Pues sí, entre todos la mataron y ella sola se murió. El refrán, de uso común para describir situaciones colectivas en las que, del capitán al marmitón, todo el mundo escurre el bulto a la hora de asumir la responsabilidad, o una parte de ella, en un suceso, viene como anillo al dedo cuando se trata de encontrar culpables del histórico avatar que nos ocupa desde hace cinco años, a saber: la muerte de esa España por la que fluían ríos de leche y miel en la que una mayoría de españoles creíamos vivir hasta hace poco, sueño de pronto transformado en la peor crisis política y económica sufrida en décadas. Por la Comisión de Economía del Congreso han desfilado esta semana, en audiencia pública, una lista de notables de nuestra clase política y financiera para explicar –es un decir- su participación y grado de responsabilidad en la situación de quiebra técnica por la que atraviesa buena parte de nuestro sistema financiero. La respuesta es sabida: ninguno ha tenido nada que ver con el desastre. Todos pasaban por allí.
Dicho lo cual, podríamos dar por terminada la presente historia si no fuera porque lo ocurrido en el Congreso es bastante más, mucho más que un repaso exculpatorio de los errores y malas prácticas que han dado con bancos y cajas en tierra. En realidad, lo que, contra el deseo del establishment político-financiero-mediático que controla el país, se ventilaba en ese desfile de ilustres prebostes –los que ya han comparecido y los que vendrán- es una especie de causa general a la Transición, un juicio público a las elites político-financieras que han pervertido el sistema, un proceso a una clase dirigente mediocre que, tentada por la corrupción, ha arruinado el prestigio de las instituciones y, en su ceguera, ha terminado por matar la gallina de los huevos de oro abriendo la puerta a una crisis económica de dimensión desconocida. Que el resultado de esa causa general sea conocido de antemano no empaña la importancia del envite. Poco o ningún fruto puede esperarse de unas comparecencias donde algunos imputados –caso de Rodrigo Rato y Fernández Gayoso- son recibidos con alfombra roja, disponen de tiempo ilimitado para embaucar al personal –frente a los 10 minutos de los diputados interpelantes- y están liberados del sofocón que supondría el formato pregunta-respuesta. Un paseo.
Ordóñez es el botón de muestra de ese alto funcionariado incapaz de cumplir con su deber en el desempeño del cargo
Los cerrojos han saltado; la puerta está abierta a esa revisión general de responsabilidades en el futuro. Por la Comisión ha desfilado esta semana Elena Salgado, en representación de la clase política dirigente; Fernández Ordóñez, como botón de muestra de ese alto funcionariado del Estado incapaz de cumplir con su deber en el desempeño del cargo; Rato y Figaredo, como ejemplo de esa oligarquía del régimen que se cree llamada por derecho divino a sacar tajada del mismo, y, finalmente, Narciso Serra, otro adelantado de la cosa, a quien el establecimiento colocó al frente de Caixa Catalunya para que siguiera chupando del bote en agradecimiento a los servicios prestados. Todos encarnan esa perfecta simbiosis entre política y economía, esa letal endogamia entre poder político y poder financiero que controla el país y que ha terminado por enfangar las instituciones y corromper nuestra democracia. Tras ellos vendrán Pedro Solbes, Luis de Guindos y algunos más. Sin la menor excusa tendría que acudir Zapatero y, si me apuran, José María Aznar y Felipe González. Y, ya puestos, naturalmente, Su Majestad el Rey, la cabeza de la hidra. Responsables todos de haber arruinado las expectativas de futuro de al menos un par de generaciones de españoles.
Azpiazu: ¿Cómo me voy a meter con Elena si es mi amiga…?
Salgado gestionó la política económica de ZP desde abril de 2009 hasta diciembre de 2011, dio el visto bueno a los decretos que sirvieron para enterrar las Cajas y vaticinó innumerables brotes verdes que solo ella vio crecer… Pero, al ser preguntada por su responsabilidad en lo acontecido en los últimos años, la doña se acoge al españolísimo “a mí, que me registren”. Ahora en nómina de Endesa y Abertis, comme il faut, entre otras firmas a las que asesora, no sólo se sacudió su parte de culpa en la quiebra bancaria, sino, mucho más importante, aprovechó la ocasión para eludir cualquier petición de responsabilidad futura a cuenta del naufragio económico español. Y es que, según ella, la prioridad de Zapatero era evitar el rescate, razón por la cual su Gobierno optó por la “gradualidad” en la adopción de medidas de ajuste y no por un auténtico plan de choque para sanear cuentas públicas y balances bancarios… De esta forma tan original justificó la pasividad con la que ella y su jefe de filas afrontaron el tsunami que se cernía sobre España.
Y, como en el fondo, se hallaba entre sus pares y las interpelaciones estaban pactadas (“Pero, ¿cómo voy a meterme con Elena si es amiga mía…?” Pedro Azpiazu, portavoz de Economía del PNV, en los pasillos del Congreso) la señora se permitió tirar de pulla e insinuar incluso que Mariano Rajoy conocía la cifra real de déficit y, por lo tanto, mintió a españoles y europeos. Unas horas antes la había precedido en el uso de la palabra el citado Rato, un tipo cuya soberbia es inversamente proporcional a su bagaje técnico para dirigir un banco, pero que ha devenido en uno de los grandes prebostes de esa derecha política que hoy se bate en retirada. Un perfecto has-been. Su intervención bien podría dar lugar a una pieza dramática jocosa, un sainete a la madrileña, de no ser porque representa como nadie la utilización torticera de las Cajas, descansen en paz, por los políticos con mando en plaza. Irene Lozano, la representante de UPyD, lo clavó: “Como en el crimen perfecto, usted ha venido aquí a contarnos que lo ocurrido ha sido un accidente”. En efecto, todo fue consecuencia “del deterioro de las expectativas económicas y de los cambios regulatorios brutales (sic)” ocurridos en estos meses, lo que equivale a decir que los culpables del caso Bankia han sido la realidad macro y De Guindos, su antiguo subordinado en Economía, responsable en última instancia de ponerle en la calle.
El honor perdido de una Cámara que acababa de hacer demostración de la pobreza de la vida parlamentaria lo salvó la diputada Irene Lozano
Tras abrumar a sus señorías –parcamente preparadas para el lance, cierto- con un aluvión de datos y cifras, don Rodrigo se dedicó a sestear, seguro de que nadie le iba a meter el dedo en el ojo. Todo estaba pactado. Todos en el PSOE intentaron escurrir el bulto. Nadie quería interpelarle. Al final, casi moneda al aire, fue Valeriano Gómez, otra lumbrera, el encargado de comerse el marrón. La alfombra se la había puesto Sánchez Llibre (CiU) y por ella desfiló en procesión todo el PP a la hora del besamanos, sin olvidar que dos de ellos, Alfonso Alonso y González Pons, le acompañaron incluso al servicio, se supone que para evacuar consultas. El honor perdido de una Cámara que acababa de hacer demostración de la pobreza de la vida parlamentaria española, lo salvó la ya mencionada diputada Lozano: “Usted llega a Caja Madrid después de una descarnada lucha por el poder en el PP y ejemplifica como pocos la toma de las Cajas por los políticos” (…) “No son los cambios normativos los que provocan la tragedia de Bankia, sino los que afloran el problema de Bankia” (…) “Hemos asistido a un saqueo múltiple de las Cajas por sus ejecutivos, y a un posterior saqueo de sus clientes por las Cajas a cuenta de las preferentes” (…) “¿Se considera usted responsable en alguna medida de este drama? ¿Admite alguna responsabilidad en lo ocurrido? ¿Piensa pedir perdón a los españoles…?"
Cínico, desvergonzado y pelín prepotente
Excuso decirles lo que dio de sí la comparecencia de MAFO, un personaje que revalidó su condición de cínico, desvergonzado y pelín prepotente. Tampoco él ha tenido nada que ver con lo ocurrido. No solo eso: imitando a Salgado, también él afirmó haber salvado a España del rescate. ¡Otro héroe de nuestro tiempo! Como tantas veces ocurriera a lo largo de nuestra Historia, el país se halla de nuevo postrado por la fiebre de una crisis de caballo, sin que la clase política que ha provocado el desastre asuma responsabilidad alguna. Nadie es culpable. Como en el asesinato de Julio César en pleno Senado romano, ninguna de las puñaladas que recibió la víctima era mortal por sí misma, pero todas juntas contribuyeron a matarla. Los culpables de la situación española son muchos, pero aquí nadie pide perdón, ni siquiera una disculpa, porque hacerlo implicaría una altura moral y un sentimiento democrático del que carece nuestra clase político-financiera.
Ha vuelto a ponerse de manifiesto la baja calidad de nuestra democracia (UPyD ha provocado la indignación de PP y PSOE, e Irene Lozano ha sido tachada de “antisistema”) y la ausencia de organismos de control independientes (el presidente de la CNMV, Julio Segura, responsable de autorizar la comercialización de las preferentes, deberá también comparecer ante la Comisión, con los resultados que son de esperar). La casta política se lava las manos y recíprocamente se salva el pellejo (¡Martínez Pujalte terminó echando un capote a Narciso Serra!). Con los pactos bajo cuerda, hacia dentro; con el silencio cómplice, hacia fuera. España es el país de los silencios cómplices, de esos líderes empresariales y esas supuestas elites intelectuales que han preferido siempre callar a denunciar. Vale de nuevo la cita de Bernard Madoff: “Todo era una gran mentira”. Un decorado de cartón piedra, como la democracia española, que la crisis amenaza llevarse por delante.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación