La banca española ve la luz al final del túnel en su saneamiento inmobiliario. Tras diez años desde los primeros signos del pinchazo de la burbuja, el sector financiero está próximo a reducir por primera vez en la crisis su exposición a activos tóxicos por debajo de los 100.000 millones.
Esta cifra llegó a superar los 300.000 millones durante lo peor de la crisis, entre 2011 y 2012. Desde entonces, la creación de Sareb, la venta de activos a grandes fondos oportunistas, el traspaso a través de la red y, sobre todo, las últimas grandes operaciones de Santander y BBVA, están cerca de reducir a un tercio esta cantidad.
La última cifra oficial es de 190.000 millones de euros, facilitada por el Banco de España en su informe de estabilidad financiera de mayo, con datos de finales de 2016. El ritmo estándar de evacuación de activos viene siendo de entre 20.000 y 30.000 millones, a través de la venta en canales minoristas y mayoristas.
Aunque el ritmo de 2017 y 2018 se quedara en la banda baja de esta tendencia (20.000 millones), eso supondría bajar a 150.000 millones dentro de un año.
Grandes operaciones
A eso hay que sumar las grandes desinversiones pactadas y anunciadas por la banca: los 30.000 millones de Popular traspasados a Blackstone; los 12.000-14.000 millones de BBVA que se queda Cerberus, tal y como adelantó ayer Vozpópuli; y los 12.000 millones que está sacando a la venta Sabadell.
Sólo con estas operaciones, y teniendo en cuenta que es probable que salga más al mercado, la banca lograría el objetivo de traspasar el umbral de los 100.000 millones en activos tóxicos.
El nivel de provisiones y la presión del BCE han hecho que se acelere la digestión de activos problemáticos
Esta aceleración no es casual: los bancos están cada vez más presionados por la regulación. Primero por las nuevas provisiones (IFRS 9) que entran en vigor el 1 de enero y, segundo, por la nueva guía de activos morosos del BCE, que penalizará a aquellas entidades que no se den prisas en la venta de activos problemáticos.
Junto a ello influye que las grandes operaciones no podían producirse hasta ahora porque los bancos no tenían provisiones suficientes. Sin coberturas al nivel exigido por los fondos, las entidades tendrían que haber asumido minusvalías. Ahora se dan todos los ingredientes. Y ni bancos ni inversores están dispuestos a desaprovecharlos.
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