Lo que parecía sólido a ojos de Pedro Sánchez se ha desvanecido en tres meses. La afrenta de Vladimir Putin tendrá consecuencias dramáticas para el político español, que pretendió volar más alto y más rápido que cualquiera de sus socios de la UE. España ya está a la cola de los 27 países miembros en el calendario de la recuperación post Covid. Y quedan en el aire también los objetivos de la ambiciosa transición energética diseñada en Moncloa, a juzgar por el pesimismo de los analistas de BlackRock, el fondo que más dinero mueve en el mundo.
En apenas 90 días, el presidente del Gobierno se ha llevado más de una sonora bofetada de realidad. La invasión rusa de Ucrania, el 20 de marzo, evaporó definitivamente el sueño de Sánchez en un nuevo 'milagro económico' español. Hace una semana, un inesperado informe de BlackRock enfriaba también sus planes en materia energética, al reconocer que la guerra obliga a replantear el ritmo de transición hacia un planeta menos contaminante.
El afán de protagonismo, la necesidad permanente de autoafirmación -marcada por su debilidad parlamentaria-, llevaron a Sánchez a establecer metas demasiado altas. Por eso, la caída será ahora demasiado brusca.
Tras instalarse en La Moncloa, en la época precovid, el líder socialista colocó la energía en el centro de su política económica y medioambiental. Prometió que España sería el gran ejemplo europeo en materia de transición energética, con llamativos objetivos de descarbonización. El 20 de enero de 2020, con el coronavirus sobrevolando ya por Wuhan, el Gobierno publicó el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Moncloa sorprendía con su aguerrida apuesta por lograr que el 74% de la generación eléctrica en 2030 tuviera origen renovable. Esa cota implicaba un impulso inédito de las energías verdes y el arrinconamiento acelerado de las fósiles.
Larry Fink ha hecho justo lo que Pedro Sánchez siempre ha dejado de hacer: adaptar los planes a las circunstancias que va marcando la realidad
Sánchez publicitó su desafío sólo tres días después de que el 'broker' más poderoso del mundo anunciara que la lucha contra el cambio climático era la gran inversión del futuro. En su carta anual a los inversores, Larry Fink, fundador y consejero delegado de BlackRock, bendecía el giro 'verde' de las empresas de todo el planeta. "El cambio climático se ha convertido en un factor definitorio en las perspectivas a largo plazo de las compañías (...) En un futuro próximo, y más pronto de lo que muchos esperan, habrá una significativa reasignación de capital", escribía. Por eso mismo, el mayor gestor de fondos del mundo avanzaba su intención de "colocar la sostenibilidad en el centro de nuestra posición de inversión".
Las palabras de Larry Fink sonaron a música celestial en La Moncloa. De ahí que la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, y el propio Sánchez, emprendieran una campaña intensa a favor de los productores renovables y en contra de petroleras y, en menor medida, gasistas. Compañías como Iberdrola, Endesa, Naturgy, Repsol o Cepsa se vieron envueltas en un maremágnum de cambios regulatorios, tendentes a transformar el sector energético mucho y muy rápido.
El giro de BlackRock
El Gobierno mantuvo firme el pulso durante la pandemia, desdeñando cualquier debate sobre el papel que podían jugar energías como la nuclear en los escenarios de crisis. También BlackRock redobló la apuesta: en 2021 volvió a reafirmar su visión 'verde' ante los accionistas. Pero la guerra en Europa lo ha alterado todo, incluidos los planes de Fink. Tras asumir que el conflicto en Ucrania cambiará profundamente el escenario geopolítico, BlackRock comenzó a virar su estrategia, con inversiones en sectores como el petrolero. El aumento de su participación en Repsol, el 3 de mayo, es un buen ejemplo.
El fondo confirmó por escrito hace una semana lo que muchos brokers ya veían venir. El pasado día 12, usaba los altavoces del Financial Times para anunciar que este año dejará de apoyar por sistema las iniciativas contra el cambio climático de sus empresas participadas. No es que BlackRock dé la espalda a una tendencia mundial irreversible, pero sí mirará con lupa las inversiones. En su último informe sobre los riesgos globales, contempla como "escenario más probable un conflicto prolongado en Ucrania, con un enfrentamiento político, económico y militar a largo plazo entre Occidente y Rusia".
"La crisis en Ucrania ha puesto en primer plano la seguridad energética", añade. "El mundo necesitará más combustibles fósiles no rusos a corto plazo y creemos que el conflicto hará que la transición energética será más divergente regionalmente". Es decir, el avance hacia una economía menos contaminante será más o menos rápido en cada país en función de sus necesidades y sus intereses.
El viraje de BlackRock enfría los planes de quienes apostaban por una transición acelerada. Porque el fondo tiene un poder inmenso para marcar tendencias: gestiona activos por valor de 10 billones de dólares. No da la espalda, ni mucho menos, a la lucha contra el cambio climático, pero ha optado por rectificar el rumbo, a la espera de que se clarifique el nuevo mapa geopolítico.
Larry Fink ha hecho justo lo que Pedro Sánchez siempre ha dejado de hacer: adaptar los planes a las circunstancias que va marcando la realidad. El líder socialista ha priorizado la imagen, el eslogan, el mensaje rimbombante. Sobran los ejemplos. El Gobierno español se adelantó a sus socios comunitarios enviando a Bruselas su Plan de Recuperación, necesario para tramitar la recepción de los fondos NextGenerationUE. Sánchez logró hacerse así la primera foto con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El dinero europeo, sin embargo, sigue sin fluir como debiera hacia las empresas y ni siquiera ha arrancado aún el PERTE del automóvil (el primero de la lista).
Moncloa también esperó a tener una gran excusa -la guerra de Ucrania- para modificar sus previsiones de PIB, muchos meses después de que el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea o los servicios privados de estudios recortaran drásticamente las suyas. A la cabeza de todas ellos siempre ha estado el Banco de España, cuyo gobernador, Pablo Hernández de Cos, ha repetido una y otra vez las verdades que a Sánchez le disgusta oír. De ahí la estrategia de poner en duda a veces la credibilidad de los mensajeros. El mismo Gobierno que cuestionó recientemente ante Bruselas la forma en que el INE calcula el IPC, se ha revuelto también contra el Banco de España, una institución con una reputación -hasta el momento- a prueba de bombas.
La necesidad permanente de autoafirmación -marcada por su debilidad parlamentaria-, llevaron a Sánchez a establecer metas demasiado altas. Por eso, la caída será ahora demasiado brusca
Esta misma semana, el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, sorprendía al criticar la "falta de sofisticación" del equipo de economistas que comanda Pablo Hernández de Cos. Aludía al cuestionamiento sobre la sostenibilidad de las pensiones que hace el Banco de España en su último informe anual. La institución advierte de los riesgos para el sistema que implica revalorizarlas con el IPC y plantea indexar sólo las nóminas de los colectivos más desfavorecidos.
Esa recomendación implica dejar fuera a una parte importante de los pensionistas. Llevar a la práctica el consejo del gobernador implicaría adoptar una medida impopular. También admitir que la polémica indexación -criticada por tantos economistas y por el PP- no fue una decisión muy acertada, en vista de las ruinosas cuentas de la Seguridad Social y del impacto que genera cuando la inflación se dispara más de lo previsto (exactamente lo que ha sucedido este año).
Desde que arrancó la legislatura, Pedro Sánchez siempre ha ido muy por delante y pocas veces ha dado marcha atrás. Hay pocos indicios para confiar en que, esta vez, actuará de otro modo con las pensiones, por más que duelan las bofetadas de Putin, BlackRock o Hernández de Cos.
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