Banca

Los 50 primeros días de Saracho en Popular: borrón y cuenta nueva y el foco sobre Ron

El mandato de Saracho en Popular será recordado en al menos dos etapas: la primera, de sus 50 primeros días, en la que se ha enfocado en deshacer lo que no le gustaba de Ron y cargarlo contra el anterior equipo. La junta marca un punto de inflexión. Lo que pase a partir de ahora será atribuible a Saracho.

Con paso firme y sin medias tintas. Así se ha mostrado Emilio Saracho en sus 50 primeros días como presidente de Banco Popular. Y así lo reflejó en su primera intervención pública, en la junta de accionistas de esta semana. Claro, retador y sin regalar media palabra. No es como otros banqueros que para responder un asunto primero da tres vueltas al tema.

Lo mostró por ejemplo con los sindicatos. Ante el temor expresado por el representante de CC.OO (la primera vez en la historia que hablan en una junta del banco) por posibles recortes en el futuro, Saracho fue claro: “Entiendo su preocupación y estoy abierto a hablar con los sindicatos. Pero para que hablemos, el banco tiene que existir”.

Aunque Saracho lleve oficialmente 50 días al frente de Popular, extraoficialmente lleva desde las primeras semanas de diciembre. Casi cuatro meses. Las primeras iniciativas de este banquero madrileño de 61 años han ido encaminadas a cerrar las cuentas de 2016. Lo ha hecho prácticamente a su gusto aunque sin involucrarse legalmente. Si algo estaba mal en estos estados financieros (por las demandas que se avecinan), cargarán con ello los anteriores gestores, liderados por Ángel Ron.

Saracho se ha cuidado mucho en este aspecto con la lección aprendida de lo que le ocurrió a José Ignacio Goirigolzarri en Bankia, que ha tenido que dar la cara en la Audiencia Nacional (como testigo) por reformular las cuentas de 2011 de la entidad nacionalizada. Por ello, Saracho ha hecho todo lo posible para evitar estampar su firma en las cuentas de Popular de 2016. Primero retrasando su llegada hasta febrero, tras la compleja junta extraordinaria. Y segundo, anunciando correcciones contables valoradas en 700 millones que dejan su punto de partida en mejor situación, pero que salvan por los pelos la temida reformulación.

Borrón y cuenta nueva

Junto a su llegada planificada en febrero, también lo ha sido que el hasta hace poco consejero delegado, Pedro Larena, haya permanecido en su cargo justo hasta después de la junta de accionistas de esta semana. De esta forma, quien tuvo que dar la cara ante los accionistas por las cuentas de 2016 (incluso intervino primero) fue Larena.

A Saracho le gusta tenerlo todo atado y trabajar de la mano de dos o tres directivos de confianza. Así trabajaba ya en JPMorgan. Es su círculo de confianza, con más poder práctico en la entidad que el comité de dirección y el consejo de administración. En Popular estos directivos serán Ignacio Sánchez-Asiaín, como consejero delegado; Miguel Escrig, cono adjunto al presidente y director financiero; y Antonio González-Adalid, como vicepresidente no ejecutivo en el que delegar en el consejo. Desde el sector dudan que Escrig esté listo para llevar las riendas financieras del banco, ya que a pesar de su dilatada experiencia en Telefónica, no está al tanto de todas las novedades regulatorias que inundan al sector financiero.

Saracho ya tiene a su círculo de confianza con el que buscar una salida a la crisis del Popular: Sánchez-Asiaín, Escrig y González-Adalid

Dentro de esta renovación de la cúpula, Saracho también ha facilitado la salida de otros directivos con los que no contaba, además de las de Ron y Larena, principalmente a través de prejubilaciones.

En estos 50 días, Saracho se ha reunido con inversores, consultores, bancos de inversión, auditores, supervisores, reguladores y competidores. Más de una conversación ha sido tensa, ya que el nuevo presidente ha tenido que poner toda la carne en el asador para lograr margen de maniobra para el banco. No tiene mucho, como reconoció en la junta de accionistas.

Tras esta primera etapa centrada en reescribir el pasado del banco, los próximos 50 días serán clave para comenzar a dilucidar si el futuro de la entidad pasa por una fusión o seguir en solitario tras una ampliación de capital. Para ello es clave que dé un golpe de efecto que convenza a los mercados de su plan, ya sea con una hoja de ruta más detallada o con la venta de alguna de sus participadas claves.

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