Cuando le tocó perder, España no supo hacerlo. Una forma decepcionante de arruinar una imagen que había crecido alrededor de los buenos resultados. La selección que se muere fue bandera del fútbol bien jugado y bien comportado. Ganó, ganó mucho, pero sobre todo supo siempre estar a la altura, cosida a la elegancia, la deportividad y las buenas maneras. Pero cuando perdió, dejó de ser ese caballero y bajó incluso al matonismo. Su corrección era simplemente fruto de la victoria, se concluye. En las malas, muchos de sus futbolistas enseñaron la patita. No era educación, ni premio Príncipe de Asturias, eran las victorias y los títulos, que mejoran la urbanidad y el humor de los protagonistas. Gracias a unos pocos, queda claro que aquello fue un camelo.
Lo dijo Del Bosque, no sin preocupación, en una entrevista pocas semanas antes del gran torneo: "Si llega la derrota, me sabría mal que nosotros no supiéramos estar. Si perdemos, pues... Para lo bueno y para lo malo tenemos que dar ejemplo de vida". Pero no fue así. Cuando llegó la derrota, algunos mancharon el traje inmaculado de la selección. Algunos confirmando que sobraban incluso en la victoria, que la santidad ya no era mayoría. Y hasta uno de los ejemplares, Xavi, el responsable del estilo y la educación, tuvo un mal final negándose a jugar el último partido por los pucheritos de verse apartado del segundo por sorpresa. No, Xavi, no, usted, que ha sido tan grande y tan responsable de las cosas buenas, no podía dedicarse un final tan bajo. Como tampoco Villa, por más dolor que le causase su despedida, puede montar el número egoísta que dejó tras ser sustituido. Los jugadores, egoístas hasta en los funerales. Y luego esa llegada clandestina a Madrid, dejando plantados a un montón de hinchas que querían corresponder a la eliminación con cariño en vez de con reproches.
Pero lo peor son esos tipos que ya se veía que sobraban en el perfil de esta selección. Como el que lo ha ensuciado definitivamente todo, el que ha conseguido que lo que pretendía ser recordado como un adiós decoroso recorra el planeta bajo el sobrenombre de intolerable macarrería. Un lateral que ya por su forma de juego y sus protestas, sus patadas y sus teatros, ya no pegaba en el estilo de vida de un equipo que, más que jugar a otra cosa, se comportaba de otra forma. Como sobraban en ese esqueleto de formalidad tipos como Arbeloa, ya fuera, o Busquets, siempre cercano al teatro y a las reclamaciones. Lo de Alba, amenazando con reiteración a un periodista e insultándolo en el viaje de regreso, le invalidaría como futbolista de cualquier equipo, pero sobre todo de uno que aspira a ser ejemplo de vida como la selección. Aunque Matallanas hubiera dicho en esa comida lo que le contaron al lateral azulgrana, su numerito ensuciador no estaría justificado. Un bochornoso incidente que la Federación ha dejado correr sin intervenir. Un cierre espantoso a la mejor época del fútbol español.
Si Del Bosque sigue, que no debería, lo primero que haría, si conserva sus saludables principios de siempre, es bajar para siempre a Jordi Alba de este equipo. No es digno de su escudo. Sobra. La selección española nunca puede ser la puerta de una discoteca.
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