El presentador nos descubre su vida más personal y recuerdos de la infancia y adolescencia con tintes de ironía y humor en su último libro ‘¡De rodillas, Monzón!’ en el que el presentador, padre de tres hijos, y hombre polifacético, -licenciado en Medicina y que ejerció como médico, entre otras cosas-, comienza su último libro relatando sus orígenes en una aldea de manchega en un contexto de la España franquista.
“Pertenezco a una generación que conoció los campos de Castilla tal y como los vio el Cid camino del destierro. Cuando yo era pequeño, la luz eléctrica no había llegado a todos los rincones de España y el agua todavía se sacaba de los pozos”. Con estas palabras recuerda su pueblo conquense, La Puebla del Salvador, en la que pasó algunos años de su infancia.
Si algo echa de menos de esa época es la libertad. "Los niños andaban sueltos, condición de la que ahora no disfrutan ni los perros", reflexiona mientras rememora las peleas a pedradas o el salvajismo con los animales.
Su cabeza a prueba de golpes y la fimosis
En el libro relata muchas anécdotas de la infancia, como en la que se fue de bruces contra la pared e ironiza sobre el tamaño de su cabeza: “En otra ocasión, para conseguir mi propósito tomé carrerilla y me lancé de cabeza contra la pared. Sonó un golpe seco, como cuando cae una manzana al suelo. Retumbó el tabique y caí al suelo grogui, con gran susto de mis padres, que pensaron que se habían quedado sin niño. El hecho de que me encuentre describiendo aquel episodio indica que no fue así. Por suerte, todo lo cabezón que era en sentido metafórico, lo era también en el anatómico, y no quedó demasiado claro cuál de los elementos que impactaron, cabeza y tabique, se llevó la peor parte”.
También cuenta el momento en que temió que el médico le operara de fimosis: “Finalmente, rebasado por la vergüenza, accedí a sus deseos y me quité la ropa solo para comprobar que se confirmaba el peor de los casos: ¡me echó mano al pito! En un microsegundo volví a lanzar una mirada triangular hacia mi madre, hacia el señor y hacia su mano. Allí nadie decía nada, se comportaban como si todo fuera normal … De pronto todo pegó un giro inesperado. El médico se dio la vuelta y dijo: -Está bien, no hay que operar. … Me puse de pie junto a mi madre lanzándole una mirada que significaba ‘Vámonos de aquí ¡Ya!’. No fuera a ser que el médico le hubiera cogido el gusto a aquello y se le ocurrieran nuevas ideas".
La enfermedad mental de su madre
Pese a que el humor es uno de los rasgos a destacar, escribe que “no se toma las cosas en broma”. Aquí tuvo mucho que ver la enfermedad mental que padeció su madre que hizo que él y sus hermanos se quedaran sin ella a una edad temprana: “No creo que la ironía y el humor sean cualidades innatas a mi persona, en realidad soy más bien serio, tiendo a trascender y a obsesionarme. No me tomo las cosas en broma. La lectura humorística de la realidad no es natural, es estratégica, una herramienta eficaz para superar una vida caracterizada por esa carencia afectiva que me ha condicionado”.
Wyoming escribe también sobre cómo vivió la enfermedad de su madre: “La primera imagen que recuerdo de ella es entrando en casa con unos tebeos en la mano. Nos dio uno a cada uno. Venía del “sanatorio”, que era como llamamos siempre en mi casa al hospital donde estaba ingresada. No es fácil que un niño de cuatro o cinco años entienda por qué su madre viene de visita y por la tarde se vuelve a marchar. Te decían que estaba mala, pero tú la veías bien. No se prodigaban en explicaciones, por otro lado imposibles, porque tampoco los adultos entendían ni entienden el proceso de la depresión (…) La medicación fue aumentando y empezaron con tratamiento de 'electroshock'. Nunca se recuperó. Sufrió un deterioro progresivo que la incapacitó del todo”.
Monzón tuvo que amoldarse después a estar en la casa de sus abuelos, en la que había más personas y a la que llegó usando como medio de transporte el tractor. Allí tuvo que conformarse a un colchón de lana, en el que se hundía, con el orinal bajo la cama, la lámpara con perilla y la inexistencia de váter, en su lugar, un agujero en un cuartucho que daba al piso en el que estaban las gallinas, que devoraban los excrementos de ipso facto.
Su adolescencia en el barrio de la Prospe
De las tierras áridas de Castilla se mudó al madrileño barrio de Prosperidad, coloquialmente conocido como 'La Prospe', en un paisaje de descampados, billares y colegios represivos. Como su familia regentaba una farmacia, tuvo un temprano conocimiento (teórico) de las drogas antes de que existiera una ley contra ellas: “Los farmacéuticos eran también camellos legales sin pretenderlo”.
“Durante un tiempo, sin saberlo, vivimos en un estado de psicodelia que sería al envidia de los asistentes al festival de Woodstock”. Era una época en la que en España la guardia civil te podía amonestar por estar tocando la guitarra o cantando en una playa en Jueves Santo, en la que Salomé cantaba en Eurovisión mientras se celebraba el festival de Woodstock.
La represión y el terror en la escuela, y su desapego a la religión
Wyoming describe el régimen represivo y del terror que sufrió en su primer colegio: “Nunca, en ninguna otra época de mi vida, han obtenido de mí tal rendimiento. No era un método docente apropiado para los niños, como se podrá comprender, sino la constatación de que el terror somete”.
La religión también impregnó su infancia y ahí desarrolló su rechazo a ella. Por ello su opinión sobre los curas es clara en el libro: “Su salvación depende de que todo lo que predican sea un cuento chino, y lo saben. Si fuera cierta la existencia de un dios todopoderoso y justo, representarían en el más allá la viva imagen del cementerio de neumáticos de Seseña, una masa negra ardiendo por toda la eternidad”.
El Opus Dei y la Falange
De su padre, un excombatiente, -que nunca quiso hablar de la guerra-, también tiene buenas palabras: Nunca tuvo la tentación de echarnos de casa, que era lo que nos ganábamos a pulso”. “Todo lo que ganó lo ahorró para sus hijos. Qué puedo decir, fue el mejor de los padres”.
Después del colegio de curas pasó al Instituto Ramiro de Maeztu. En esta misma época tuvo una breve experiencia con el Opus Dei y con la organización falangista OJE (Organización Juvenil Española). “Un niño que se ha criado entre curas del nacionalcatolicismo, pasando por un club del Opus y el Frente de Juventudes, y ha sobrevivido, no sé si es portador de valores eternos, pero sí de un sistema inmunitario que le convierte en casi inmortal”. A los 14 años, en 1968, sus padres le mandan a Irlanda a aprender inglés.
La música marcó su vida y el destino de la gente de su época
Vivió el suicidio de Manolo, el teclista de Los Bravos, algo que fue un shock. La música abrió nuevas puerta y dio un giro a su vida: “A través de los Beatles, nos entró todo lo demás. Todo mezclado, el rock, el inevitable conflicto generacional de aquellos días, la rebeldía innata de la juventud, la lucha contra la dictadura, las ansias de justicia y libertad: nos dejamos crecer el pelo... La música fue como la llamada de la selva, un toque a rebato, una señal de que existía otro mundo, de que otra vida era posible”.
La primera imagen de la Facultad de Medicina fue impactante, la de la policía con metralletas, ya que el curso anterior hubo una huelga general con boicot a los exámenes: “Te obligaba a tomar partido. En ese mismo instante concluí que allí estaba el enemigo. Acerté… No hacía falta ser comunista. Los hippies, los roqueros, los artistas, cualquiera que aspirara a tener una vida que no fuera dictada por el poder se convertía inmediatamente en antifranquista”.
Su viaje a Ámsterdam para perder la virginidad
Después “fue consciente de que su reino no era de este mundo y que había que buscar una salida” y cogió el tren rumbo a Ámsterdam: “La distancia, que aumentaba según iba avanzando el tren, cortaba un cordón umbilical que ya no daba más de sí. En aquel andén dejábamos la infancia. Exportamos nuestra virginidad para donarla en tierras europeas con mucho gusto. Fuimos a poner una pica en Flandes”.
“El padre de mi amigo, que se llamaba Paco, se acercó antes de partir el tren y nos dijo: “Usad siempre condón”. Yo me quedé muy cortado porque parecía que nos había leído el pensamiento. El propósito principal de aquel viaje era perder la virginidad. Del mismo modo que partieron las carabelas a descubrir un nuevo mundo, nosotros iniciábamos aquella aventura con el fin de adentrarnos en el mundo del sexo. Aunque fuera un poquito. Teníamos más hambre que el pavo de una rifa”.
“Me corrí como un tonto y disimulé el orgasmo”
Antes de que él llegara ya estaban allí su hermano y otro amigo. El viaje lo describe como el contrario al de San Pablo en su viaje a Damasco, que vio la luz y quedó ciego, “nosotros nos pusimos ciegos y vimos la luz. Aquel fue un viaje iniciático. Cambió mi vida y me hizo abrazar ideas que han guiado mis pasos para siempre” y comprobó “lo gratificante que era hacer uso de la libertad”.
El presentador cuenta también cómo perdió la virginidad y no fue de la mejor forma: “No conseguí que el pene alcanzara una consistencia suficiente y, como estaba cantado, en cuanto conseguí entrar, después de mucha maniobra, me corrí como un tonto. La chica se quedó esperando, porque, claro, yo había disimulado el orgasmo, y cuando se percató de que ya había terminado exclamó algo parecido a 'shit', pero en holandés. Y salió pitando de la cama, supongo que a lavarse. Abochornado, permanecía callado cuando regresó. Me dio las buenas noches, se giró dándome la espalda y se durmió. Yo lo agradecí, no estaba para muchas explicaciones”.
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