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Sin Messi ni Ramos: mucho ruido televisivo y pocas estrellas

El fútbol español se ha convertido en una maraña de cifras extraordinarias (y por lo general falsas), de derechos de televisión y de complejas conexiones dinerarias hasta entre los enemigos

El fútbol español se ha convertido en una maraña de cifras extraordinarias (y por lo general falsas), de derechos de televisión y de complejas conexiones dinerarias hasta entre los enemigos más íntimos. La pasta manda tanto que los periódicos deportivos, de súbito color salmón, hablan sobre fondos de inversión hasta ahora desconocidos, de Superligas nonatas y de extraños contratos entre socios inesperados.

Esto no es sorprendente para los que llevamos denunciando ya mucho tiempo que el fútbol no es fútbol o no sólo es fútbol, porque sobre todo es un negocio gobernado por voraces tiburones que saben mucho de cuentas de resultados y poco de lo que ocurre en el terreno de juego. Pero los sucesos de este verano están provocando que atacar el balompié moderno no sea ya una cuestión de romanticismo por lo antiguo ni de marxismo militante contra el mercado, sino que empiece a ser casi una obligación ética para quien desea que los valores deportivos -un oxímoron en el fútbol- pinten algo en este tinglado de los Tebas, Rubiales y Florentinos de turno.

Tengo para mí que el grueso de los aficionados vive estos días veraniegos con sensaciones de distancia del presente, nostalgia del pasado y, sobre todo, creciente escepticismo acerca del futuro. Porque esa mayoría -silenciosa sólo cuando no hay partido- asiste con desesperación al hecho incontrovertible, polémicas aparte, de que los dos principales clubes de la Liga han perdido a sus jugadores más emblemáticos este verano. Ni Messi sigue en el Barça ni Ramos en el Madrid. Y ya no es tiempo de galácticos.

Sabíamos muchas cosas sobre la decadencia del fútbol español. Lo que quizás no conocíamos era la extrema fragilidad del cotarro

Ese dato sobre las lacrimógenas despedidas de los símbolos azulgrana y blanco es obvio pero no es baladí, ni mucho menos. Al contrario, porque dice mucho de la situación que vive el fútbol español, en clara decadencia económica y deportiva frente a la Premier inglesa. Nada nuevo bajo el sol. Sólo es que las cosas son peor de lo que creíamos.

Todos sabíamos hace tiempo, y así lo aceptamos aunque nos doliera, que ya se acabó la época dorada en que los dos mejores jugadores del mundo, Cristiano Ronaldo y La pulga, se disputaban el trono al frente de dos equipos temibles que coleccionaban Champions. También éramos conscientes de que la pandemia ha agudizado los problemas previos de este deporte. Y conocíamos la injusticia de que los jeques y otros millonarios compitan en desigualdad de condiciones por obra y gracia de unos organismos reguladores entre nefastos y corruptos.

Lo que quizás no conocíamos era la extrema fragilidad del cotarro patrio. Mucho ruido sobre derechos televisivos y pocas estrellas en el firmamento liguero, pensará cualquier futbolero sin un máster en Economía. La verdad es que si se mira en conjunto, todo lo que viene ocurriendo en los últimos años, desde el fallido intento de Superliga de los grandes hasta el reciente plan de rescate de Tebas pasando por las cosas absurdas como llevar la Supercopa a Arabia Saudí, huele a desesperación. A cadáver putrefacto. A la muerte del fútbol que conocimos.

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