Economía

Abengoa, la multinacional andaluza que abarcó demasiado

El pinchazo de Abengoa es uno de los mayores fracasos de la historia empresarial española. Tuvo éxito durante décadas, hasta que una estrategia errónea propició una deuda inasumible

En esta serie de la prehistoria de las empresas, siempre hemos contado historias de éxito, de negocios que siguen vivos en la actualidad, incluso cuando han pasado ya sus mejores años. Hoy, sin embargo, tratamos de un fracaso, de un ejemplo claro de quiero y no puedo que ha arruinado a miles de accionistas, y ha costado muchos millones de euros al erario, además de a otros muchos deudores. Cox Energy se hizo el pasado martes con todas las áreas de negocio de Abengoa, asumiendo las deudas, los pagos pendientes a la seguridad social y los atrasos pendientes de las nóminas de los empleados. La absorción puede garantizar los empleos de cerca de 10.000 personas, tras sufrir un concurso de acreedores en verano de 2022; algo que parecía impensable antes de la crisis de 2008. Pero retrocedamos mucho más atrás en el tiempo.

Javier Benjumea Puigcerver nace en Sevilla en 1915 en el seno de una familia burguesa (un tío suyo fue conde y ministro con Primo de Rivera y otro, también conde, lo fue con Franco, además de gobernador del banco de España). Con 14 años -él es el único varón, tiene cuatro hermanas- pierde a su padre, lo que da mayor importancia a la relación con sus tíos, que lo apoyan. Javier estudia en los jesuitas, y amplía su currículum como estudiante en Lieja y Madrid, donde obtiene su título de ingeniería. En 1941, apenas un año después de terminar sus estudios, lanza la idea de fundar una empresa para la fabricación de contadores eléctricos monofásicos de cinco amperios. Se llama Abengoa por una composición usando los nombre y apellidos de sus primeros socios, siendo él el que aporta más letras: Abaurre Fernández Palasagua, Benjumea Puigcerver, Gallego Quero, Ortueta Díaz-Arce y Abaurre Herrero de Tejada.

Su primer objetivo fue un rotundo fracaso, la situación de la economía española tras la Guerra Civil y en medio de una guerra mundial, imposibilitaba la obtención de las materias primas necesarias como para comercializar a gran escala el prototipo. Sin embargo, se reconvierten en firma de reparación y mantenimiento de motores. Van progresando, amplían actividades con el diseño y la ejecución de montajes eléctricos, y en 1944 empiezan a trabajar para Renfe. Con la señalización de vías y la construcción de catenarias, el negocio se va ampliando y en 1947 abren una delegación en Madrid.

A partir de ahí todo fue rodado. Las buenas relaciones con el gobierno de entonces les aseguran buenos contratos nacionales y en la década de 1960 empiezan a operar en Latinoamérica. En esa misma década participan en la construcción de la primera central nuclear española: Zorita. En la siguiente la expansión continúa con clientes como Telefónica, además de crecer tanto en automoción como en el sector químico. Ya en la década de 1980 desarrolla su primer parque eólico.

El poder de Javier Benjumea

En todo este tiempo el poder de Javier Benjumea es enorme. Es el gran cacique industrial de Sevilla, tanto en el franquismo como en la democracia (fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1990 por una Junta gobernada por el PSOE). Tiene múltiples inversiones más allá de Abengoa, en el sector minero, sobre todo (llegó a formar parte de la presidencia ejecutiva de Unión Explosivos Río Tinto); y también fue consejero de empresas tan conocidas como Técnicas Reunidas o Compañía Sevilla de Electricidad (que en 2002 se integró en Endesa). Tuvo trece hijos y falleció en 2001. Dos de sus hijos, Felipe y Javier (de nuevo los únicos varones) asumen la dirección colegiada de Abengoa en 1991.

La empresa sigue creciendo y ampliando actividades. En 1996 salen a bolsa y sacan el 30% de la compañía al Mercado Continuo, y en 2000 amplían capital para adquirir a Befesa (que años después venderán y hoy cotiza en la bolsa alemana). Desde 2005, se impone el deseo de Felipe de gastar cada vez más en investigar, promover, construir y gestionar las grandes plantas termo solares y las refinerías de biocombustibles. El negocio tradicional no podía cubrir los gastos de estas nuevas inversiones, claramente erróneas por su ambición, y en 2006 la deuda supera los 1.000 millones de euros.

Un año después, Felipe Benjumea se hace con el control desplazando definitivamente a su hermano Javier. Es 2007 y se inicia lo que luego será conocido como la Gran Recesión; una crisis que castiga especialmente a las empresas más endeudadas, sobre todo tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008. Por otra parte, la apuesta por las renovables necesitaba de fuertes subvenciones públicas. No ayudaron los problemas financieros de una España agobiada por los problemas de la deuda soberana, que incluso llevaron a que varios países fueran rescatados.

La época del declive

A partir de ese momento, la historia de Abengoa es de desinversiones, ampliaciones de capital, alianzas con socios que acaban escaldados por invertir en ella y varias acusaciones de corrupción. Lo curioso (y una muestra más de lo poco racional que es a veces el mercado) es que a pesar de los importantes -y públicos- problemas de la compañía, llegó a cotizar en el Ibex alcanzando su máximo de capitalización bursátil en 2014 (4.000 millones de euros).

SAle del Ibex definitivamente en 2015, cuando entra en pre concurso de acreedores, del que sobrevive con una reestructuración financiera que otorga un gran poder a la banca acreedora. De hecho, es el Banco Santander el que influye en nombrar como presidente a Gonzalo Urquijo (actualmente consejero delegado de Talgo). La pelea de los accionistas contra él (que defendía más la inversión de los que tenían deuda que de los que tenían acciones) llevó a que fuera cesado en 2020. Este movimiento no ha impedido que estos hayan perdido todo su dinero. Tras dos años sin cotizar, la CNMV excluyó a Abengoa de bolsa en septiembre de 2022.

Es, sin duda, uno de los mayores fracasos empresariales de la historia española. Pero es tan grande su fracaso debido al gran éxito que tuvo durante décadas; un éxito que, quizás, se basó demasiado en subvenciones, apoyos políticos, y contratos con administraciones y empresas públicas.

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