Nadie como los nacionalistas ha alimentado tanto el tópico de que el ADN catalán predispone al ansia, a la tacañería y al lloriqueo. Los estudiosos de la historia nos recuerdan que la fama viene de lejos. De la Edad Media, concretamente. Por ser una referencia manida no deja de ser absolutamente cierto que la 'Divina Comedia' de Dante Alighieri, acabada en 1321, mencionaba ya la supuesta avaricia de los nacidos en Cataluña. La cita («Si mi hermano pudiera prever esto, evitaría la pobreza avara de los catalanes, para no recibir ningún daño») no puede entenderse sin repasar el contexto histórico ni la rivalidad que enfrentaba a los comerciantes catalanes e italianos.
Pero no deja de llamar la atención que, 700 años después, el apetito insaciable de los catalanes siga levantando sarpullidos. En este caso, entre los españoles; y más concretamente, entre aquellos que se sienten señalados desde el Parlament por quienes llevan años cultivando la idea de que España roba. "Hablando con sinceridad, el catalán es un pueblo llorica, nunca está contento", escribió un día Josep Pla.
Este lunes, tras dos años y un día sin pisar La Moncloa, los representantes de la Generalitat en la Comisión Bilateral entraron al palacio con 56 reivindicaciones económicas bajo el brazo. Están divididas en lo que ellos mismos llaman tres "carpetas": la de traspasos, la de transferencias y la de incumplimientos. Dos horas más tarde, abandonaron el recinto con una mueca de insatisfacción. El vicepresidente catalán, Jordi Puigneró, afirmó luego ante la prensa que las primeras cesiones del Gobierno eran "insuficientes". “Los queremos todos y pronto”, aseveraron Puigneró y la consejera de la presidencia, Laura Vilagrà.
Se referían a los mencionados 56 compromisos que Pere Aragonés quiere arrancar a Pedro Sánchez a cambio de mantener la paz mientras dure la negociación, a inyectar calma en las filas del independentismo para evitar otro incendio que dejaría en ridículo al presidente del Gobierno y sus indultos.
A juzgar por las quejas, cualquiera diría que la delegación catalana regresó a Barcelona con las manos vacías. Al contrario, los enviados de Aragonés lograron 1.700 millones para ampliar el aeropuerto de El Prat y un calendario concreto para continuar negociando el resto de traspasos. Por tanto, la escena del lunes volverá a repetirse cíclicamente mientras dure la legislatura, alimentando el lugar común ("la pela es la pela") que tanto han nutrido políticos como Jordi Pujol o Artur Mas.
Se lleva la palma el primero, quien obró el milagro de arrancar cesiones multimillonarias a José María Aznar, cuyos militantes celebraron la victoria electoral de 1996 en Génova al grito de "Pujol, enano, habla castellano". El primer presidente de la Generalitat desde la Segunda República abrió la era del pataleo en la década de los 80, mientras su clan -no se supo hasta muchos años más tarde- hacía fortuna a base de delinquir.
Pujol lo visualizó antes que nadie. Los puntos débiles del sistema electoral español otorgaban un poder inmenso a las formaciones nacionalistas siempre que no hubiera Gobiernos sustentados por mayorías amplias. Y lo siguen otorgando (que se lo digan a Ciudadanos, una de las grandes víctimas de los desajustes de la Ley D'Hont).
Jordi Pujol dio con la tecla antes que nadie. Y Zapatero abrió una caja de Pandora que ya no se ha vuelto a cerrar
El 'president' tuvo su primera ocasión en 1993. Y la aprovechó. Se coló por el resquicio que le dejaba Felipe González, debilitado en su último mandato por la crisis económica y los GAL. A cambio de su apoyo en el Parlamento, el PSOE le gratificó con la cesión del 15% de la recaudación del IRPF, un mayor acceso a los fondos europeos de cohesión y un abanico de nuevas competencias.
Jordi Pujol había dado con la tecla. Apenas dos años después dejó caer a González, retirando el apoyo a los Presupuestos de 1996. Y se cambió la chaqueta para sostener el gobierno de José María Aznar. Todo por la 'pela'. Al líder de los populares también le sacó otra tajada de IRPF (el 33% de los ingresos), más otros jugosos porcentajes de la recaudación del IVA o los impuestos especiales. Y, por supuesto, más traspasos de competencias (como la gestión del tráfico o los puertos).
Para rematar la serie histórica, José Luis Rodríguez Zapatero abrió el melón del Estatut y, con él, una caja de Pandora que ya no se volvió a cerrar. Mientras los independentistas ganaban músculo político y dinero para Cataluña, algunos de sus representantes siguieron poniendo de su parte para granjearse la antipatía de muchos compatriotas.
Cataluña es la única autonomía que mantiene jubilaciones doradas para sus expresidentes. Que se lo digan a Artur Mas, que cobra desde febrero un 'pensionazo'
En la hemeroteca brilla con luz propia un 8 de octubre de 2011, cuando Josep Antoni Durán i Lleida afirmó: "En otros sitios de España, con lo que damos nosotros de aportación conjunta al Estado, reciben un PER para pasar una mañana o toda la jornada en el bar del pueblo". El entonces candidato de CiU a las elecciones generales añadió: "No me meto con el pueblo andaluz, ni con ningún pueblo del Estado Español, sólo defiendo lo que es nuestro".
Durán i Lleida logró por méritos propios colarse en la lista de 'enemigos públicos' catalanes en determinados rincones de España. La misma que inauguró Jordi Pujol y que cuenta con incorporaciones recientes como el fugado Carlos Puigdemont o el supremacista Qim Torra. Y, por supuesto, Artur Mas, el presidente autonómico del 'pensionazo'.
Cataluña es la única comunidad autónoma que mantiene jubilaciones doradas para sus expresidentes. Gracias a ello, como contó Vozpópuli, Mas empezó a cobrar en febrero 92.000 euros anuales de por vida. Además de la pensión, cuenta con una asignación para su oficina, tres empleados públicos a su servicio, coche oficial y seguridad. Otras autonomías mantuvieron 'pensionazos' similares hace años, pero fueron suprimiéndolos con el tiempo, para evitar sonrojos en sus parlamentos. Artur Mas pudo hacerlo pero no lo hizo. La pela es la pela.
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