He tratado siempre a Pepe Domingo Castaño con la solemnidad con que uno siendo estudiante se dirigía a un catedrático en la Universidad. Con claridad puedo recordar hoy como me temblaban las piernas y las palabras el día que, siendo un joven alumno de Periodismo, le di la mano en un estudio de Radio Madrid. Eso fue antes de que llegara PRISA (1984) y pusiera aquello hecho unos zorros y, ya puestos, a complicar la vida de aquellos que sabían hacer radio pero que no resultaban del gusto de los nuevos dueños. Suenan antiguos, decían.
Aquellos nuevos gestores querían una emisora como Radio El País, con mucha modernidad, pero sin oyentes, y aquellos grandes del medio que despreciaban porque no les entendían, querían una radio clara, sencilla, robusta, divertida, democrática y, sobre todo, bien hecha; es decir, con voces, con buenas voces delante de un micrófono. Con todo el derecho del mundo Pepe Domingo era uno de aquellos a los que el estudiante de Periodismo quería parecerse.
Cuando descubrí que quería ser periodista, pero periodista en la radio y no en la televisión o escribiendo en un periódico, sabía que para conseguirlo debería de parecerme a esas voces que yo admiraba y seguía apasionadamente cuando leían una noticia, presentaban un programa, ponían discos y cantaban un gol. Tenía una baraja, corta pero sustanciosa, de los que eran y siguen siendo los mejores. Quería tener algo de Luis del Olmo, algo de Gabilondo, de Bocos, de Manuel Antonio Rico, González Ferrari, de Jesús Quintero y hasta pretendía tener también algo de José María García.
Con la mayoría de los que he nombrado he trabajado y de todos aprendí de un oficio que te convierte en una esponja que sin darte cuenta de que va asimilando estilos, tonos y matices que, sin saber cómo, van apareciendo delante de un micrófono.
Pepe Domingo era mucho más que un periodista o un locutor, quizá la palabra que mejor le defina y se queda muy corta, sea radiofonista. Un hombre de la radio capaz de ir caminando por el dial siendo unas veces un animador, otras un contador de historia, un inventor de ritmos y palabras y hasta un perfecto vendedor de publicidad que llegó a anunciar cemento y huevos. No hacía radio, la pintaba. No hablaba a un micrófono porque era el micrófono el que lo buscaba a él y no a otros. Era un hombre de la radio que llevaba a cuestas todos los géneros que caben en un medio al que le tecnología respetó y sigue respetando.
Pepe estaba cuando la televisión matinal y el video anunciaban que mataría a la estrella de la radio; ahí, cuando las redes sociales quisieron adelantarse en su carrera por la inmediatez; ahí, cuando enloquecieron algunos diarios digitales y se convirtieron, o eso pretendía, en radio impresas. Fue un verdadero dique. Una verdadera escollera dispuesta a engrandecer y defender a la radio en su competencia con otros medios. Siempre fue lo contrario del aburrimiento, y por eso daba gusto escucharlo incluso aunque no te interesara lo que decía.
Pero con Pepe siempre me surge una pregunta que resulta maldita porque no tiene respuesta: ¿Quién y dónde se enseña una forma de hacer la radio como la suya? Seguramente nadie, porque su manera de trabajar no era distinta a su forma de vivir, de hacer amigos, de ayudar, de convivir, y de apostar siempre con honorabilidad y lealtad. Y si no que se le pregunten a Paco González cuando se fue o lo echaron de la SER.
Pepe Domingo, vino de su Galicia natal con una mano delante y otra detrás. Era 1966 y quería ganarse la vida como artista. Pronto empezó a trabajar en la radio, en La Voz de Madrid, Radio centro, SER, COPE… Presentó programas de televisión con audiencias millonaria y hasta grabó discos que lo colocaron como una verdadera estrella en Latinoamérica, en México, sobre todo. Pero supo siempre que aquellos oropeles eran episódicos, y que siempre le quedaría la radio, esa radio que nunca abandona a buen hijo, incluso cuando se le han acabado las palabras.
Gracias Pepe por tanta radio, tanta felicidad y calidez. Me pregunto si ya estarás por ahí, lejos de nosotros, vendiendo a alguien un cupón de la ONCE, una póliza de seguros o material para la construcción. O un purito, o cemento, o los vinos de España. Cualquier cosa puedo imaginar de este grande de la radio. Y siempre las mejores.