“¡Qué se vayan a hacer puñetas! ¡Vamos a disfrutar del verano!”. Lo exclamó hace cinco días en Madrid, frente a la sede de CEOE, Pepe Álvarez, el líder de UGT. Hablamos de un sindicato con un millón de afiliados, que tiene un papel preponderante en reformas vitales como la laboral o la de las pensiones, y en cuyos delegados recae la responsabilidad de negociar subidas salariales en un país que sufre una inflación de doble dígito.
El mensaje, carne de meme, se quedaría en un mero desvarío populista si el panorama económico fuera otro. Por eso es tan grave, además de bochornoso, que un líder sindical transmita sensación de normalidad en circunstancias tan anormales. España sufre la mayor crisis inflacionista en cuatro décadas, con mayor intensidad que otros países vecinos. Y se encamina hacia el escenario más adverso que dibujó hace apenas un mes el Banco de España, una institución independiente y blindada -por ahora- ante los asaltos intervencionistas del Gobierno -que se lo digan a los pequeños accionistas de Indra o a los técnicos del INE-.
Casi todos los indicadores que podían mejorar han ido a peor. La única excepción es el mercado laboral, cuyo avance se va ralentizando y donde el empleo precario se está revistiendo como indefinido gracias a los nuevos contratos fijos discontinuos. El riesgo de que la recuperación se retrase ha devenido en temor a una recesión en toda regla a final de este año o principios de 2023.
Los síntomas de crisis, por mucho que le duela al siempre optimista Pedro Sánchez, proceden del exterior. Su deriva, por tanto, no está en manos del Gobierno, pero sí la capacidad para tomar medidas que amortigüen el golpe. Estas son algunas de las señales que indican la amenaza real de que España y los españoles, como diría Pepe Álvarez, “se vayan a hacer puñetas” después de disfrutar del verano.
El indicador rojo del cobre
No hablamos ya de un bache puntual, sino de una tendencia cada vez más afianzada: el precio de los metales sigue desinflándose en los mercados internacionales. Este declive lanza una señal inequívoca para los economistas y los gestores de fondos de inversión: hay peligro de recesión.
Metales como el cobre son usados en tanto en la industria pesada (para fabricar máquinas) como en las empresas de alta tecnología (como componente). El descenso del precio es un síntoma de menor demanda. O sea, de que los fabricantes vislumbran un frenazo próximo de las ventas.
Los futuros a tres meses han caído esta semana en Londres al nivel más bajo en casi dos años. La tonelada se paga por debajo de los 7.300 dólares, la menor cota desde noviembre de 2020, cuando las restricciones de la pandemia mantenían colapsadas las cadenas mundiales de suministro. Goldman Sachs también ha rebajado un 15% sus proyecciones sobre la cotización del hierro en el segundo semestre. Que caigan los contratos a futuro implica que inversores y conglomerados industriales auguran un pinchazo a medio plazo.
La tendencia es similar en el caso de otros metales, como el aluminio o el zinc. El índice Bloomberg Industrial Metals es un buen termómetro de los precios y la demanda. En el último trimestre acumula un recorte del 26%, el más pronunciado desde finales de 2008, en plena crisis financiera mundial.
El barril de petróleo flaquea
El precio del crudo sigue elevado, pero no tanto. Y hay síntomas incipientes de enfriamiento, a pesar de que sigue viva la guerra y de que Rusia es el segundo mayor exportador del planeta, además de aliado de la OPEP. Esta semana, el barril de Brent (de referencia en Europa) también cayó por debajo de la barrera de los 100 dólares. Era la primera vez que ocurría desde abril, cuando sufrió una escalada imparable tras la invasión rusa de Ucrania.
Al igual que los metales, el petróleo es otro indicador evidente de salud económica, por su enorme peso en el transporte mundial de mercancías (por barco, avión y carretera). Hasta hace pocas semanas, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) manejaba previsiones positivas. En su último informe pronostica una demanda mundial de 101,6 millones de barriles diarios en 2023, superando al fin los niveles prepandemia.
La AIE apunta a China como el gran motor de la recuperación del consumo petrolífero. Sin embargo, las señales que emiten los precios de los metales y los brotes continuos de Covid hacen presagiar un avance del PIB más lento del esperado en el país asiático. El propio primer ministro, Li Kegiang, admitió este jueves que a la economía china le faltan aún “bases sólidas” para afianzar la recuperación.
Grandes bancos como Citi aseguran ya que el barril de petróleo podría caer hasta los 60 dólares si cuaja la recesión. Una posibilidad cada vez más cercana en grandes economías como la estadounidense o la alemana.
El peligro para España de la recesión alemana
Cada vez es más factible la hipótesis de que Alemania entre en recesión técnica (dos meses consecutivos de crecimiento económico negativo). Y en la misma tesitura se encuentra Estados Unidos, que ha tenido que digerir en los últimos días datos poco halagüeños sobre la confianza de los consumidores o las perspectivas de beneficios empresariales. Bloomberg aporta otro indicador menos conocido: el índice de miseria. Calcula el nivel de infelicidad de los hogares tomando como base los niveles de paro e inflación. Y, en Estados Unidos, roza actualmente las cotas registradas en lo peor de la pandemia y en los inicios de la crisis de 2008.
Los signos de agotamiento también afloran en la locomotora alemana, cuarta economía mundial y primera de Europa. El PIB creció un raquítico 0,2% en el último trimestre. El principal índice de actividad industrial ha descendido en junio más de lo esperado. Y el país registró en mayo (último dato disponible) déficit comercial por primera vez en tres décadas.
La Comisión Europea y el Banco Central Europeo, lejos de quitar hierro a la estadística, han lanzado una alerta. Esta semana, el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, advirtió de que los problemas de suministro de gas podrían dar la puntilla a Alemania, condenándola a la recesión en el segundo semestre. El hipotético pinchazo -lo recordó el exministro español- es una pésima noticia para la Eurozona y, en particular, para España, ya que el mercado alemán es uno de sus principales destinos de exportación.
El escenario que menos desea el Banco de España
En su último informe trimestral, publicado en junio, el Banco de España dibuja el escenario más factible para la economía española en los próximos meses. La institución que gobierna Pablo Hernández de Cos calcula un avance del PIB del 4,1% este año y una inflación media del 7,2%. Eso sí, recuerda que las previsiones se materializarán siempre que no empeoren las "principales fuentes de incertidumbre". El Banco de España enumera cuatro y todas ellas, lejos de aclararse, han ido torciéndose en las últimas semanas.
La primera de ellas es "la intensidad de los efectos indirectos y de segunda vuelta sobre la inflación". El INE sorprendió hace dos semanas a los economistas al publicar el IPC de junio. En vez de retroceder, cruzó la barrera del doble dígito (10,2%), por culpa de la energía y los alimentos, y de un componente inesperado: el precio de hoteles, bares y restaurantes.
La guerra mantendrá elevados los costes energéticos y la buena campaña turística seguirá tirando al alza de los precios. Esta realidad obligará a la mayoría de los servicios de estudios a actualizar sus previsiones de inflación y, seguramente, de PIB. Algunos economistas apuntan ya a una inflación media del 9% en 2022, sin tener en cuenta el impacto que puedan tener posibles subidas de salarios más acentuadas de lo conveniente.
Junto a la inflación, avanzan desfavorablemente las otras tres "fuentes de incertidumbre" identificadas: la "duración e intensidad del conflicto bélico en Ucrania", la "evolución de las condiciones financieras" y la "ejecución e impacto macroeconómico de los fondos europeos". La guerra en Ucrania va camino de los cinco meses, el BCE ya no descarta ser más agresivo con la política monetaria y el dinero a fondo perdido de la UE sigue sin fluir.
El panorama exige -lo recuerda una y otra vez el Banco de España- medidas de choque que vayan más allá de las ayudas directas. También líderes -políticos, empresariales y, por supuesto, sindicales- que hagan ver a los españoles la complejidad de la situación y remen al mismo compás. Llegados a este punto, poco ayudan las soflamas vacuas de Pepe Álvarez o los posados 'happy' para Instagram de la ministra Irene Montero en Time Square. Como si no pasara nada.
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