"Ya no se podrá llamar deporte", sentenció la exatleta británica Paula Radcliffe cuando le preguntaron sobre un triunfo de Caster Semenya en los 800 metros olímpicos que se ha terminado cumpliendo. Y es que ya en su día la contundente victoria de la sudafricana en la final de los Mundiales de Atletismo de 2009, con sólo 18 años, dio paso a un crudo juicio público sobre ella. ¿La razón? Su femineidad.
Desde hace siete años, Semenya ha estado bajo el escrutinio público por ser lo que se considera una atleta intersexual, un término que se utiliza para describir variaciones en las características de una persona que no encaja en la descripción genética que típicamente diferencia los cuerpos de un hombre y una mujer.
En el caso de la de Polokwane, su cuerpo genera de forma natural niveles de testosterona similares a los que se encuentran en los hombres (hiperandrogenismo). Y para Radcliffe y muchos otros en el mundo del tartán, esta condición representa una grave amenaza para el atletismo femenino. "Es un hombre", dijo también de la africana la italiana Elisa Cusma.
"Es un hombre", dijo de Semenya la italiana Cusma
Ya la joven, de voz grave y cuerpo musculoso, fue obligada a someterse a pruebas de género para confirmar su género. La IAAF concluyó que ella y otras atletas con hiperandrogenismo poseían una clara ventaja sobre el resto de las participantes, por lo que estableció regulaciones para limitar esas diferencias: Semenya podría correr, pero con la condición de someterse a un tratamiento para reducir su producción de testosterona.
Lo hizo y nunca pudo volver a correr en los tiempos que descollaron en 2009. Hasta que Dutee Chand, una velocista india también calificada como intersexual, decidió presentar un recurso contra esta regulación. El TAS aceptó estos alegatos y calificó la medida de discriminatoria, por lo que la norma quedó suspendida hasta julio de 2017, dejando a Chand y a Semenya libres de participar sin cortapisas en Río.
En Brasil aterrizó, pues, Caster Semenya para arrasar sobre la pista del Engenhão. Terminó ganando con holgura el oro en su disciplina, bajando su récord personal hasta 1:55.28 y subyugando a la burundesa Francine Niyonsaba y a la keniata Margaret Wambui, que completaron el podio olímpico. No consiguió, como muchos presagiaron, pulverizar el récord del mundo de Jarmila Kratochvilova, el más antiguo del atletismo. Pero hay pocos que no piensen ya que la caída de esta marca es simple cuestión de tiempo.
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