Quizá usted es uno de esos que dejó el baloncesto europeo hace tiempo. Consideró que sólo los cinco minutos finales merecían la pena, creyó que ese deporte, con tanteos que no pasaban de 70 puntos, carecía de sentido. Sucumbió al oscurantismo del reparto de plazas europeas y a la clandestinidad de las retransmisiones. Igual este es el momento de volver.
Algo grande está pasando en Madrid y merece la pena que sea atendido. Hay un circo que va de blanco, un equipo extraordinario que se empeña en embelesar desde el salto inicial hasta la última bocina. Este texto es una llamada de atención, pueden haber visto los resultados abultados y las impolutas estadísticas que el Real Madrid consigue en cada encuentro, pero no lo entenderán si no se plantan delante del televisor a ver el fenómeno, a dejarse llevar por un ritmo frenético en el que los de Laso son felices.
No es fácil encontrar puntos débiles en la fórmula. Sergio Rodríguez es un artista, Rudy Fernández hace todo bien, Jaycee Carroll tiene una mecánica de tiro inigualable, Felipe Reyes sigue siendo el corazón. Hay un pívot enorme, Bourousis, que tira triples con facilidad. Niko Mirotic es el mejor jugador que aún no ha pisado la NBA (denle tiempo, ya se irá), Slaughter remata los 'aley hoops' sin importarle la gente que haya entre él y la canasta, Llull es sólido, Darden también, Mejri es un enorme tallo al que le encanta reventar el aro con sus mates. Y así hasta que se terminen la plantilla.
El Madrid es de esos equipos en los que hay que hablar de los jugadores porque el entrenador no es la estrella. Pablo Laso fue recibido con razonable escepticismo, pero hoy es el hombre que ha concedido libertad al talento. Esto, que a cualquiera le parecería una perogrullada, es una carencia del baloncesto reciente. Busquen el ejemplo más cercano, Xavi Pascual, técnico del Barcelona. Es un muy eficiente entrenador que ha constreñido a todos los jugadores que querían volar sobre sus alas. Lo primero que hace un base de su equipo cuando coge el balón es mirarle para saber que jugada tiene que realizar, un atentado contra la improvisación. Pascual lo dejó claro recientemente en una entrevista en Marca: “El entrenador es un actor principal, pero parece que se reparten los esfuerzos para deteriorar su imagen. Se patrocinan las cinco mejores jugadas de los jugadores de la jornada; ¿por qué no destacan las cinco mejores de los entrenadores?”.
No se recuerda a nadie vestido de traje metiendo un triple, dando una asistencia o navegando hacia el aro rival. Tampoco son conocidos por sus robos o tapones, ni por sus ayudas en defensas. Lo antinatural sería hacer caso a la frase de Pascual y pensar que lo escondido tiene que pasar por delante de todo aquello que nos hace levantarnos del asiento. El entrenador del Barcelona, un buen entrenador, con buenos resultados, piensa que el baloncesto tiene que ser sólo pasto para entendidos, para aquellos que disfrutan más con lo estático que con el movimiento. Su teoría puede valer para ganar, incluso para hacerlo con frecuencia, pero también es la receta perfecta para vaciar los pabellones (busquen y comparen datos de asistencia del Palau Blaugrana y del Palacio de los Deportes).
Pablo Laso renovó dos años más por el Madrid. Él también es un ganador y ha devuelto (junto con un generoso presupuesto) al equipo blanco a su posición tradicional en el basket europeo, la de favorito. No lo ha hecho anteponiendo la pizarra a sus hombres, aunque calidad como técnico no le falta, sólo hay que ver la intensidad de la defensa blanca para darse cuenta de que el trabajo existe y es de lujo. Su clave ha sido otra, pensar que si tienes a los mejores debes darle las riendas. Así, está demostrado, gana el Madrid. Así, sin duda, también gana el baloncesto.
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