El Betis se desangra y un futbolista, posiblemente el más importante del equipo, quizás también el de mejor sueldo, sólo piensa en sí mismo. Hasta lo insoportable. Hasta lo intolerable. Hasta lo sancionable. Ruben Castro, un egoísta crónico que se retrató de mala manera ante el Real Madrid en el funeral del equipo que le paga. El fútbol es de los aficionados, pero hay jugadores que siguen convencidos de que les pertenece a ellos. De que son más importantes que el club y el escudo por el que compiten.
Cuando con 0-3 en el marcador, Juan Carlos Garrido decidió retirarle del campo para dar entrada a Vadillo, Rubén Castro se lo tomó con calma. Torció el gesto, se acolchó en los gritos de ese beticismo que no soporta al técnico y, como recreándose, abandonó la escena a cámara lenta. Como si el resultado fuera ya lo de menos. Aireando que un partido sólo tiene sentido mientras lo juega él.
Y no fue lo peor. Según ha desvelado eldesmarque.com, el futbolista, herido en su orgullo e indiferente con el del Betis, se duchó, pidió un taxi y dejó el Villamarín antes de que acabara la contienda. Muy profesional. Cuando la plantilla se encerró después durante dos horas en los vestuarios para debatir sobre la crítica situación del equipo, el supuesto responsable de los goles, que ya no llegan, no estaba.
El mismo futbolista que hace siete días, ante Osasuna, se desentendió del balón porque su lanzamiento de penalti se estrelló en el larguero. Porque lo importante, al parecer, era maldecir su mala racha en vez de perseguir una segunda oportunidad o pelear junto a los compañeros para evitar la contra del rival. El mismo que tras caer eliminado de la Copa del Rey hasta lo aplaudió con una frase, quizás comprensible en el fondo, pero malsonante en términos deportivos: “Es un alivio haber caído en la Copa”.
Ruben Castro merece un reproche institucional por su egoísmo poco profesional. Su comportamiento ilustra sobre la realidad del Betis, explica nítidamente su enfermedad actual.
