En cuatro años, tres semifinales de Champions. Lo que antes de la era Simeone parecía una utopía psicotrópica es peligrosamente real para un Atlético de Madrid que supo resistir al corazón y al ángel del patito feo que se paseaba por Europa como un cisne.
Tras un prólogo espectacular, con el 'Underdog' de Kasabian rompiendo tímpanos, miles de banderas trufando la grada e incluso fuegos artificiales en el cielo de Leicester, el partido comenzó en medio del rugido de la marabunta.
Sorprendió de inicio el 4-4-2 de Simeone, no ya por el dibujo en sí sino por la licencia de introducir a Giménez en el centro del campo, adelantando a Carrasco a la punta y sentando a Fernando Torres. Experimento en un puñado de duelos pasados, lo del charrúa en la sala de máquinas es ya una realidad merecedora de partidos de gala.
Las primeras sacudidas fueron azules. Empujados por el calor de una afición que festejaba el partido de su vida, los hombres de Shakespeare se mostraron menos rácanos en los primeros cinco minutos de la vuelta que en todo el choque de ida.
Nadie conocía a nadie en cuanto a la tenencia de pelota. Dos equipos que gustan de esperar al rival agazapados se rifaban una bola que les estorbaba en posesiones insulsas. Sólo el vértigo de la conexión Vardy-Okazaki traía fútbol a la ribera del río Soar.
Fue justo cuando el Atleti parecía perder el control del partido cuando el Leicester recibió de su propia medicina: primer disparo a puerta colchonero; primer gol. Cabezazo teledirigido a la cepa de Saúl, que siempre grita "presente" en las grandes ocasiones.
Mahrez volvió a avisar en volea al muñeco y Carrasco contestó con uno de sus slaloms irreverentes, pero el marcador no se movería hasta el descanso. Jugadores a vestuarios y la inevitable sensación de que Simeone, reservón en el planteamiento inicial, tenía el partido donde deseaba.
La segunda mitad arrancó con Ulloa y Chilwell sobre el verde en los locales. Shakespeare prescindía de Benalouane y de Okazaki para explotar más las bandas y perseguir un juego (aún) más directo. Griezmann estuvo a punto de emborronar esa hoja de ruta, pero optó en el mano a mano por el pase de la muerte a Carrasco y éste optó por desmayarse en el césped en lugar de abalanzarse sobre el cuero.
Lucas sustituía a un tocado Juanfran, desplazando a Savic al lateral diestro colchonero y la llama del Leicester parecía volver a menguar. Hasta que un barullo en el área, territorio amigo para el Leicester City, fue aprovechado por Vardy para remachar un gol de pillo.
Con el Atleti acogotado por un Leicester redivivo, Lucas salvó un tiro con veneno que parecía despistar a Oblak. Savic evitó de nuevo el drama y fue entonces cuando el 'Cholo' decidió que tenía que estirar al equipo: Torres dentro, por Carrasco, y una contra como esperanza para dejar de sufrir.
Correa fue el segundo cambio de Simeone, sustituyendo a un Filipe que ya formaba de interior, con Lucas a su espalda. Ese murmullo tan 'British' que acompañaba cada balón a la olla de los azules ponía a prueba los corazones.
La salida del campo de Morgan, que llegaba al partido tocado y rompió a hundido, alivió un tanto la presión sobre Oblak. Tuvo alguna carrera a campo abierto más que interesante el conjunto español para finiquitar el duelo, pero pocas veces escogió la opción correcta en los últimos metros. El Leicester se diluyó, sin piernas ya, y el baile de la Cenicienta terminó sin zapato de cristal. El Atleti, inmenso, parece ver ya en las semis de Champions una rutina. Bendita costumbre.
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