No había consuelo para Santiago Cañizares. Aquella noche del 23 de mayo de 2001 el guardameta del Valencia, hundido, derramaba sus lágrimas en el césped de San Siro. Y su verdugo, el portero del Bayern de Múnich, Oliver Kahn, conocido por su difícil carácter, se acercaba a consolar cariñosamente al español. Una imagen icónica de aquella durísima derrota de los valencianistas, que perdían una final de Champions por segundo año consecutivo tras caer un año antes frente al Real Madrid en París.
El argentino Héctor Cúper era el entrenador de aquel Valencia capaz de rozar la gloria máxima durante dos temporadas seguidas. Como admitía el propio Cañizares en una reciente entrevista para El Mundo, en la final parisina del 2000 contra los blancos no hubo color, porque el Madrid, más versado en estas lides, simplemente aplastó a los chés (3-0). En la final de 2001, de la que pronto se cumplirán veinte años, cómo pasa el tiempo, las cosas fueron muy distintas. El equipo valenciano tuvo en sus manos, acariciándola, tocándola, creyéndola suya, la Orejona que distingue a los campeones de Europa.
Nada más empezar, en el minuto dos, el Valencia se adelantó gracias a un penalti convertido por ese gran especialista de dicha suerte que era Mendieta. Poco después el Bayern pudo empatar merced a otra pena máxima, pero Cañizares detuvo el lanzamiento de Mehmet Scholl. En el segundo tiempo, cuando los de Cúper jugaban para defender el resultado, con Albelda como sustituto de Aimar en el descanso, los bávaros empataron gracias a otro penalti que convirtió Effenberg.
El miedo a perder de ambos equipos se hizo el dueño del encuentro, que estaba encaminado sin remisión a la prórroga. El esloveno del Valencia Zahovic marró una clarísima ocasión poco antes de acabar los 90 minutos. En el tiempo añadido el Bayern pudo decantar la balanza pero no lo logró. Todo se resolvería en la temible tanda de penaltis. Todo estaba en las manos de Cañizares y Kahn, que de hecho eran dos de las principales estrellas de sus respectivos clubes.
Cuando el jugador del equipo alemán Paulo Sergio falló el primer lanzamiento desde los once metros, todo parecía de cara otra vez para los valencianistas. Pero después Kahn detuvo el tiro de un Zahovic que todavía no se perdonará aquellos dos errores en aquel partido. La clave quizás estuvo en el cuarto penalti, porque primero Cañizares paró el disparo de Anderson y después, cuando los chés podían ponerse por delante, el cancerbero alemán devolvió la moneda con una mano milagrosa que frenó el disparo al centro de Carboni. Quizás si el bravo lateral italiano hubiera lanzado el balón un palmo más arriba, hoy el Valencia tendría en sus vitrinas una Champions. Pero no fue así. La mano de Kahn y el larguero lo impidieron. Así de pequeño es el límite entre la gloria y el fracaso en el fútbol.
Ambos equipos convirtieron con relativa facilidad los quintos y sextos penaltis. En el séptimo los alemanes también marcaron. Y entonces Kahn, otra vez Kahn, detuvo el lanzamiento del central argentino del Valencia Mauricio Pellegrino. Ahí se esfumó el sueño de Cúper y aquel plantel inolvidable que llegó a dos finales de la Copa de Europa seguidas y perdió ambas. Las dos derrotas fueron duras, por supuesto. Pero la segunda, más cruel por la forma en que se produjo, quedó grabada a fuego para siempre en la mente de los valencianistas. Como aquellas lágrimas de Cañizares que intentó contener sin éxito el héroe de los alemanes.
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