Messi comentó ayer a un allegado, peso pesado de la plantilla, su perplejidad ante el giro que han tomado los acontecimientos en las últimas horas. Su posición en el vestuario y el club es incómoda. Nada tiene que ver con el panorama bucólico-pastoril dibujado por Josep María Bartomeu en su rueda de presna y su relación con Luis Enrique es inexistente, por más que el asturiano advierta que "mi relación con Messi es como la que tenía a principio de temporada, incluso mejorada". El problema es que Messi queda en una situación comprometida.
Hace meses que el argentino se siente desantendido por la directiva del Barcelona, pese a sus innumerables mejoras de contrato. La última el verano pasado, hasta 2019. De hecho, le molesta que un sector de la afición le señale como pesetero. Leo está cansado de que se le culpabilice del balón de juego del Barça y se le exija rescatar a un equipo que no juega a nada. No tiene relación con la prensa, los resultados no acompañan y el próximo día 12, si Neuer no lo evita, será testigo privilegiado de la consecución por parte de Cristiano Ronaldo de su tercer Balón de Oro, segundo consecutivo.
Y luego está el tema del entrenador. Messi siempre ha vivido una relación especial con los entrenadores. De hecho, uno de los requisitos innegociables para mantener el equilibrio del vestuario es tener el beneplácito de Leo Messi. Lo tuvo Guardiola, con quien protagonizó numerosos roces. Sin embargo, su estilo de juego ofensivo comulgaba con el gusto de Messi, y además el argentino ha admitido que "con Pep evolucioné como jugador". Después de Tito Vilanova, quien fue entrenador suyo en categorías inferiores, el Barcelona accedió a colocar a Martino, entrenador de cabecera de Messi. Y la apuesta salió mal. El Barcelona no ganó ningún título grande y el Tata regresó a Argentina. Precisamente allí, con la albiceleste, Messi recibió con frialdad los nombramientos de Sergio Batista y Alejandro Sabella. Demasiado conservadores. Pese a llegar a la final del Mundial, Sabella no continuó en el cargo, sostienen en Argentina que por la negativa de Leo. Para suplirle se habló de Simeone, demasiado defensivo para Messi, y emergió de nuevo la figura de Martino, ajeno totalmente a la dirigencia de la AFA y finalmente elegido por la indudable influencia del barcelonista.
El problema con el que se topa ahora el Barcelona es que su relación con Luis Enrique es inexistente y el presidente ha avalado la gestión del asturiano. "Messi tiene la confianza de todos y es el líder del vestuario, pero él no dirige la vida del club", declaró Bartomeu en rueda de prensa. Unas palabras que no habrán sonado bien a Leo, quien está implicado en la mayoría de las decisiones del vestuario. Con el panorama de elecciones a un año vista y Luis Enrique, salvo catástrofe deportiva, hasta junio, al argentino le gusta lo que oye de Mourinho a Cesc. Su ex compañero y amigo le ha confesado que se está "divirtiendo como nunca en el Chelsea", que Hazard es un jugador de primer nivel y que Mourinho "es un entrenador de jugadores capaz de sacar el máximo rendimiento a sus plantillas". A eso se suma la estrecha relación de su mujer Antonella con la compañera de Fábregas, Daniella Semaan, y el gusto por el fútbol inglés que Messi nunca ha escondido.
Abramovich le espera con los brazos abiertos, aunque antes debe sortear el obstáculo del Fair Play Financiero. Pero el club ya ha hecho llegar a Messi su predisposición a negociar su incorporación. Luis Enrique tiene fecha de caducidad, en el mejor de los casos: junio de 2015. Después queda la incertidumbre de quien ganará las elecciones y qué entrenador traerá consigo. Leo tiene 27 años y contrato hasya 2019. Pero si quiere irse, se irá. La pelota está en su tejado.
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