Alucinante. Quizás esa palabra pueda resumir lo que ocurrió en la final de la Champions de la temporada 2004-2005 que se disputó en Estambul. En frente dos históricos como el Liverpool y el Milan. Los italianos se adelantaron por 3-0 en la primera parte. Pero los ingleses empataron en el minuto 15 de la segunda mitad. Al final, el portero Dudek fue el héroe de los ganadores en la tanda de penaltis. Un partido histórico que para muchos es la mejor final nunca vista.
A bote pronto, con los datos citados, se podría pensar que aquella final fue la historia de una remontada. Pero la verdad es que fue mucho más que eso. Un duelo vibrante, con numerosas ocasiones, momentos increíbles y alternativas cambiantes. El equipo rojinegro, favorito y plagado de estrellas, sucumbió ante el empuje de los obreros ingleses, a priori inferiores. Una auténtica oda al fútbol.
En la primera falta lateral del partido el mítico Maldini adelantó a los italianos merced a un certero remate con su pierna menos buena. Después, a golpe de mortíferos contrataques dirigidos por Kaká y Pirlo, dos magos del esférico, el Milan logró otras dos dianas, ambas obra de un acertado Hernán Crespo. Un 3-0 antes del descanso que parecía inapelable.
Si algo tiene maravilloso el fútbol, es que la lógica muchas veces no se cumple. Llega la fantasía o la suerte o la pasión para malbaratar lo que parece obvio. Algo de eso, o una mezcla de cosas, llegó en la reanudación
Parecía que el partido acabaría con una goleada antológica a favor del conjunto que entrenaba Carlo Ancelotti. Sin embargo, si algo tiene maravilloso el fútbol, es que la lógica muchas veces no se cumple. Llega la fantasía o la suerte o la pasión para malbaratar lo que parece obvio. Algo de eso, o una mezcla de cosas, llegó en la reanudación. El técnico del equipo inglés, Rafa Benítez, movió el banquillo y adelantó la posición de su jugador más carismático, Steven Gerrard.
Precisamente Gerrard inició la remontada en el minuto 54 con un espléndido cabezazo. Dos minutos después Smicer batía a Dida con un ajustado disparo desde fuera del área. Lo imposible cobraba forma. Y un par de minutos después Gattuso cometía penalti en otra llegada de Gerrard. Xabi Alonso lanzaba desde los once metros. Fallaba, pero recogía su remate y lograba el tanto milagroso. Tres goles en solo seis minutos. Y ante un equipo como el Milan. Épica remontada.
Así, en el minuto 60 el marcador lucía un inesperado 3-3 y la final empezaba de nuevo. Poco a poco los italianos tomaron otra vez el control del juego. La verdad es que en la media hora restante y en la prórroga los rossoneri fueron mejores. Mucho mejores, incluso. De ellos fueron las principales ocasiones. La más clamorosa, justo al final, cuando Mejuto González a punto estaba de llevar el encuentro a los penaltis, la tuvo el delantero ucraniano Shevchenko. Primero de cabeza y, tras el rechace, con el pie. Dos goles cantados que Dudek salvó milagrosamente. Ni él se creía la segunda parada. Era, sin duda, una buena señal para el Liverpool.
No fue la tanda de penaltis más bella de la historia. Pero sí una de las más emocionantes. Dudek, en la mejor noche de su carrera, detuvo los lanzamientos de Pirlo y Shevchenko y consiguió así la Orejona para los ingleses. Una manera de acabar a la altura de un partido tan extraordinario como enloquecido.
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