El concepto de índice de miseria fue popularizado por el economista Arthur Okun en la década de los 70, en plena crisis económica causada por la estanflación. El índice pretende ser un termómetro de cómo percibe la ciudadanía la situación económica: una inflación elevada reduce el poder adquisitivo, y un desempleo alto aumenta la incertidumbre. Ambos son factores que afectan directamente al bolsillo de las personas. Y ya sabemos que cuando se toca el bolsillo, la gente se plantea el voto con otros ojos.
El gráfico que tienes delante nos da una idea de la variabilidad de este índice en Estados Unidos desde 1960. No es casualidad que el índice de miseria se haya utilizado como un indicador de descontento social, una especie de “pulso” de cómo se siente el votante promedio en relación con la situación económica.
El índice de miseria no es un adivino infalible, pero ha tenido un sorprendente poder predictivo en los resultados electorales en Estados Unidos. La lógica detrás de esto es clara: cuando el índice está alto, el descontento económico se traduce en una presión sobre el gobierno en ejercicio, impulsando a los votantes a optar por un cambio de rumbo. En cambio, cuando el índice es bajo, los votantes tienden a premiar la continuidad.
Un ejemplo evidente fue el año 1980, cuando el índice alcanzó niveles récord y se produjo un cambio de liderazgo en la Casa Blanca. Ronald Reagan, con su promesa de "Morning in America", logró capitalizar el descontento que sentía la población hacia la administración de Jimmy Carter. De manera similar, en 1992, un elevado índice de miseria contribuyó al ascenso de Bill Clinton frente a George H. W. Bush, cuando el eslogan de campaña "It's the economy, stupid" capturó el sentir de los votantes.
Observando el gráfico, destaca el incremento del índice de miseria en 2020, cuando alcanzó un pico de 69,2%, impulsado por la crisis económica y sanitaria de la pandemia de COVID-19. Esta cifra alarmante fue un claro reflejo del impacto de la crisis y generó un sentimiento de urgencia y cambio que favoreció a Joe Biden en su victoria contra Donald Trump. Sin embargo, para el próximo ciclo electoral, el índice muestra una ligera reducción del 5,9%, lo cual podría interpretarse como una señal de estabilización.
Este descenso podría jugar en favor del actual gobierno si los votantes perciben que la economía está en una senda de recuperación. No obstante, es importante señalar que no deja de ser un indicador económico. Y, por mucha tasa de acierto que haya tenido en el pasado, no contempla la polarización actual, los atentados fallidos contra Trump, el cambio de candidato en las filas demócratas… La experiencia nos ha enseñado que el índice de miseria es un factor de peso, pero no el único. Los votantes consideran muchos aspectos, desde la política exterior hasta la percepción de liderazgo. Aun así, el descontento económico sigue siendo un motor poderoso.
Con todo, la lección que nos deja el índice de miseria es clara: los resultados electorales no dependen solo de campañas y discursos, sino de cómo la economía impacta en la vida cotidiana de los ciudadanos. Así que mientras nos acercamos a la próxima elección en Estados Unidos, no perdamos de vista los números: si la historia se repite, el índice de miseria podría darnos una pista anticipada de hacia dónde se inclinará la balanza en las urnas.
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