones como las que antaño brindaron Seve Ballesteros y Chema Olazábal. Sí, así de alto apunta este jugador desde que asomó la cabeza en los equipos inferiores de la Federación Española. "Tiene la mirada de Seve", convenían sus formadores.

Empezó en el golf junto a su hermano Eriz de la mano de su padre, Edorta, que se aficionó después de que le invitaran a presenciar en directo la Ryder Cup de 1997 en Valderrama. La familia siempre había sido aficionada al deporte, sobre todo al fútbol -son socios y abonados del Athletic- y a la pelota. Pero nunca habían tenido relación con el golf hasta entonces.

Quizá por eso su padre tardó en reconocer, o dar importancia, a las habilidades de los niños. Fue una llamada del abuelo, el que acompañaba a los chicos a los torneos, desde un Campeonato de España de cadetes la que marcó el punto de inflexión. "Oye, que el Jon les va a ganar a todos", le alertó.

Fue el comienzo de una carrera que le llevó unos años después a convertirse en el mejor amateur de la historia moderna del golf, haciendo añicos registros tan sagrados como el de menor número de golpes en el Campeonato del Mundo amateur, en manos de Jack Nicklaus desde los 60. Nadie antes consiguió ganar dos veces el trofeo Ben Hogan que distingue al mejor golfista de las ligas universitarias estadounidense, el más importante vivero de jóvenes talentos del mundo.

Lo logró jugando para la universidad de Arizona State, sede de una de las escuelas de golf más prestigiosas del planeta, que con Rahm hizo una excepción: nunca antes habían ofrecido una beca a un golfista sin verle jugar. "Los informes eran inmejorables y el tiempo apremiaba", explicó recientemente a Tim Mickleson, su entrenador en la universidad que dejó 20 años de carrera para convertirse en su mánager. A Rolex o TaylorMade, dos de sus principales patrocinadores, tampoco se les pasó por alto el potencial del español.

La carrera de Rahm ha sido meteórica pero no ha estado exenta de dificultades. El mismo hombre que le fichó sin verle jugar recomendó buscarle sustituto cuando apenas llevaba tres meses. No conseguía aprender el idioma. Y si no aprobaba no podía seguir. Una advertencia le bastó. De un mes para otro se soltó a hablar. Hoy resulta imposible adivinar un residuo de acento español en su inglés.

También cuesta hallar restos de ese excesivo temperamento que a punto estuvo de poner en serio riesgo su carrera antes incluso de comenzar. Buscó la solución y la encontró en Joseba del Carmen, su coach mental y pieza clave en su equipo. "Me ayudó a darme cuenta de que el golf no es lo único en la vida ni lo más importante. Desde entonces soy más feliz", ha dicho en alguna ocasión.

Ha moldeado el carácter y también el cuerpo. Rahm tiene un físico privilegiado, pero en los últimos meses se ha puesto en manos de un especialista para perder grasa corporal y ganar mas muscular. Su figura hoy luce significativamente más fina. Jon es un apasionado de la comida, como buen vasco, pero no está dispuesto a conceder ni una ventaja a sus rivales.

Lo que no ha cambiado es la ambición. Alguna vez le han criticado por exponer públicamente sus elevadas expectativas. "Quiero ganar 19 grandes", ha sido el título de no pocas entrevistas. Y por más extraño que parezca, no hay un ápice de soberbia en sus palabras. Simplemente se siente capaz de hacerlo y lo dice. Otra cosa, en su caso, sería falsa modestia.

Se hizo profesional el pasado mes de junio en el Quicken Loans, renunciando a la opción que se había ganado de disputar el British Open como amateur. Quería sacarse la tarjeta del PGA Tour y no tenía tiempo que perder. En su primer torneo terminó tercero y se ganó el billete para el major británico, donde tuvo una notable actuación. Un mes después, antes de agotar sus invitaciones, tenía ya la tarjeta en el bolsillo.

"Es cuestión de tiempo que llegue su primera victoria", explicaba el frío Mickelson durante el OHL Classic de Mayakoba. "¿No teme que le afecte la impaciencia si el triunfo tarda en llegar?", se le insistía. "No", respondía seguro.

A principios de año se propuso clasificarse para el Masters. "Es un objetivo bonito", admitió durante la gala de Navidad de la Federación Española. Había dos caminos: entrar entre los 50 primeros del mundo antes de abril (empezó el año el 133) o ganar un torneo. Ambas habrían parecido ciencia ficción para casi cualquier rookie. Con su triunfo en San Diego recorrió ambos caminos de una tacada. Está en Augusta por su triunfo y además es ya el 46 del mundo, el segundo más joven del Top 50.

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