Sergio Llull volvió a ser providencial para decantar, con una canasta en el último segundo, un vibrante clásico ante un rocoso Barcelona Lassa que plantó cara al Real Madrid y tuvo opciones hasta el final, pero acabó sumando una nueva derrota ante su eterno rival (76-75).
Con un juego intermitente, mayor dominio en el rebote y lastrados por sus bajos porcentajes desde el triple (7/30), los azulgranas culminaron una remontada y se pusieron por delante a seis segundos del final, los que necesitó Llull para tomar la responsabilidad y sellar una victoria agónica que pone fin a una racha de tres derrotas consecutivas de su equipo en la Liga Endesa.
Fue mejor la puesta en escena de los azulgranas, con mayor criterio y acierto en sus acciones ofensivas y una férrea defensa que maniataba las acometidas locales. Solo Jonas Maciulis encontraba la llave de la cerradura rival, anotando los primeros nueve puntos de su equipo en unos primeros cinco minutos en los que fue el único que vio aro en el conjunto blanco.
Seis puntos seguidos de Brad Oleson y el dominio visitante en el rebote habían propiciado la primera brecha en el marcador (7-15, min 4), hasta que los hombres de Pablo Laso empezaron a carburar y, con un parcial de 11-3, lograron terminar los primeros diez minutos con el marcador igualado a 23 puntos.
El segundo cuarto arrancó sin un dominador claro sobre la pista, con imprecisiones por ambos bandos y mínimas rentas a favor de los blaugranas, que poco a poco fueron apagándose y volviendo a su peor versión, en una fase del partido en la que dejaron de jugar como equipo y cada jugador resolvía como podía en ataque, con un exceso de individualismo que le costó caro hasta el descanso.
Ese desorden y falta de ideas los aprovecharon los locales. Tras una mágica asistencia de Luka Doncic, Othello Hunter devolvió en el ecuador del segundo acto la ventaja a los suyos (31-30) y comenzaron los mejores minutos del Real Madrid, que anotó 16 puntos en los cinco minutos siguientes por seis de los catalanes.
Ambas plantillas se fueron al descanso con sensaciones muy diferentes. El Barcelona, sin ideas y buscando soluciones a su desconexión en el juego y el Real Madrid, enchufado y con la moral por las nubes tras el tradicional triple de Sergio Llull sobre la bocina que le otorgaba la mayor renta de la tarde (47-36).
Algo pareció mejorar en los hombres que entrena el griego Georgios Bartzokas tras el paso por vestuarios. A pesar de la mala tarde de Tyrese Rice, su mayor criterio coral en ataque le permitió ir recortando poco a poco las diferencias, coincidiendo con unos minutos de escaso acierto de su eterno rival.
Con Ante Tomic dominando bajo tableros y Stratos Perperoglou aportando puntos, Petteri Koponen puso a tres a los suyos y obligó a Pablo Laso a parar el partido para evitar males mayores (54-51, min 28).
Aunque el Barcelona llegó a estar a dos puntos tras un triple de Víctor Claver a 1.20 del final del tercer cuarto, el Real Madrid pudo llegar a los diez minutos finales con cinco puntos de ventaja y mucho trabajo aún por delante para llevarse el clásico (62-57).
El equipo catalán aguantaba como podía a remolque, consciente de la importancia de un triunfo en Madrid para elevar su maltrecha moral. Marcus Eriksson subió la tensión con un triple que puso a uno a los suyos con tres minutos y medio por jugar.
Con cinco puntos consecutivos, Jaycee Carroll dio aire a los locales, que acababan de celebrar, con el público puesto en pie, otro récord de su gran capitán, Felipe Reyes, convertido en el mayor reboteador de la historia de la ACB, lo que obligó a parar el partido para homenajear en el centro de la pista al veterano jugador cordobés.
Dos providenciales robos azulgranas en el último minuto le devolvieron la ventaja en el marcador tras muchos minutos gracias a las canastas de Perperoglou y Tomic, que subió el 72-73 a 26 segundos del final.
Randolph anotó bajo aro y dejó veinte segundos a los azulgranas, que sumó dos nuevos puntos por mediación del pivot croata. Con seis segundos por jugar, la bola fue para Llull, que anotó desde tres metros y puso, con su sangre fría habitual, el broche a un clásico vibrante que pudo haberse llevado cualquiera.
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