No hay dos papás iguales. Los hay más especiales, y menos. Manuel, el de Inma Ferragud, era de los primeros. Falleció hace 14 años.
La historia comienza en uno de esos santuarios fotográficos, poblado hasta la bandera de marcos, de los que lucen en todo hogar que se precie de serlo. Como el anuncio, Inma volvía a casa por Navidad -es de Valencia- y se percató de que faltaba una fotografía de aquellas que tanto nos avergüenzan en la adolescencia. Quizá por mantener las palmas juntas, quizá por mirar al cielo como el que nunca ha roto un plato. Sí, hablamos de las estandarizadas fotos de comunión de la década de los 80. El tipo que las hacía tuvo que forrarse.
"La habrá movido de sitio", dijo Inma. Y ahí quedó la cosa.
Concha, la mamá de Ferragud tiene 77 años pero se maneja bien con WhatsApp. Chatea a menudo con su hija y comparten inquietudes de lo más variopinto. Sí, se puede ser casi octogenaria y friki. El caso es que el Día del Padre, apuntalado en el santoral como el de San José, madre e hija se dieron los buenos días. Ambas pasan solas estos días de cuarentena, la una en Valencia, la otra en Madrid.
"Estoy preparando una cosa que te gustará, Inma. En un ratito la tienes".
La carta
Minutos después sonó la alerta del WhatsApp dos veces. Al abrir la aplicación, descubrió que su madre le había mandado dos fotos. La primera era la de la comunión que había echado en falta en Navidad. La segunda una pequeña carta que había permanecido escondida tras el marco desde mayo de 1999. Era de su padre. Escrita en valenciano, era breve pero directa.
"Inma, tu padre te querrá siempre. No renuncies nunca. De tu madre y de tu padre. Mayo 99".
El aislamiento empujó a la mamá de Inma a limpiar la casa, y descubrió que la foto de la primera comunión de Inma había resbalado y se encontraba encajada entre el mueble y la pared. Al sacar la parte trasera del marco para colocarla recta, descubrió el texto, en el que Manuel incluyó a Concha, como hacía siempre. Madre e hija ignoraban la existencia de la misiva.
Su padre solía dejar notas con frecuencia cuando vivía -siempre palabras de amor y ánimo- pero fue tras su fallecimiento cuando empezaron a encontrar escritos por todos los rincones de la casa. La carta, caprichosa, había permanecido escondida hasta el Día del Padre del año 2020. Casi 21 años después, el mensaje llegó a su destinataria. Quizá en el día que era más necesaria para Inma, que pasa sola la cuarentena en Madrid. No siempre el coronavirus trae malas noticias. No siempre.
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