Un escaso crecimiento de la economía después de cinco años encadenando recesiones ha servido al Gobierno de Rajoy para apuntar con una bandera blanca hacia la luz al final del túnel. El rescate que nos perseguía cual Freddy Krueger en Pesadilla en Elm Street se ha dejado atrás. La fuga de capitales que abocaba al Estado a la suspensión de pagos se ha detenido. La inflación está controlada y las exportaciones tiran. Ahora todo es cuestión de que se asiente el llamado desapalancamiento hermoso o beautiful deleverage, una teoría ideada por el gurú Ray Dalio que consiste en que con un poco de austeridad, un poco de reestructuraciones de deuda y un poco de impresión de billetes se puede conseguir un crecimiento lento pero sostenible y, sobre todo, menos doloroso.
Sin embargo, ni Europa arranca, ni la deuda se reduce, ni el BCE se ha lanzado todavía a una expansión monetaria más allá de los manguerazos de liquidez a la banca. En septiembre y octubre del año pasado, la actividad se desmoronó. Y en parte por la comparación con estos meses tan malos, ahora se aprecia un cierto rebote empujado por el efecto estadístico. De hecho, varios indicadores recogidos por Vozpópuli demuestran que la recuperación se antoja todavía muy titubeante.
1) La deuda externa: tal y como han explicado en numerosas ocasiones Montoro o Guindos, la deuda externa era la principal debilidad de la economía española. Debíamos mucho al exterior y por ello se nos penalizaba en los mercados. En los casos de Japón o Italia se encuentra en manos domésticas, se la deben a ellos mismos y eso hace que resulte bastante más fácil refinanciarse. Pues bien, después de que volviesen unos 50.000 millones de dinero foráneo a comprar emisiones del Tesoro, la deuda externa continúa en unos niveles similares, sobre el 90 por ciento del PIB. El desequilibrio sigue ahí.
2) La productividad: la productividad prácticamente evoluciona de la mano del paro. Cuanto más desempleo, más productividad, lo cual implica que estamos mejorando nuestra competitividad a costa de echar a trabajadores y hacer lo mismo con menos gente. Sin duda, semejante estrategia no parece la solución ideal, pues perjudica al consumo, un elemento esencial para que la recuperación se consolide en una economía del tamaño de la española. Y así se da la increíble paradoja de que todo lo que vendemos fuera se consigue a fuerza de vender menos dentro.
3) Los beneficios de las empresas y la inversión: aunque los beneficios de las empresas cotizadas mejoran, todavía seis de cada diez empresas acumulan pérdidas, de acuerdo con los datos de la Agencia tributaria. Y sin beneficios no puede haber inversión y por ende empleo.
4) El desendeudamiento de los hogares: pese a que las empresas avanzan a buen ritmo en su proceso de desapalancamiento, no sucede así con las familias. Y ello puede tener en parte una explicación. Mientras que los costes de las empresas se han reducido drásticamente, los precios no se han recortado en la misma medida. Y por lo tanto se puede afirmar que toda la ganancia en competitividad se la han llevado las empresas. En un ciclo virtuoso, las compañías en principio terminarían destinando esos ahorros a la inversión y generarían empleo. Pero en tanto en cuanto no haya perpectivas de una demanda libre de deudas, lo más probable es que la reapertura del ciclo se demore.
5) El número de empresas exportadoras: las exportaciones avanzan a tasas anuales auténticamente portentosas. Sin embargo, aunque aumenta la cifra de compañías que venden fuera, el número de empresas que exportan regularmente se mantiene estable en torno a las 40.000. Un hecho que supone un freno a las exportaciones y que pone de relieve las debilidades a la hora de emprender en España: la falta de tamaño, de expertise y de financiación.
6) La fragmentación financiera: las pymes españolas no consiguen crédito para circulante o inversión. Y cuando lo logran, pagan por ello el doble que una empresa grande española o casi el triple que una pyme alemana. Las inyecciones del BCE no llegan, se atascan en la banca y únicamente se destinan a financiar al sector público. Consciente de esta realidad, hace poco un alto cargo europeo de origen español señalaba al presidente del BCE que la recuperación española difícilmente podría consolidarse sin financiación para los nuevos proyectos y la actividad productiva. A lo que Draghi le contestó: “Qué me vas a decir, si soy italiano...”. La batalla entre halcones y palomas en el seno del banco central se enquista y posterga cualquier solución.
7) La morosidad: la mora constituye un serio problema se mire por donde se mire. Es un problema para la banca, pues amenaza con erosionar de nuevo sus balances. Es un problema para las pequeñas empresas proveedoras de las grandes, ya que según el observatorio de Cepyme el 66 por ciento sufren retrasos a la hora de cobrar. Y es un problema en las Administraciones, como demuestra el hecho que según fuentes patronales sólo tres comunidades, Galicia, Navarra y País Vasco, atiendan puntualmente sus compromisos de pago.
8) La fragilidad de los ingresos públicos: pese a haber tomado medidas tributarias para aumentar la recaudación por valor de 30.000 millones, los ingresos apenas han aumentado en unos 10.000 millones, debido a que las bases imponibles se hunden y una parte de la actividad se desplaza hacia la economía sumergida buscando la supervivencia. Durante los años de bonanza, el sistema tributario español estaba orientado hacia la construcción. Cuando un ciudadano compraba una vivienda, hacía su mayor contribución a las arcas del Estado aportando el IVA y los impuestos para CCAA y ayuntamientos. Pero ese esquema se acabó, y la tarea de recomponer los impuestos asignada a los expertos de la reforma fiscal se antoja complicada, sobre todo si se han de incluir rebajas impositivas de cara a las elecciones de 2015.
9) El déficit presupuestario: pese a que aparentemente el déficit público ya no preocupa a nadie, de acuerdo con las estimaciones de la Comisión Europea su cumplimiento todavía presenta riesgos en 2013 y 2014. Respecto al año que viene, Bruselas pone en duda el crecimiento previsto y por tanto la recaudación; los ingresos de las Comunidades y los resultados de la lucha contra el fraude. El mayor reto se atisba sin embargo en los Presupuestos de 2015 y 2016. El Gobierno ha prometido que recortará en el conjunto de esos dos ejercicios unos 10.000 millones en personal y unos 8.000 millones en prestaciones sociales. Sin embargo, todavía no ha especificado ninguna medida que reporte semejantes ajustes.
El objetivo de un déficit del 2,8 por ciento allá por 2016 aún va a conllevar más esfuerzos presupuestarios. La misión no se ha cumplido. No obstante, parece como si la legislatura se haya acabado en cuanto a su agenda reformista y todo se fíe a una reforma fiscal que difícilmente puede traer muchas alegrías tributarias.
Aunque a Europa le interese vender que sus recetas funcionan, el camino hasta que se estabilice la deuda será largo y complejo. Las palabras mágicas del presidente del BCE afirmando que haría todo lo que fuese necesario para salvar el euro surtieron efecto y calmaron el pánico. Pero la recuperación en ciernes todavía se vislumbra temporal, cíclica y, en definitiva, demasiado frágil. Esperemos que la luz al final del túnel no sea otro tren.
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