No sería de justicia atribuir el resurgir del Barcelona al renacimiento de Messi, pero también es difícil entender el posible triplete del equipo (ya con la Liga en el bolsillo) sin detenerse en el jugador argentino. En los últimos cuatro meses se ha visto al argentino a pleno rendimiento y eso es el sinónimo más claro de la excelencia, ha marcado mucho, se ha hartado de surtir de balones a Neymar y Luis Suárez. Es, dicen, la mejor versión de uno de los mejores jugadores de la historia, lo que hace aún mayor el contraste con el Messi de diciembre, apático, menor, solo grande en términos relativos.
La curva de rendimiento en el año de Messi presenta un cambio drástico desde Anoeta, pero no fue una epifanía sino el resultado de esfuerzos y coaliciones, acuerdos y trabajo. Antes de nada es importante recordar cuáles fueron los problemas, pues solo conociéndolos es posible entender cómo se solventaron.
En verano Messi esperaba nuevo entrenador y el elegido fue Luis Enrique. Desde muy pronto, desde antes incluso de que corriese la bola, empezaron los problemas. En el mercado estival se habían marchado del club Pinto y Cesc, que son dos de los mejores amigos que tiene el argentino. Messi no es una máquina, por más que a veces lo parezca, y como todo el mundo necesita estar psicológicamente bien para rendir. La baja de los dos jugadores no fue la única que echó en falta, también alejaron del día a día del club a Pepe Costa, figura fundamental para Messi pues le da calma y funciona como psicólogo. Luis Enrique, insensible en un principio, no valoró lo que supondría mover el entorno del jugador.
Las salidas de Cesc, Pinto o Pepe Costa, luego rectificada, minaron la moral de Messi
No eran sus amigos el único problema que perturbaba la calma del jugador. El caso Hacienda, que aún está abierto, se encontraba en su punto álgido, casi todas las semanas los periódicos se llenaban de informaciones que apuntaban a que Messi había estado muy mal asesorado. El fraude, que está judicializado, era un aldabonazo más en la cabeza del jugador.
Estaba también abierta la herida con Luis Enrique, que no cuenta la empatía entre sus cualidades. El asturiano en ocasiones tiene la lengua demasido larga y dijo en repetidas veces que si el Barça tenía un líder era él y no ningún jugador, algo que a Leo le olía a cuerno quemado. No acostumbra a que le quiten medallas y el Barça de estos años no se entiende sin pensar en él. El caso es que Luis Enrique sabía de la importancia del jugador, pero no sabía tratarlo. Una anécdota de la temporada cuenta que el entrenador estaba convencido en poner a Messi como delantero, sin importar que Luis Suárez cuadrase más por ahí que echado a una banda. No quería cambiar de lugar al argentino pues esperaba que eso supusiera un enfado para Leo. Terminó siendo el propio Messi quien se ofreció para cambiar de posición y hacer así un reparto más racional de funciones en el plantel.
El problema con su técnico se acrecentaba aún más por la figura del psicólogo. Joaquín Valdés era una petición específica de Luis Enrique, un hombre con mucho poder de relación con los jugadores. También es alguien que no le gusta a Messi, no le gusta en absoluto. Son varios los episodios contados de broncas entre el psicólogo y la estrella.
Y además de lo psicológico también estaba lo físico. No había lesión alguna, pero Messi estaba falto de chispa, con una velocidad menos de lo que acostumbra. El ¿qué le pasa a Messi? era una constante y no ayudaba que el problema de los vómitos, que existe y no tiene origen claro, se reprodujese con más frecuencia de lo habitual. El Barcelona, en enero, veía el futuro con miedo e incertidumbre. Las cosas estaban tan difíciles que el astro incluso planteo su marcha del club a final de temporada. Es más, llegó a hablar con Agüero sobre la posibilidad de fichar por el Manchester City.
Llegó a plantear irse e incluso preguntó a Agüero por el City
Pero en enero, después de quedarse en el banquillo de Anoeta y ver a sus compañeros perder, todo cambió. Luis Enrique se dio cuenta de que las cosas no podían seguir como en el inicio de temporada y Messi, por su parte, también puso las soluciones necesarias para volver a la senda y ser de nuevo el mejor.
La alimentación
Lo primero, quizá lo más fácil, fue viajar a Italia para ponerse en manos del doctor Giuliano Poser. El nutricionista, que cuenta entre sus clientes a Vietto o a Agüero, tiene fama de gurú, de cambiar radicalmente la forma de los jugadores desde la alimentación. “Verduras, frutas de la temporada y una buena agua mineral son el combustible esencial para nuestros músculos. Hay que reducir la ingesta de alimentos procesados o contaminados con pesticidas, herbicidas, antibióticos, medicamentos. Por supuesto alcohol, tabaco y alimentos que no son tolerados”, cuenta el doctor sobre su método.
Hay que decir que los problemas de Messi con la alimentación no son nuevos. Antes de llegar Guardiola las lesiones musculares se sucedían en el argentino, hasta el punto de pensar que la carrera del jugador quedaría siempre disminuida para un problema que parecía crónico. El técnico de Sampedor le recomendó cambiar de hábitos, empezó a comer pescado y a tener rutinas más saludables. Los problemas se marcharon. En este 2015 lo único que tenía que hacer Messi era recorrer de nuevo ese camino, volver a disciplinarse para recuperar el físico. La mejora es evidente, también en lo relacionado con los vómitos.
Mientras tanto, en Barcelona, las cosas empezaban a cambiar. Luis Enrique se dio cuenta de que su tozudez estaba minando el grupo y que tenía que hacer cambios. Con todos, sí, pero especialmente con Messi. El día de Anoeta fue la gota que colmó el vaso, dejó en el banquillo a la estrella y la película terminó con una gran bronca entre el técnico y su pupilo, un conflicto evidente y ya reconocido por todos, aunque alguno pasase meses diciendo que eran invenciones.
Poser y una relación fría pero profesional con Luis Enrique fueron importantes
Messi se saltó un acto benéfico el día de Reyes y Luis Enrique intentó abrir un expediente contra el crack. Entre los jugadores y el presidente aplacaron la furia del técnico, que no llegó a seguir una medida que podría haber quebrado definitivamente la confianza entre unos a otros. Es más, el asturiano se dio cuenta de que el entorno que había impuesto a la plantilla estaba suponiendo una carga excesiva para un plantel que sospechaba de ellos. Emili Sabadell, que llevaba unos meses de jefe de equipo, salió de la estructura del club por el rechazo de los jugadores. En su lugar entró de nuevo Pepe Costa, el amigo íntimo de Messi. También el psicólogo desapareció del día a día, por más que Luis Enrique siga pensando en las bondades que tiene una figura así en una estructura como el Barcelona. Y el propio técnico cambió hasta conseguir una relación muy profesional aunque también fría. Dejó de cargar contra jugadores en sala de prensa, utilizó más a Unzué como correa de transmisión para calmar las cosas. Estabilizó el grupo y los buenos resultados posteriores aliviaron las heridas de una relación tortuosa.
No todas las cuestiones que cambiaron a Messi fueron de funcionamiento. Los jugadores como él, que lo han ganado todo y forman parte de la memoria colectiva, siempre necesitan nuevos retos para seguir en la brecha. En el caso del argentino se lo puso en bandeja su archienemigo Cristiano. Fue en Zúrich, donde ambos asistían para la concesión del Balón de Oro, un acto social al que acuden cada año para verse las caras y retarse en duelo. Cristiano, antes de su inexplicable grito final, verbalizó la amenaza: "Quiero alcanzar a Messi". Para qué más.
Y así, con unas cosas y otras, fue resucitando Messi. 41 goles en Liga y la sensación de que controla más que nunca el juego del equipo. Se ha convertido en un organizador desde la punta, un hombre que resuelve de todas las formas posibles en la zona de definición del campo. Messi, en resumen, un capítulo de honor dentro del libro del éxito azulgrana.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación