La presión ha subido un punto más si cabe sobre Atenas. Con la fecha límite del 5 de junio asomando en el horizonte cual muro infranqueable, el Gobierno de Tsipras sigue negociando a la desesperada con sus acreedores. La tensión ha alcanzado unas cotas tales que el Ejecutivo griego ha amenazado una vez más con no pagar al FMI unos 300 millones que vencen ese día.
Pero Europa no cede al chantaje. Las reglas del club hay que cumplirlas. Y Grecia todavía presenta un elevado déficit por cuenta corriente, lo que significa que todavía no ha hecho el ajuste necesario. Así que en los últimos dos días el Gobierno heleno ha sufrido dos vueltas más de tuerca. La primera fue la aportación de liquidez del BCE a los bancos griegos vía ELA, la cual sólo aumentó en unos 200 millones en lugar de los más de 1.000 millones previstos. Una medida que de facto restringe la liquidez que obtiene la banca y, por extensión, el Estado heleno. Otra muestra más de lo que puede ocurrir si Grecia incumple los compromisos y el BCE tiene que retirarle la protección.
De hecho, el presidente del Bundesbank, Jens Weidman, recordó esta misma semana que la misión del BCE no es comprar tiempo para que los griegos alcancen un acuerdo. Por si acaso, el miembro galo del Consejo del BCE, Benoit Coeuré, anunció que el banco central adelantaría las compras de deuda. Aunque no lo dijese, el movimiento rápidamente se interpretó como un intento de blindar al mercado de la incertidumbre de Grecia.
Desde Fráncfort subieron un par de grados más la temperatura del fuego en el que se cuece un Gobierno griego que ve como la economía se descompone a marchas forzadas. Una presión a la que ya se habían sumado el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, y la agencia Moody’s. El tudesco no descartaba la posibilidad de un impago griego. Y la firma de calificación advertía del riesgo de corralito. Ahí es nada.
Justo cuando parecía que el acuerdo se vislumbraba algo más cerca, también se desmoronaba el alza del IVA en los términos en los que Yannis Varoufakis la había vendido a los cuatro vientos. El ministro de Finanzas heleno anunció el lunes por la noche que se subiría el IVA con dos tipos, uno del 18 por ciento y otro del 9,5 por ciento, con un descuento de 3 puntos si se pagaba con tarjeta. Sin embargo, los técnicos de la Troika enseguida trasladaron que ese descuento no gustaba. Y el Gobierno de Syriza tuvo que reelaborar la propuesta y presentar un tipo del 7 para productos básicos, uno del 14 para hoteles, restaurantes y electricidad, y uno del 23 para el resto. Horas más tarde, un periódico vinculado a Syriza publicaba en cambio un 6,5, un 15 y un 21-22. Muy frustrado, Varoufakis twiteó: “La Troika interna rechazó nuestra propuesta de IVA. Sin embargo, el Grupo de Bruselas discutirá estas medidas mañana y el jueves en Bruselas”.
Nadie quiere la quiebra de Grecia. Atenas insiste en que el acuerdo está al alcance. E incluso Luis de Guindos ha subrayado que lo ve cercano. Pero el riesgo de accidente es muy alto. Las posiciones de las partes están todavía muy alejadas, sobre todo en las pensiones y la reforma laboral. Aunque el FMI tardaría varios meses en substanciar la declaración de impago una vez no cobre el 5 de junio, en ese supuesto el BCE no podría seguir sosteniendo a unos bancos cargados de deuda insolvente. De ahí que Bruselas considere la posibilidad de brindar la ayuda en pequeños paquetes conforme Atenas vaya adoptando medidas como la del IVA. Mientras la línea dura de Syriza volvía a rechazar a la Troika y amenazaba con una rebelión a bordo, Merkel y Hollande se reunían con Tsipras este jueves en la cumbre de Riga para intentar una vez más desatascar el salvamento. El tiempo corre y la probabilidad de accidente aumenta.
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