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Joan Laporta, de la ilusión a la cruda realidad: tres años de fracasos, endeudamiento y desarraigo en el Barça

Desde que el mandatario regresó al club azulgrana en marzo del 2021, prácticamente ninguno de sus anhelos se han hecho realidad. La entidad atraviesa su momento más delicado en 125 años de historia, sin visos de grandes mejoras a corto plazo

Cuando Joan Laporta dejó la presidencia del Fútbol Club Barcelona en verano de 2010, lo hizo con el club rozando unos niveles de excelencia jamás vistos en la ciudad condal. El primer equipo de fútbol era la envidia del mundo. Títulos, victorias y un estilo que revolucionó para siempre el deporte rey. Además, la sección de baloncesto había vuelto a ganar la Euroliga y en balonmano se competía tras varios años de dominio absoluto de Ciudad Real.

En los siguientes comicios presidenciales, a Laporta lo sustituyó Sandro Rosell, otrora vicepresidente de Joan, quien arrasó con el 61,4% de los votos, superando incluso el 52% que consiguió Joan Laporta en 2003, año de su ascenso a la cumbre del Camp Nou.

El mandato de Sandro Rosell, sumado al de Josep Maria Bartomeu, sumieron al Barça en la más absoluta de las ruinas económicas. Un club tomado por las vacas sagradas, con contrarios y salarios estratosféricos, amén de una falta de planificación sangrante. Los años dorados pasaron, la Champions League se volvió una quimera y los títulos nacionales dejaron de copar las vitrinas del Camp Nou.

Con esta situación, Joan Laporta se erigió como salvador del barcelonismo, confirmando que se presentaría a las elecciones de 2021 con el único objetivo de volver a hacer grande al Barça, a su Barça. El punto central de su campaña, al margen de sacar a la entidad del aprieto financiero, fue renovar a Leo Messi, quien tenía pie y medio fuera del Barcelona tras años de encontronazos con la anterior junta directiva.

La afición anhelaba la continuidad del rosarino, pero los libros de cuentas del Barça decían todo lo contrario. Con un sueldo de CEO de Amazon, los mejores años de Messi ya habían pasado, al menos con la elástica culé. Pese al fuego de artificio que supuso su campaña, Joan Laporta no tuvo intención alguna de renovar al crack, que terminó saliendo entre lágrimas rumbo a París.

Una vez superado el shock emocional, Laporta puso la dirección deportiva en las manos de Mateu Alemany, quien, sin lugar a dudas, ha sido de lo mejor que ha dejado este regreso del abogado catalán. Con un plantel descompensado, y decenas de contratos tóxicos, Alemany fue arrancando las malas hierbas, hasta dejar un roster bastante decente, especialmente si lo comparamos con el que tuvo Koeman entre manos.

Para sufragar esta revolución futbolística, Laporta tiró de las famosas palancas. Estas son mecanismos de emergencia que se activan para sortear la deuda, vendiendo de forma parcial activos del club, tales como merchandising y con los derechos televisivos, entre otros.

Del total recibido, aproximadamente un 15% va destinado a ampliar el límite salarial, un 70 por ciento a mejorar infraestructuras y el 15 por ciento restante a la deuda del club

Con ello, además de un recorte escandaloso en las secciones, el primer equipo masculino pudo fichar jugadores de máximo nivel para volver a competir en la Liga y la UCL. Lo primero, con Xavi al mando, se pudo durante su segunda temporada, la 2022/2023, pero lo de Europa sigue siendo el castigo de Sísifo. Hasta la Europa League se ha resistido.

Entre los múltiples activos tóxicos que dejó Bartomeu, se encuentran los contratos y/o renovaciones firmadas a varios jugadores clave que aún hoy están en el club. De Jong es el caso más claro. El futbolista neerlandés sacó (en un movimiento muy acertado de su agente) cada céntimo que el expresidente azulgrana podía ofrecerle.

Ter Stegen fue otro de los privilegiados, pero este firmó una ampliación de contrato para diferir su sueldo hasta el 2028, posibilitando al Barça cumplir el Fair Play financiero. La rescisión de Nikola Mirotic en baloncesto, Luka Cindrić en balonmano o el cierre de Barça TV son más muescas.

Sin embargo, y pese a los esfuerzos realizados, la entidad sigue encaminada a convertirse en Sociedad Anónima Deportiva más pronto que tarde. Además de todo esto, las obras del Camp Nou y el traslado a Montjuic han acentuado más si cabe el desarraigo de los aficionados con su equipo, quienes a duras penas llenan un estadio infinitamente más pequeño que el templo azulgrana.

Laporta, la sombra del hombre que un día fue

A Joan Laporta, como a todo hijo de Dios, el inexorable paso del tiempo hace mella en su espíritu. Del optimismo que exhibía en sus primeros años, cuando todo eran días de vino y rosas, ha mutado en un estado de constante agitación. Su rostro, de encaje dulcificado, ha dejado paso a un hombre agrio, superado por la dificultad de la empresa que ha tratado de acometer.

Esta legislatura (entiéndame el término) está siendo infinitamente más personalista que la primera. Sobre sus hombros está recayendo todo, desde la responsabilidad social y jurídica del caso Negreira a los fracasos deportivos.

Nunca quiso a Xavi, siempre lo vio como una solución barata y de emergencia, una venda recubierta de nostalgia y fe que apenas detendría la hemorragia cuando las cosas se torcieran. Pese a su mal desempeño en Europa, con sendas eliminaciones en fase de grupos de la Champions, la Liga cosechada y la Supercopa de Arabia, aumentaron la escasa confianza que Laporta tenía en el técnico.

Tras la renovación a principios de la presente campaña, el equipo se cayó por completo. Sin opciones en la competición doméstica, humillados en la Supercopa y apeados por el Athletic en Copa, el 2024 augura un nefasto fin de viaje. Quien piense más allá del Nápoles es un iluso.

El problema es que el crédito ficticio de las palancas ya no está, y las opciones de fichar son nulas, como se ha comprobado en la ventana invernal. Las obras marchan peor de lo previsto, las secciones, a excepción del equipo femenino, siguen siendo una ruina, y las opciones de tocar metal europeo se reducen a lo que depare la diosa fortuna en la Final Four de balonmano y fútbol sala.

La imagen que el aficionado tenía de Laporta se ha diluido por completo. Cada semana podemos leer en la prensa nuevas pérdidas de papeles del dirigente, la última al derribar bandejas de canapés tras el ridículo ante el Granada. A Joan Laporta le han crecido todos los enanos. Hasta Xavi le ha regateado con su salida pactada en junio, cuando él llevaba semanas queriéndolo fulminar.

La deuda sigue ahí, intacta, igual que el trabajo de planificación para los próximos años. Ha cambiado las manos de Alemany por las de Deco, que ya podemos aventurar que jamás llegará al nivel del balear, no digamos ya de Txiki Begiristain.

Rodeado y sin éxitos deportivos que le proporcionen oxígeno, Joan Laporta está en una situación límite, aunque de presentarse a la reelección lo tendría fácil, pues Víctor Font, Toni Freixa y compañía son más tuiteros venidos a más que personas cualificadas para el cargo. Mientras, el eterno rival parece una balsa de aceite. En el fútbol, como en la vida, solo importa el hoy, y el ayer es un placer culpable al que no se puede volver salvo para agrandar la herida. Jan, lo tienes difícil.

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