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El Madrid salta la penúltima valla y se encuentra al Olympiakos en la final

               

El Real Madrid, como en los últimos dos años, es uno de los finalistas de la Euroliga. No es suficiente. Los blancos siempre apuestan por ganar, la penúltima valla no vale para redondear una temporada. Pero están cerca, muy cerca. Y pensando que Olympiakos es un rival más débil que el CSKA, aunque en esta ocasión, con precauciones. Ya saben lo que es perder contra equipos que, en el papel, suenan a menos de lo que son.

El Madrid, como los dos últimos años, resolvió la primera papeleta con nota. Los de Laso fueron mejores, mucho mejores, que un Fenerbahçe pensado para ganar (96-87). Obradovic no sirvió porque el equipo local supo imponer su ritmo. El baloncesto es una ciencia de ritmos, cuando los mejores consiguen que la cosa se despendole suelen ganar, si se imponen las pizarras a la creatividad todo se aprieta.

El Madrid solo aceptó irse al barro cuando el partido ya estaba resuelto. No quiso caer en provocaciones y se dedicó a jugar al baloncesto, un arte que tienen los buenos equipos.

La soledad de Obradovic en el banquillo era palpable. Él no entiende la derrota como posibilidad y, cuando le pasa, se desespera. No había hombre en el mundo que pudiese consolar a alguien así. Tiene buen equipo, un presupuesto soberbio, pero no lo suficiente para que su genio se imponga a las circunstancias.

El ganador fue Pablo Laso, que en verano veía negro su futuro. Él conoce bien la adversidad, sabe lo que significa ganarse un banquillo cada día. Cuando se le fichó era carne de transición, pero él se resistió a su destino y fue construyendo un equipo campeón. Las finales a cuatro, los trofeos ganados, la construcción de un currículum para incluirse en esos nombres de raíz balcánica que han dominado el baloncesto europeo los últimos veinte años.

La dirección deportiva del Madrid puede ponerse una medalla. Este verano no pensaron en lucirse sino en buscar fontaneros. Los encontraron. No hay pelota que no busque Nocioni ni contacto que rehúya Ayón. Si gana el Real Madrid la Euroliga será también porque es gente que no concibe la derrota. Dile a Nocioni que estás perdiendo y él se revolverá hasta que te demuestre lo contrario. Se puede incluir a KC Rivers en esa lista, aunque no tenga cara de guerrillero. Funciona bien porque no necesita mucho balón y sabe lo que tiene que hacer en las situaciones en las que le llega. Resuelve siempre bien y no pone caras cuando le miran mal.

El Madrid ha conseguido, además, no ser una suma de iguales sino una multiplicación. No es cuestión de nombres sino de conjunto. Sergio Rodríguez puede tener días malos, pero rara es la tarde en la que no hace bailar a sus compañeros. Y a partir de ahí las oportunidades se abren para que todos aporten lo suyo.

Eso es lo que, todavía, no tienen los turcos. Los buenos equipos son como hacer vino, una cuestión de tiempo. Hay que saber madurar, conjuntar, que todos remen en la dirección oportuna. Obradovic puede hacerlo, pero no en una tarde, tampoco en una temporada. Es cosa del tiempo.

El Madrid, antes, tuvo una alegría. La Euroliga había dejado una sorpresa, aunque quizá cuando algo se repite con tanta frecuencia deja de serlo. Perdió el CSKA, el equipo de más presupuesto del continente, la constelación. Lo hizo por Spanoulis, que sigue siendo ese hombre calvo y con físico de cualquier cosa menos de jugador de baloncesto que aparece cuando es necesario para asombrar al mundo. Su último triple, a siete segundos del final, es pura magia. Desde muy lejos, dejando pasar el tiempo, ajustando todas las variables para ajusticiar a los rusos.

Y eso que para él el partido no empezó bien, falló los primeros once puntos y la grada pensó que no era la noche del griego. Ilusos. Cuando tuvo que aparecer lo hizo, dejó esa muestra de que los milagros no existen pero lo parecen. En realidad se muestran solo en las manos indicadas.

El CSKA tiene que pensar bien qué les falla para quedarse siempre lejos de la orilla. Porque no es normal llegar todos los años con el mayor presupuesto del continente y perder, siempre, de una manera rocambolesca. Sí, les falta Spanoulis, pero no puede ser solo cosa de un hombre. Falla la dirección, no saber plantear un partido abierto, a ver quién puede más, y caer en las emboscadas del rival. Llegará el próximo año, volverán a ser favoritos, pero tienen que cambiar el chip para que las derrotas no sean endémicas. El domingo, la sentencia.

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