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"Quien no haya llorado al mismo tiempo que Nadal, no tiene corazón"

“Amigo, esto es el Oeste. Y cuando en el Oeste se debate entre realidad y leyenda, preferimos quedarnos con la leyenda”.  

“Amigo, esto es el Oeste. Y cuando en el Oeste se debate entre realidad y leyenda, preferimos quedarnos con la leyenda”.  (De “El hombre que mató a Liberty Balance”, John Ford)

Amigos, esto no es el Oeste y nosotros somos los seguidores impenitentes de Rafael Nadal. Que ya es una leyenda. Pero preferimos quedarnos con la realidad, porque no hay leyenda que pueda igualarla. Sobre Rafa he escrito aquí no hace mucho, a mitad del US Open. No sé si esta vez estaré medianamente inspirado. Acostarse como una moto a las cuatro de la mañana paga peaje neuronal, pero lo intentaré.

El lunes –el martes a primera hora, en realidad- vi un primer set con un Nadal idéntico al de todo el torneo, un muro inabordable para jugador actual alguno. Y a un Novak parecido al de su partido contra Wawrinka, genial por rachas, pero dubitativo entre medias. La conclusión fue la lógica: barrida para Nadal con un 6-2.

Djokovic, al igual que hizo frente a Rafael en la semifinal del reciente Torneo de Canadá, despertó en el segundo set. Tenía que hacerlo o iba camino de ducharse antes de la medianoche de Canarias. Jugó como él sabe hacerlo: como los ángeles. Rafa tuvo que atrincherarse ante la avalancha y malamente dejaba bolas a media pista, desde donde el balcánico te machacará sin piedad a partir de su facilidad de muñeca y vertiginosa velocidad de golpeo. Aún así, atisbos hubo para nuestro héroe, pero no aprovechó un inmejorable momento para igualar a 4, perdió hasta 5-3 y no hubo regreso. 6-3 para Djokovic en el segundo set.

La inercia siguió en el tercero. Rafa no encontraba rendijas para salir de la ratonera. El 'banquillo' de Nole, conformado por un grupito de gente muy dada a bajar la visera de sus gorritas cuando van abajo, pero también muy ruidosa cuando el partido sonríe, daba saltitos, levantaba puñitos. Estaban eufóricos. Menos mal que la preciosa novia de Nole se hace perdonar algo, tan linda, tan natural y tan correcta habitualmente. Tío Toni, como siempre, también con gorra, pero el gesto sereno. Algún fruncido de labios, algún movimiento asertivo de cuello,  algún comentario, aire un poco preocupado, con la pandilla que forman Maimó, Costa, Ruiz Cotorro, Xisca, los Nadal y los Parera. Rafa dos juegos abajo, remando como podía y a punto de ceder un 0-3 que probablemente nos llevaría, en el mejor de los casos, a un quinto set. Alarma. Luces rojas.

Ya sabemos que Novak Djokovic es capaz de jugar inmaculadamente –el número uno no se regala- durante una hora, quizá un poco más. Juego sin fallos. Rafael no llega a tanto, pero a cambio es capaz de jugar bien y hasta muy bien durante las horas que haga falta.

Y el muerto revivió. Nadal aguanta y renace. Y contra un renacido o se tienen balas de plata, crucifijos o estacas, o ya sabes… Nole no tenía ninguno de esos instrumentos. Sólo una raqueta de tenis. Como la de Rafael. Pero los brazos que las sujetan no son iguales, y los cerebros que las dirigen tampoco. ¿Íbamos a asistir a un desempate en el tercero, como en Canadá, aunque menos decisivo ya que hoy jugábamos al mejor de cinco? No, ni siquiera eso: cuando nos quisimos dar cuenta, el tercer set que se iba inexorable a las alforjas del balcánico, acabó en las mallorquinas. 6- 4 para el chico de Manacor en el tercero.

El cuarto, el cuarto fue nada más –y nada menos- que un homenaje del público estadounidense hacia Rafael. Y del propio Rafael hacia sí mismo. Una apisonadora que firma un 6-1 supremo. Por el camino, entre el tercer y el cuarto set el número uno que pronto podría dejar de serlo había recibido un apabullante parcial de 2-9. El monstruo que juega bien durante todo el tiempo que haga falta se había comido al que juega de forma inmejorable durante noventa minutos.

La gesta del que ha sufrido –y sufre, porque su renqueante caminar es más que evidente para los que sabemos lo que es una rodilla destrozada- una lesión tremenda, se ha completado... Quien no haya llorado al mismo tiempo que lo hacía Rafael, tendido en el verde neoyorquino, es que no tiene corazón.

La leyenda sigue creciendo. Pero la realidad es incluso más bella. Gracias, Rafael, por honrar al ser humano.

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