"Enhorabuena Nadia". El 5 de junio de 2018 a las 16.37 horas, la presidenta del Santander, Ana Botín, se congratuló en su cuenta personal de Twitter de la elección de Calviño como titular de Economía. "En un momento clave para la Unión Europea, tener a Nadia Calviño como nuestra nueva ministra de Economía es una garantía de que España seguirá aumentando su peso en las instituciones europeas".
Sólo han transcurrido cinco años, pero el tuit de la banquera suena a un tiempo lejano, cuando Calviño era una tecnócrata 'a secas'. Aterrizó en España con fama de profesional dialogante, con buen talante, con un currículum excepcional forjado en Bruselas. En los círculos económicos de Madrid, hubo quien puso en duda incluso su capacidad para bajar a la arena política española, permanentemente enfangada, cuando llegara la hora de la verdad.
Para sorpresa de casi todos, Calviño ha demostrado que le sobra colmillo político, afilado durante un lustro a la sombra de Sánchez, con quien ha acabado transmutándose. De la vicepresidenta económica también ha sorprendido su ambición desbordante, que ha acabado distorsionando su sentido de la ética y de la estética. Los últimos meses aportan algunas pruebas.
La primera es la más sonada y saltó a la luz pública poco antes de arrancar 2023. En diciembre del año anterior, se conoció la maniobra para enchufar a su marido, Ignacio Manrique de Lara, en Patrimonio Nacional. El puesto había sido diseñado a medida y el nombramiento se realizó con poca luz y menos taquígrafos. Al frente de la empresa pública estaba -y está- Ana de la Cueva, amiga personal de Calviño y exnúmero dos en el Ministerio.
El escándalo nunca habría visto la luz sin el tesón de medios de comunicación como Vozpópuli, que, pocos meses más tarde, destapó el puesto de trabajo que ocupa el hijo de la ministra. Se trata del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), una institución que presidió la propia Calviño entre 2019 y 2020, y en la que actualmente ocupa la plaza de gobernadora.
El fichaje, desvelado por Mercedes Serraller, chirriaba por muchos motivos: por la presencia de la ministra en la cúpula ejecutiva, porque España es uno de los grandes financiadores del BERD, porque el hijo de la ministra tenía buena formación pero escasa experiencia para un puesto de semejante nivel y por el simple hecho de que el código ético del banco ordena no favorecer a familiares.
Calviño reaccionó con rabia incontenida, presionando a grandes grupos mediáticos para que el asunto no aflorara en las tertulias de radio y televisión. Meses más tarde, la vicepresidenta económica calificó a Vozpópuli como "supuesto medio de comunicación" que difunde "bulos y mentiras". Lo dijo en presencia de la redactora que había difundido la noticia y de otros periodistas que comprobaban, atónitos, la visceralidad de quien tuvo en su día imagen de tecnócrata moderada.
No es la única muestra de la falta de deportividad con la que Calviño ha encajado las críticas. En noviembre, se revolvió contra los medios que le preguntaron en Nueva York por la amenaza de Repsol de congelar inversiones en España por culpa de la inseguridad jurídica. Las reacciones de la ministra han sido igualmente airadas cuando instituciones como el Banco de España o la AIReF han cuestionado previsiones o decisiones del Gobierno. Es conocido el rifirrafe que la ministra de Economía tuvo con el INE, a costa de las revisiones del PIB que hizo el instituto público tras la pandemia. Esas discrepancias acabaron provocando la dimisión del presidente, Juan Manuel Rodríguez Po.
En 2023, Calviño también ha dado rienda suelta a sus ambiciones por otras vías. En febrero, designó a su ex jefa de gabinete, Judith Arnal, como consejera del Banco de España, reforzando más aún la influencia del Gobierno en la institución que gobierna Pablo Hernández de Cos.
Pocos meses después, la vicepresidenta económica comenzó a labrarse el camino hacia la presidencia del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Ese ascenso ha supuesto algunos daños colaterales. La apuesta del Gobierno por colocar a Calviño actuó en contra de las aspiraciones de otra española, Margarita Delgado. La subgobernadora pugnaba por presidir el Consejo de Supervisión del BCE, un puesto de gran prestigio internacional que acabó en manos de la alemana Claudia Buch.
Al volcarse en la conquista del BEI, el Ejecutivo de Sánchez también ha quitado fuerza al plan de Madrid para albergar la sede de la Agencia Antiblanqueo de la UE. La ubicación se determinará en 2024, pero el ayuntamiento que lidera José Luis Martínez Almeida no desprende, precisamente, optimismo.
Antes de marcharse, además, Calviño ha dejado enfilada otra maniobra polémica: el regreso del Estado al capital de Telefónica. Ha sido la vicepresidenta económica la encargada de liderar una operación que ejecutará la SEPI. Aunque el consorcio público depende de otra ministra (María Jesús Montero), fue Calviño quien dio la orden de desembarcar en el operador a lo grande, con la compra de un 10% de las acciones.
El nuevo destino de Calviño
Cuando se materialice la entrada en Telefónica, Calviño estará ya ocupando el mejor despacho del BEI, en Luxemburgo, con una nómina de casi 400.000 euros. La vicepresidenta dejará España en las próximas semanas con algunos logros, como la difícil gestión económica de la pandemia -con sus luces y sus sombras- o el acuerdo para reinstaurar las reglas fiscales bajo la presidencia española de la UE.
En el otro lado de la balanza se alinean la lentísima ejecución de los fondos europeos, la escalada de la deuda pública, la persistencia de lamentables brechas económicas (como el paro juvenil o la renta per cápita) o la percepción de España como un destino cada vez más inseguro para invertir, por decisiones tan controvertidas como la amnistía.
A veces, hay que hacer cosas que "no apetecen", confesó recientemente Calviño. "Lo que uno pueda sentir, lo que a uno le pide el cuerpo, a lo mejor no se corresponde con lo que es mejor para el país", remató, al más puro estilo de Pedro Sánchez. Hace tiempo que Calviño guardó la capa de piel de cordero, para lucir sin complejos un ADN más parecido al del lobo.
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