Recordemos que Isabel Pantoja salió en libertad condicional el pasado marzo. Desde entonces se enclaustró en su finca de Cádiz, con su madre y con su hermano Agustín. Y desde entonces, apenas ha salido de su casa media docena de días. Han sido salidas fugaces, rápidas.
Sí fue al bautizo de su nieta, la hija de Kiko. Eso sí. Quienes estuvieron en aquella celebración cuentan que la Pantoja se recluyó en un salón aparte. No quería el contacto con el grueso de los invitados. Las voces más alarmistas hablan de un estado emocional muy decaído y preocupante.
Las malas lenguas quieren señalar a su hermano Agustín como presunto instigador del aislamiento. Yo no lo creo. Es fácil atacar a la persona que ante una situación grave toma las riendas del asunto. Es fácil, pero suele ser injusto.
Entiendo que la férrea reclusión de la Pantoja es una decisión propia de la cantante. Y es hasta una decisión previsible. Lo dicen los expertos en psicología: pasar por la cárcel puede resultar muy traumático. Cuando alguien sale de prisión le puede costar fácilmente seis meses recuperar el estado anímico. Eso, con suerte.
En el caso de Isabel Pantoja hay que contemplar, además, su gran popularidad. Tiene su lógica que tenga miedo a exponerse a los demás, y un terror al exterior, incluso. Mentalmente no se encuentra fuerte para dar explicaciones, ni siquiera explicaciones breves. El problema toma mayores dimensiones porque algunos amigos de la Pantoja, que antes tenían acceso a la cantante, se sienten apartados. Y trasmiten con susto que Isabel apenas duerme, que apenas come, y que apenas habla.
Pero Isabel Pantoja no está sola. Tiene a su hermano Agustín, y tiene a sus hijos Kiko y Chabelita. En todo esto, lo más importante está en saber si la Pantoja necesitaría también el consejo y la ayuda de profesionales médicos. Porque la preocupación por ella es alta, sostenida, creciente. Eso, seguro.
Ahora en mi blog de @voz_populi https://t.co/mf2T1B4AIP
— Carmen Ro (@carmenro_tv) June 21, 2016
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