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Piqué: Fútbol, dinero y demagogia

  

Las familias de clase alta, que guardan silencio por costumbre, tienen muchos temas vetados en las comidas. Quizá son aburridas, pero ni política, ni religión, ni, por descontado, dinero. Supongo que hablan del tiempo. Piqué, de familia acomodada, no debió de hacer mucho caso a esas prevenciones temáticas y ha decidido revolcarse en las finanzas del Madrid como cochino en barro. No es el primero, sigue el ejemplo de su entrenador, Tata Martino. Antes, y más aún con otros fichajes, salieron también a la palestra directivos, políticos, incluso obispos. No se recuerda ningún empresario quejándose por la concesión de un crédito, ellos sí que saben.

El tema es que Piqué habla de un crédito de Bankia que, por lo que sabemos, no existe. Es más, ha sido públicamente desmentido por la entidad. No importa, la demagogia no necesita sustentarse en datos, es gaseosa y se extiende con el viento. Piqué, además, falla en un principio básico de la economía: prácticamente todo se financia con créditos. El problema no está en conseguir liquidez de ese modo  sino en no satisfacer los pagos, algo que los clubes de fútbol (y los partidos políticos, y los ayuntamientos y…) pasaron tiempo sin hacer, pero que ahora, cuando todo el mundo busca dinero debajo de las alfombras, no parece tan sencillo. Basta una búsqueda rápida en google (“Barcelona crédito sindicado”, por ejemplo) para darse cuenta que el club que paga mensualmente a Piqué también se financia con créditos. Nada raro.

Al Madrid le conceden créditos porque sus ingresos son descomunales. Por las mismas Piqué, que debe ganar un buen dinero entre su ficha anual con el Barça (ese humilde club de nóminas altas y renovaciones semestrales) y sus contratos de imagen, no debe encontrar problema si quiere, por ejemplo, comprar el palacio de Pedralbes, a pesar de que no lo pagase al contado.

Piqué utiliza uno de los resortes barcelonistas por excelencia en las últimas décadas: el maniqueísmo. El Madrid representa el mal, los mercados, lo sucio, el politiqueo, incluso el mal juego y, horror, el contragolpe. El Barcelona es todo lo contrario, transparente, inmaculado, la bondad, también con el balón en los pies. Es 'guardiolismo' en esencia, aunque no lo inventase él, y tiene grandes seguidores en la entidad, desde el propio Piqué a otros como Alves o Xavi, que tienen un batiburrillo de fútbol, ética y estética asombroso. Como futbolistas, son predicadores del presente y tienen muchos seguidores deseosos de creer a pies juntillas esa parcial versión de la realidad.

El Madrid busca ser la entidad deportiva que más dinero genera en el mundo y, por lo visto, lo consigue. Nunca entendí que el aficionado medio se congratulase con la lista Forbes en ausencia de títulos, pero parece que a falta de pan, buenas son tortas. El Barcelona es también una máquina de ingresar dinero y no siempre llega de fuentes irreprochables. En una pequeña pasada de demagogia recordaremos que Qatar, benefactor por medio de aerolínea de los azulgrana, no es precisamente Suecia. No es en eso diferente al Madrid. Sus sueldos, dicen, están entre los más altos que se facturan en el fútbol y tampoco tienen problemas para entrar en el mercado cuando la necesidad apremia. Como el Madrid. Otra cosa es que luego se maquillen las cifras, pero Neymar no se pagará con golosinas.

Puede ser que todo sea una burbuja que más tarde o más temprano estalle definitivamente, pero si eso pasa caerá el Barcelona al mismo tiempo que el Madrid. No hace falta más que mirar las cuentas para percatarse de que se mueven ambos en la misma dirección, con las mismas normas y parecidas argucias. Son dos empresas tan iguales entre sí que suena increíble que uno de sus empleados ataque los modos de hacer de la otra. Los jugadores del Madrid, curiosamente, no suelen mirar los balances. Podrían hacerlo, que aquí cualquiera es libre, pero supongo que no se fían demasiado de tener la razón. Eso o que miran sus nóminas y entienden que en tanta abundancia y con la que está cayendo es casi mejor dar la callada por respuesta. Fútbol, dinero y demagogia, tampoco vamos a sorprendernos ahora

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