Algunos testigos describen una escena sorprendente el pasado fin de semana en el hotel de McLaren próximo al circuito de Monza. Lewis Hamilton y Jenson Button cenan, cada uno en su mesa, apenas a unos metros de distancia y sin siquiera dirigirse la mirada durante toda la velada. Ese es el cargado ambiente que se vive en la escudería británica pese a las recientes victorias de sus dos pilotos –en Bélgica e Italia-, la enorme progresión del coche y, fruto de ello, la remontada de Lewis en la clasificación del Mundial.
La tensión principal tiene su origen en el hecho de que el contrato de Hamilton expira en diciembre. El campeón del mundo, muy molesto con los errores del equipo que le lastraron durante las primeras carreras, se deja querer. Y en Bélgica, durante la sesión de calificación del sábado, no encajó bien que Button volara sobre el asfalto de Spa y él fuese incapaz de luchar con los mejores. Explotó en Twitter, escribió un par de palabras malsonante contra el equipo y, como guinda, publicó una foto de la telemetría de su bólido, un secreto que los ingenieros guardan bajo siete llaves.
A Button le sentó muy mal esa actitud de su compañero, lo dejó caer ante los periodistas y ahí se rompió una relación que hasta entonces se había escenificado cordial. Ahora que Lewis está a 37 puntos de Alonso y es el principal rival del español por el título, Jenson debería estar dispuesto a ayudarle en las siete carreras que quedan. Pero si Hamilton sigue jugando al escondite con su renovación, en McLaren tampoco saben con qué fuerza moral van a pedirle colaboración al piloto, Jenson, que sí continuará en 2013.
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