Probablemente, muchos relacionen el nombre de Françoise Bettencourt Meyers con una de las familias más poderosas del mundo. Sin embargo, no todos sean capaces de poner rostro a la mujer más rica del mundo. Un título que hace unos días 'Forbes' le otorgaba por tercer año consecutivo (gracias a una fortuna de 73.000 millones de euros), tras situarse en el undécimo puesto de su famosa lista, siempre liderada por hombres, y que este año ha catapultado al francés Bernard Arnault a la primera posición, destronando al mismísimo Elon Musk.
Famosa desde su nacimiento, Françoise Bettencourt es la única hija de André y Liliane Bettencourt, durante años uno de los matrimonios más poderosos de Francia, y nieta de Eugène Schuelle, fundador del grupo L´Oréal.
Aunque su nombre acaparó la atención desde pequeña, la vida de la heredera de la compañía cosmética ha estado marcada por la sobreprotección durante su infancia, un gran escándalo familiar y la austeridad y discreción de la que disfruta en la actualidad.
Una lujosa y atípica infancia
Fue el 10 de julio de 1953, en Neuilly-sur-Seine, cuando nació Françoise Bettencourt en el seno de una de las familias más ricas de Francia. Algo que, lejos de proporcionarle una vida cómoda y sin dificultades, probablemente condicionó su forma de ver el futuro. Sus padres, Liliane y André, formaban parte de los círculos de la alta sociedad parisina con los que se reunían en fiestas y grandes cenas. Un ambiente en el que aseguran la pequeña no encontró siempre su lugar.
Françoise Bettencourt fue educada en la prestigiosa Escuela Marymount de Neuilly-sur-Seine, una localidad adosada a París donde se reunían las familias más adineradas de la ciudad. Cada mañana, un chofer privado la llevaba hasta la entrada donde, horas más tarde, era recogida junto a un guardaespaldas. Para su madre, su seguridad era una prioridad, ante el temor a un secuestro como el que vivió el hijo del dueño de Peugeot. Una preocupación que incluso llevó a sus padres a enviarla un tiempo a Nueva York.
A pesar de las ajetreadas agendas del matrimonio Bettencourt, la familia hacía todo lo posible por pasar tiempo junta. Así lo aseguró en 2010 Françoise Bettencourt a ‘Le Figaro’, donde dijo: “Éramos una familia unida y cómplice, amábamos compartir las cosas simples de la vida, nuestro oxígeno”.
En algunas de sus escasas entrevistas, la empresaria también recordó la buena relación que mantenía con su madre: “Mi padre estaba a menudo fuera por sus obligaciones políticas. Con mi madre, que es muy inteligente y curiosa, nos divertíamos visitando museos a la carrera, deteniéndonos solo frente a las obras que más nos gustaban”.
La complicada relación con su madre
Una buena relación que, según aseguran los mentideros, llegó a su fin a partir de 1972, cuando Françoise Bettencourt conoció a Jean-Pierre Meyers, un joven de por entonces 23 años (ella tenía 19), que parecía tener todo para conquistar a la heredera del imperio: brillantes estudios y una buena y temprana carrera en la banca. Sin embargo, la historia de su familia no fue vista con buenos ojos por Liliane Bettencourt. Meyers procedía de una familia judía y Bettencourt era católica.
A pesar de que no era lo que habían deseado para su hija, cuentan que los padres de Françoise acabaron cediendo y Françoise y Jean-Pierre celebraron su boda, en la más estricta intimidad, tras la que la heredera añadió Meyers a su apellido.
Aunque aseguran que este matrimonio fue el inicio del distanciamiento entre madre e hija, su relación saltó por los aires en el año 2008 cuando, poco después de la muerte de su padre, Françoise Bettencourt Meyers emprendió acciones legales contra François-Marie Banier, un íntimo amigo de su madre, a quien acusó de haberse aprovechado de la debilidad mental de Liliane, cuyo estado de salud estaba ya deteriorado.
Este fotógrafo y escritor fue una de las más de diez personas que la heredera llegó a sentar en el banquillo (incluidos el enfermero, el administrado y el extesorero de su madre) y al que acusó de haberse apropiado de más de mil millones de euros entre regalos, donaciones y otros conceptos.
Este escándalo, que ocupó las portadas de los periódicos de todo el mundo, sacando a la luz trapos sucios de la familia, inició una batalla legal entre madre e hija. Y es que unos años más tarde, en 2010, fue Liliane quien denunció a Françoise, quien estaba dispuesta a retirar la capacidad a su madre al considerarla incapaz de gestionar su fortuna, por “violencia moral”. En un comunicado difundido por su abogado, Liliane rechazaba haber sido “víctima de nadie”.
Durante años, este escándalo removió los cimientos de la política y la sociedad del país, hasta tal punto que en 2013, la justifica francesa imputó al expresidente Nicolas Sarkozy, quien finalmente fue exonerado, un delito de abuso de debilidad de Liliane Bettencourt para obtener financiación.
En el año 2015, François-Marie Banier fue condenado por un tribunal de Burdeos a tres años de cárcel, una multa de 350.000 euros y el pago de una indemnización de 158 millones a Françoise Bettencourt. En 2017, unos meses antes de morir Liliane, el fotógrafo y la heredera llegaron a un acuerdo para frenar los procesos judiciales que les mantenían enfrentados. Un acuerdo cuyos detalles no fueron revelados, y tras el que hay quien sospecha estuvo la mano de la gran Liliane Bettencourt, quien fallecía en el mes de septiembre.
Su discreta y austera vida personal y profesional
Tras la muerte de su madre, Françoise Bettencourt Meyers tomó el relevo como la mujer más rica del mundo. Un título que no parece haber cambiado para nada su forma de vida. “Olvida su nombre y verás a una mujer que no podría ser más normal” señaló hace años su amigo Olivier Pelat.
Y es que a pesar de su fortuna y su posición, la nieta del fundador de L´Oréal disfruta del que para ella es el mayor de los lujos, el anonimato. Aunque a muchos cueste creerlo, ha conseguido una vida discreta, alejada del poder y la fama.
Aseguran quienes la conocen que prefiere viajar en aviones comerciales que en jets privados, que disfruta de su pasión por el piano y la escritura (ha publicado varios libros sobre estudios bíblicos, religión y mitología griega) y que corre habitualmente por el Bois de Boulogne en chándal y con una gorra, consiguiendo pasar completamente desapercibida. Dicen que el único lujo que se permite ocasionalmente es ir a un lujoso restaurante chino de París.
Junto a su marido y sus dos hijos, Jean-Victor y Nicolas, Françoise Bettencourt Meyers posee en torno al 33 por ciento de las acciones de L´Oréal, la empresa cosmética más grande del mundo, que cuenta con más de 35 marcas, entre ellas Maybelline, Garnier y NYX. Con ella, ha conseguido duplicar la fortuna que heredó tras la muerte de su madre en tan solo cinco años.
Aunque ostenta el cargo de vicepresidenta de la empresa familiar, la gran dedicación de Françoise es la fundación Bettencourt Schuelle Foundation, de la que es presidenta. Una organización que apoya proyectos científicos, culturales y artísticos que ha financiado numerosos proyectos, entre ellos parte de la reconstrucción de la Catedral de Notre Dame tras su incendio en 2019, para el que donó 200 millones de euros.
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