Pese a los 134.000 trabajos destruidos, el dato de empleo de agosto no se antoja tan malo como pudiera parecer a primera vista. Este mes es tradicionalmente negativo para la contratación porque se interrumpe la actividad en sectores como la educación, la industria o la construcción. Así que resulta algo normal que la afiliación a la Seguridad Social caiga este agosto un 0,78 por ciento, un guarismo en niveles similares a los agostos de 2001, 2003, 2004, o 2006, ejercicios en los que la creación de empleo avanzaba a ritmos robustos. Es decir, simplemente se ha vuelto a los patrones de crecimiento habituales de los últimos quince años. Lo que había sido completamente extraordinario fue lo que sucedió en los dos agostos anteriores de 2013 y 2014, en los que la ocupación se comportó excepcionalmente bien y sólo descendió en torno a un 0,60 por ciento intermensual.
Ahora bien, la cosa pinta un poco peor cuando se examinan los datos en tasas interanuales. Como señala Valentín Bote, director del servicio de estudios de Randstad, la creación de empleo acumula tres meses de ralentización. En los dos últimos años la generación de puestos de trabajo había ido acelerándose hasta alcanzar en mayo de 2015 un incremento interanual del 3,57 por ciento. Sin embargo, entre junio y agosto de este año se ha operado un cambio no menor. En este periodo la tasa ha ido frenándose un mes tras otro. En junio se registró un aumento interanual del 3,42 por ciento. En julio, del 3,39 por ciento. Y este agosto la tasa interanual se ha ralentizado hasta el 3,19 por ciento. Si bien estamos hablando de incrementos todavía muy elevados, poco a poco parece que se está dibujando un cuadro de ligera desaceleración que habrá que seguir muy de cerca.
Es más, después de dos años de incrementos ininterrumpidos, este agosto y el pasado junio han supuesto los dos primeros meses en los que no se ha creado empleo en ratios intermensuales y corregidas del efecto de la estacionalidad. En agosto se perdieron unos 13.000 afiliados, y en junio unos 2.000. Hasta el punto de que en el conjunto de los últimos tres meses se ha destruido empleo en términos desestacionalizados. Y sin corregir de estacionalidad, la afiliación incluso retrocede a niveles cercanos a los de abril, perdiéndose buena parte de lo ganado entre mayo y julio aprovechando la bonanza del turismo.
En la misma EPA del segundo trimestre ya se observaba esta moderación de los explosivos crecimientos del empleo. Y así las cosas, la pregunta que surge es evidente: ¿qué está ocurriendo para que se esté esbozando un cierto cambio de tendencia justo cuando muchos se las prometían tan felices por el fuerte tirón de la economía?
Por un lado, se pone en duda que la reforma laboral haya sido tan efectiva como se decía. O incluso se podría argumentar que precise de una segunda vuelta. En concreto, muchos expertos siguen clamando por el contrato único como la única vía posible para erradicar la alta temporalidad.
Y por otro, podría estar cerrándose una etapa absolutamente anómala en el mercado laboral español. Tal y como explica Valentín Bote, en otras crisis mucho más cortas el despido era caro y se mantenían los puestos de trabajo a la espera de que retornase pronto la actividad, de forma que cuando se restauraba el crecimiento de la economía el empleo no rebotaba en la misma medida porque todavía había bastante capacidad ociosa. Lo que a su vez se traducía en que hiciesen falta unos crecimientos del PIB significativamente mayores antes de que comenzase a repuntar la ocupación. En cambio, esta vez la longitud y extrema dureza de la crisis obligó a las empresas a ajustarse hasta quedarse en los huesos. De modo que en cuanto la demanda se ha recobrado un poco, las empresas no han contado con el personal suficiente para satisfacer el repunte de la actividad y han tenido que contratar de nuevo en masa. De ahí que ahora haya crecido con tanta fuerza la contratación incluso cuando el avance del PIB todavía se vislumbraba débil.
No obstante, ese ligero frenazo en el empleo podría estar indicando que tamaño proceso de rearme de las empresas esté tocando a su fin. De confirmarse semejante escenario, ello implicaría que se seguiría creando empleo pero quizás a unos ritmos algo menos fuertes y por debajo del crecimiento del PIB.
Por otra parte, ¿significa esto que la economía también se está ralentizando? Pues en principio y por el momento, no. Todavía no se aprecia que el frenazo chino y por extensión de los emergentes esté condicionando la macro española. Las cifras más recientes de matriculaciones, consumo minorista, índices de confianza y PMIs apuntan un crecimiento en este trimestre tan robusto como en el anterior. Los crecimientos explosivos del empleo se están moderando. Pero aún está por ver cómo afectará China a la evolución de la economía española, todavía muy dopada por una serie de factores como el crudo barato, las inyecciones del BCE o las rebajas de impuestos.
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