Algún día tenía que ser y parece que ese día ha llegado. Cristiano Ronaldo, que ha enfilado un camino sin retorno hacia su salida del club, con un divorcio manifiesto con el presidente, la grada y el entrenador, jugará esta tarde el que será su último Clásico liguero ante el Barcelona.
El portugués, que escenifica su peor arranque de temporada como madridista, ya no tiene retos en la Casa Blanca. Máximo goleador de la historia del club y ganador de todos los títulos colectivos e individuales, el luso arrastra una lesión irreversible que lastra su portentoso despliegue físico. Pasados los 30 años, desplazado de la banda al área, donde tiene menos espacio para desbordar por físico y se exponen más sus limitaciones técnicas, y relegado en el escalafón de favoritos del presidente al segundo lugar (el primero de los perdedores para él) en beneficio de Bale, Cristiano ya ha dado pasos para salir del club. Hoy es, por tanto, una cita más significativa de lo que parece. Un escenario en el que se cuela de rondón su enemigo íntimo, Lionel Messi, que lleva meses en el dique seco. Sin embargo, la euforia de la parroquia madridista por la ausencia del crack rival, basada en la creencia de la Messidependencia, ha desembocado en cierta frustración y tres puntos de desventaja ante un Barcelona patroneado por el talento de Neymar y la pegada de Luis Suárez.
Pasados los 30 años, desplazado de la banda al área, donde se exponen sus limitaciones técnicas, y relegado en el escalafón de favoritos por Bale, Cristiano ya ha dado pasos para salir del club
Hoy el argentino estará en el Bernabéu, según desveló Adidas y no su entrenador, cosas del fútbol moderno. El Barcelona llega con menos urgencias que el equipo de Benítez. Precisamente el técnico madrileño (y madridista, como no se cansa de repetir) se encuentra en una tesitura complicada. Sin la empatía de la grada, sin haberse ganado la autoridad en un vestuario que reniega de sus métodos y sus palabras en los medios, y sin el cariño de un Florentino acuciado por un juicio que puede obligarle a convocar unas inesperadas elecciones, una fea derrota podría compicar a Benítez su futuro inmediato.
No estará Benzema, del que en Vozpópuli hemos informado pormenorizadamente de su recaída, por más que el club haya tratado de maquillarlo y haya vendido una milagrosa recuperación que no ha existido. Jugará James, uno de los jugadores que miran torcido a Benítez. El Real Madrid se juega mucho, no solo deportivamente. Al partido llegan tocados Marcelo, Keylor, el propio Benzema, y lesionado Sergio Ramos, que se infiltrará para jugar el Clásico y operarse después. Muchos riesgos. No acaba de funcionar Kroos y Danilo pierde el pulso con Carvajal. Y enfrente Piqué se crecerá con la pitada adversaria, Neymar tratará de confirmar su graduación con nota e Iniesta, que ha dicho que los Clásicos "le ponen como una moto" (algo poco habitual en él), estrenará brazalete.
Y todo en medio de un Estado de sitio policial con un triple anillo y advertidos por la alerta en grado 5 que rodeará al Santiago Bernabéu tras los atentados en París y la cancelación del Bélgica-España y el Alemania-Holanda. En este clima prebélico, el fútbol debe actuar como lo que es, un entretenimiento, una vía de escape, ocio. Más de 500 millones de personas presenciarán el choque con un palco lleno de jueces y jeques, la nueva faunia de un hábitat que hasta no hace tanto pobablan banqueros y políticos. Con esteladas o sin ellas. Pero por encima de todo hay un partido de fútbol. Probablemente el mejor que se pueda ver en el planeta: el Clásico.
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