La competencia horizontal es la esencia misma del deporte americano. A través de ella se explican drafts y topes salariales, argucias ideadas en las ligas profesionales yanquis para intentar minimizar el dominio prolongado de unos y la crisis permanente de otros. Luego, claro está, hay gestores más o menos sagaces y franquicias con mejor o peor fortuna en su código genético, pero todo tiende a ser cíclico en unas competiciones en las que hoy saboreas la gloria y mañana te revuelcas en una miseria que anuncia reconstrucción.
La marcha de Kevin Durant a los ya de por sí casi intratables Warriors plantea el dilema, una vez disipada la euforia inicial de imaginar ensamblado a semejante quinteto, de si la NBA no termina en realidad perdiendo lustre con este fichaje. Los mismos que se relamen por ver juntos a los ganadores de los tres últimos premios de MVP también se preguntan qué alicientes tienen ahora los seis meses de regular season.
"Alguien te gana... ¿y tú te unes a él? Una superestrella no hace eso, tío". Las palabras pertenecen a un tuit del pívot bosnio de los Nuggets Jusuf Nurkic, pero resumen el sentir de muchos otros en la mejor liga del mundo. Durant no sólo supone un refuerzo descollante para un equipo que, no lo olvidemos, ya viene de batir el estratosférico récord del 72-10, sino que debilita a un rival directo de Golden State.
Los Thunder, que tan cerca estuvieron de ser campeones del Oeste, penden de pronto del hilo de Russell Westbrook, si es que Sam Presti no decide ahora ponerle en el mercado. El panorama en la conferencia queda muy empobrecido, con sólo los añejos Spurs como amenaza real, tramando vendetta (aunque descuidando inevitablemente por el camino sus números en la temporada regular, víctimas de las rotaciones de los veteranos).
Semejante concentración de talento en la Bahía de San Francisco también afecta al Este, donde algunos soñaron con ver a KD vestido de verde. Hubiese supuesto un bonito reto ver al alero aceptando, junto a Al Horford, el desafío de ser el pastor del joven rebaño de Brad Stevens. Un equipo con un potencial extraordinario que deberá volver a ser más coral que individual y que se queda debajo, por el momento, del nivel de los Cavs.
Y es que, con los Bulls desmembrados, volverá a ser LeBron el que grite "vive la résistance!" ante los evolucionados Warriors de Kerr, que pasan de ser un tiranosaurio a convertirse, directamente, en un Godzilla que hundirá pesqueros y aplastará edificios. Por algo Adam Silver temía los efectos inmediatos del bestial incremento del techo salarial. Porque quizá sólo el amor propio del vigente rey de la NBA pueda salvar la competitividad global de la liga de la feroz dictadura de juego de los cuatro jinetes que ya cabalgan en Oakland.
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