China ya hace y deshace en la UE. El expresidente chino, Hu Jintao, le transmitió a la canciller Merkel que no confiaría en el euro y, por lo tanto, no invertiría un yuan más en deuda europea si los helenos abandonaban la moneda única. Y precisamente esa amenaza convenció a Berlín de que mantuviese a Grecia en la eurozona.
En el transcurso de la cumbre sino-alemana de finales de agosto, el mandatario asiático le expresó sin rodeos a la jefa de Gobierno germana que temía que la salida de Atenas azuzase el contagio en el sur de Europa y, al final, provocase la ruptura de la unión monetaria. En esas condiciones, Imperio Celeste no podía colocar sus dineros en Europa.
Según recoge la agencia china de noticias Xinhua, el exprimer ministro Wen Jiabao expresó en esos encuentros su “inquietud” sobre el futuro de la divisa a Merkel. “Francamente, tengo dos preocupaciones principales: primero, saber si Grecia va a dejar la zona euro y, segundo, saber si España e Italia tomarán medidas para recuperarse”, afirmó Wen.
Portavoces alemanes explicaron que Merkel viajaba a China con el firme propósito de asegurar a sus autoridades de que Europa seguía siendo un destino seguro para las inversiones.
Cambio de opinión en Alemania
Desde la primavera, las declaraciones de ministros alemanes insinuando la expulsión de Grecia se sucedieron. El bombardeo se hizo incesante. El titular de Finanzas tudesco, Wolfgang Schäuble, incluso sugirió que Europa podría sobreponerse a exclusión de los griegos y que no se les podía obligar a hacer lo que no querían.
El ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, manifestó que la permanencia dentro del euro estaba “en manos de los griegos”. Y el de Economía, Philipp Rösler, dejó muy claro el 29 de julio que al Ejecutivo alemán no le asustaba la marcha de Grecia. La patada a los griegos se vislumbraba como un horizonte no muy lejano…
Hasta el 30 de agosto de este año. Una vez se celebra la cumbre en Pekín, el chorro de diatribas contra Grecia se detiene en seco. A partir de ese instante, Merkel concierta la visita a Atenas con el fin de respaldar al primer ministro Samaras.
Sin mediar explicación alguna, los teutones cambian de opinión y exhiben su compromiso con la continuidad de Atenas en la eurozona. El milagroso giro de 180 grados se consuma.
El peso del gigante asiático
Con tres billones de dólares en reservas, los chinos constituyen el principal inversor único del mundo. Y en los últimos años han decidido diversificar sus inversiones lejos de Estados Unidos, que sigue imprimiendo billetes para salir de la crisis y, por tanto, devaluando estos ahorros chinos.
Sólo en España los chinos han aumentado sus posesiones de títulos públicos desde los 5.000 millones en 2008 hasta el entorno de los 40.000 en 2010. Pese a la ausencia de datos, se baraja que en estos momentos podrían disponer de hasta el 10 por ciento de la deuda pública española.
Y Alemania también acumula más de 2 billones de euros de deuda pública que ha de refinanciar a buenos precios.
Cambio histórico
Semejante toque de atención a la dominante Alemania representa un movimiento tectónico en las relaciones internacionales. Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha desempeñado el papel de árbitro en los conflictos europeos. Y la guerra de los Balcanes quizá haya sido el último ejemplo claro de ello.
Sin embargo, pese a los intentos de Obama por suavizar la postura de Merkel, esta vez los estadounidenses se han mostrado bastante menos influyentes que los chinos, en parte porque sus fondos de inversión privados son los que huyen del viejo continente.
El modelo chino
La razón de fondo estriba en cómo han crecido ambos gigantes. Cuando no han podido elevar más la productividad, los estadounidenses han recurrido primero a aumentar las horas de trabajo y, luego, a la deuda para sostener sus tasas de crecimiento. Y el resultado es que ahora lo deben casi todo.
Se endeudaron a unos tipos de interéss irreales porque, en parte, la tremenda liquidez de China para financiar el consumo estadounidense mantuvo los tipos artificialmente bajos: desde la crisis de los países emergentes a finales de los 90, estas economías decidieron que debían hacer acopio de reservas para no verse arrastradas por fugas de capitales extranjeros.
Los chinos han apurado un modelo que, en resumidas cuentas, establece unos tipos de interés nacionales por debajo de los estadounidenses para dejar su divisa muy depreciada. Sólo que los americanos se han adentrado en tasas reales negativas.
Y otro tanto sucede en China, lo que prima exageradamente la inversión mientras que no se retribuyen los ahorros. A su vez, esto se traduce en una erosión del consumo chino, aún más reprimido por los sueldos, al tiempo que se fomentan las burbujas y los beneficios empresariales.
Gracias a esos beneficios de las compañías exportadoras, el Gobierno chino obtiene dólares que cambia por yuanes. Al mismo tiempo, tiene que emitir bonos en renminbis para extraer dinero de la economía y no crear aún más inflación por la sobreabundancia de yuanes. Y los rendimientos de esos títulos los abonan con las rentabilidades logradas por las reservas de dólares invertidas en el exterior. De modo que ya tienen la sartén, o el wok, por el mango; aunque sea a costa de las rentas de los ciudadanos chinos.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación