Pensar en el Algarve es llevar la mente a las relajantes playas de arena blanca y aguas cristalinas con las que cuenta el sur de Portugal. A su singular costa, plagada de barquitos pesqueros. Y a los días de verano en los que los días son luminosos y las noches se alargan.
Pero el Algarve, y su capital, Faro, tienen mucho más que ofrecer a sus visitantes a todos los niveles: histórico, cultural, gastronómico y natural, sin la necesidad de ir a visitarlo en temporada estival. Un destino perfecto para disfrutar en cualquier época del año que se adapta a todo tipo de públicos y viajes.
Faro es considerada la puerta de entrada al Algarve, y eso es gracias a que esta ciudad cuenta con un importante aeropuerto internacional que atrae viajeros de diferentes puntos de Europa. En ocasiones, Faro se ha convertido en el punto de conexión entre el extranjero y las playas del sur de Portugal, sin embargo, la ciudad es un enclave ideal al que viajar con detenimiento para descubrir desde lo más profundo de su historia.
Patearse la Cidade Velha
Por esta ciudad pasaron romanos, visigodos, árabes y cristianos que dejaron una huella imborrable entre sus calles, es por eso que callejear por su Cidade Velha, la Ciudad Vieja de Faro, es indispensable.
Perderse entre las calles adoquinadas del casco histórico de Faro es lo primero que el visitante debe hacer. Sus serpenteantes calles llaman la atención por lo blanco de sus fachadas y por las luminosas plazoletas a las que se abren. Justo en el centro, se encuentra su catedral, la Sé de Faro, que construida sobre unas ruinas romanas del siglo XIII ofrece al visitante la posibilidad de vislumbrar toda la ciudad y la ría desde su torre.
Muralla romana
Este casco antiguo de la ciudad de Faro está rodeado por una muralla de origen romano que más tarde fue ampliada por los árabes. Una joya, nombrada monumento nacional en 1910, en la que destacan sus dos torres albarradas, que tenían la función de proteger la entrada del Arco do Repouso, uno de los principales accesos al centro de la ciudad. Es uno de los grandes monumentos históricos de la ciudad, especialmente, por haber sobrevivido a los ataques de los corsarios ingleses y al gran terremoto de Lisboa de 1755.
Una capilla de huesos
Visita obligada (y cuanto menos sorprendente) para cualquier turista es el osario de la iglesia de Nossa Senhora do Carmo. Una capilla recubierta por los huesos de 1200 frailes pertenecientes a los Carmelitas, la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, que sirvieron en la propia iglesia y que fueron exhumados en 1816 de un cementerio cercano con la intención de demostrar la brevedad de la existencia humana.
Aventura local
Los amantes de la naturaleza encontrarán su espacio y su plan en la Reserva Natural de Ría Formosa, un humedal que acoge un archipiélago de islas considerado uno de los tesoros más preciados del Algarve y de todo Portugal. Fue nombrado Reserva en 1978 y entre las 18.000 hectáreas que lo acogen se encuentran cientos de especies de aves además de las famosas granjas de marisco de Portugal.
Además, ofrece la oportunidad a los visitantes de poder disfrutar de un recorrido en kayak de más de 60 kilómetros a través de los cuales descubrir sus playas, sus dunas, marismas, lagunas y bancos de arena desde otro punto de vista.
En barco o buceando
No se puede ir a Faro sin visitar sus islas, pues su archipiélago, compuesto por cinco islotes, rodea y custodia la ciudad desde el océano. Con sus siete kilómetros de playa, Isla Barreta, también conocida como Isla Desierta, cuenta únicamente con un edificio convertido en restaurante mientras Isla Culatra está poblada todo el año, especialmente por pescadores. Además, cualquiera de las cinco islas permiten a los amantes del mar disfrutar de ellas, también desde el fondo marino, puesto que la claridad de sus aguas permite vislumbrar hasta 15 metros de profundidad.
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