Roger Federer, el George Clooney del tenis, acababa de derrotar a su compatriota Stan Wawrinka cuando Jim Courier, aquel bateador pelirrojo que llegó a liderar la ATP, le asaltó micrófono en mano. Finalizando tan ceremoniosa entrevista en el centro de la pista Rod Laver de Melbourne el suizo aparcó su corrección habitual y declaró divertido: "Hace unos meses Nadal y yo estábamos más para hacer un partido benéfico. Ahora podemos jugar la final del Abierto de Australia".
El 3 de noviembre de 2014 Rafael Nadal fue intervenido sorprendentemente de apendicitis en el centro médico Teknon de Barcelona. Era el colofón a un semestre complicado para el manacorí que comenzó a finales de julio, cuando se lesionó la muñeca derecha en un entrenamiento. Comenzaba así el descenso de Rafa a los infiernos. Había arrancado el año en el número 1 del ránking, pero 'solo' pudo ganar cuatro títulos (Roland Garros, Madrid, Río y Doha). Completó el curso con el porcentaje de victorias (81%) más bajo desde 2004 y eso cayó hasta el el puesto número 3 de la ATP.
El indómito Nadal empezaba a dar síntomas de debilidad. Su llegada a Flushing Meadows fue saludada por las siguientes declaraciones de Andy Roddick: "Nadal no terminará su declive en 2015. Probablemente no ganará otro Slam en su carrera". Se disparaban las especulaciones y dos gurús del circuito, los técnicos Larry Stefanki y Nick Bollettieri, coincidieron en que Nadal necesitaba "un nuevo entrenador".
Rafa había perdido el respeto de sus adversarios. Nadal había dejado de dar miedo. El mundo del tenis trataba de asimilar que Rafa podía ser derrotado. No era algo sencillo de entender. Cada peloteo con Nadal se había convertido durante años en una agonía para sus rivales. Cada bola del manacorí pesaba el doble que la anterior mientras Rafa crecía en el fondo de la pista hasta convertirse en un jugador indestructible en la mente de sus adversarios. No había golpe al que no llegase ni passing que no devolviese. Pero eso había dejado de pasar.
Sin embargo, Nadal asumía con naturalidad su humanización. En Australia, Berdych confirmó su crisis de juego eliminándolo en cuartos de final con un 0-6 especialmente doloroso. Esa fue la constante de un año que terminó para Nadal con un balance de 61 victorias y 20 derrotas, rebajando su promedio de victorias al 75% de éxito. De los 23 torneos que disputó ganó tres (Buenos Aires, Stuttgart y Hamburgo). Por primera vez en la última década no conquistaba un Grand Slam, lo que le empujó escalera abajo hasta el quinto puesto.
La España más cainita certificaba su declive. "Es un jugador físico que se ha castigado demasiado", advertían los especialistas más apocalípticos. Rafa analizaba todo con su habitual espontaneidad: "El tenis me sigue haciendo disfrutar y creo que puedo seguir siendo competitivo". Durante un tiempo se especuló con que el manacorí fuera dirigido por John McEnroe, quien defendía que "Rafa puede ganar un par más de Grand Slam si está físicamente bien". Pero Nadal no acababa de estar al cien por cien. Algo que no le impidió cumplir uno de sus sueños: ser abanderado en los JJOO de Río de Janeiro, donde se colgaría un oro olímpico en un partido durísimo de dobles junto a su amigo Marc López.
Nadal había dejado de dar miedo. Pero ahora cada pelota con Rafa vuelve a pesar el doble que la anterior y los peloteos son agonías condenadas al fracaso de sus rivales"
Rafa llegaba renqueante a Río. Pero esa semana de agosto se entregó en cuerpo y alma para ser el de siempre. Y Nadal volvió a dar miedo en la pista. Replicó su mejor versión en las pistas rápidas brasileñas. La del jugador indomable al que había ganarle cuatro veces cada punto, la del zurdo indescifrable que envenenaba cada golpe con toneladas de topspin. En el torneo individual cayó en semifinales en un duelo de pistoleros llegados del más allá ante Juan Martín Del Potro. El argentino le doblegó por 5-7, 6-4 y 7-6 en un partido épico. Después Nishikori le arrebató el bronce no sin sentir cómo el pánico recorría su cuerpo al ver resucitar a un exhausto Nadal en el segundo set.
Hoy Rafa regresa a la alfombra roja del tenis tras tomarse dos meses para recuperarse. Tenía el disco duro demasiado lleno y Charly Moyá ha sido el encargado de formatearlo. Nadal vuelve a dar miedo. Lo puede certificar Raonic, al que levantó seis bolas de sets pese a su terrorífico saque. Preguntado por las dudas, Rafa confirma que es en su cabeza donde reside su éxito, por más que muchos señalen su hercúleo chasis: "No soy una persona muy arrogante, por lo que siempre tengo dudas. Incluso cuando estaba ganando. Eso es bueno porque cuando tienes dudas estás listo para trabajar más. He trabajado duro para tratar de hacer que esto suceda. Estoy muy feliz de porque después de mucho trabajo estoy aquí, especialmente en Australia".
Dimitrov y su travesía por el desierto
Enfrente estará Grigor Dimitrov, otro jugador que viene de una peculiar travesía por el desierto. Aparece en estas semifinales subido a la mejor racha victoriosa de su carrera, con 10 triunfos, todos en suelo australiano. Grigor, que no conoce la derrota en 2017, se coronó campeón en Brisbane liquidando a raquetas tan pesadas como las de Thiem, Raonic o Nishikori. A sus 25 años despliega un catálogo tenístico en el que destacan sus buenas piernas, un picante revés a una mano y unas gotas de magia con golpes imposibles.
Dimitrov se ha 'nadalizado'. Jugador de mentalidad frágil en otro tiempo, ha somatizado su depresión tenística desarrollando una fortaleza mental desconocida en él. Cierto es que su bagaje con Nadal es desalentador (7-1 en contra), pero su único triunfo llegó el pasado mes de octubre. Punto de inflexión que le hizo volver a creer en sí mismo cuando muchos le veían como un 'zombie' del circuito. El búlgaro se metió en las semifinales de Wimbledon en 2014 tras derrotar a Andy Murray. Desde entonces confiesa que "todo ha transcurrido en una constante montaña rusa". Llegó a ser octavo del mundo en agosto de 2014 para caer hasta el punto 40 en julio de 2016. Ahora puede entrar en el Top Ten. Pero enfrente tendrá a un marciano. Rafa se enfrenta a su última 'nadalada': ganar un Grand Slam tres años después. ¡Vamos!
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