Fue el momento culminante de la noche. Llegó primera, por tres centésimas. Mireia se giró y miró a los marcadores para certificar su oro. Y entonces comenzó a celebrarlo en el agua. No se lo creía. Lloró, rió, levantó la vista al cielo y buscó a su familia en la grada. Golpeó al agua en varias ocasiones y acabó abrazada a su rival, Madeleine Groves, que la felicitó por una medalla muy trabajada. Esas imágenes están ya en el imaginario del deporte español.
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