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Mourinho no perdona un llanto

  

Mourinho y sus quejas, un clásico que no sólo vuelve por Navidad. Llora el entrenador. Otra vez. Como siempre que se resbala o se le deja de mirar. Es más estrategia, inercia, que paranoia. El mundo vuelve a conspirar contra sus intereses, la mejor de las coartadas para ahorrarse en las malas otro tipo de análisis. Cuando pierde nunca es su culpa,  es de los demás, que en la mayoría de los casos le tienen manía, ganas o envidia. Cuando vence el mérito es suyo, personalísimo, la obra de un genio. A veces no gana y se inventa que gana, logra vender como conquista quedarse clavado en las semifinales de la Liga de Campeones. Y todavía le creen. Y si gana se deja abrazar, aunque siempre después de abrazarse a sí mismo.

Incluso entre el madridismo conserva fieles de sus maneras, creyentes ciegos de ese victimismo crónico y ficticio, adictos a sus formas arrabaleras. Es verdad que Ancelotti, en las antípodas de su comportamiento, está por pura comparación desacreditándole día a día. Pero hay madridistas que no se van a bajar jamás de su polvareda. O que al menos no van a reconocer, pese a las pruebas, lo nocivo que el luso fue para el escudo blanco. Cada vez son menos, pero todavía son.  

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