La hemeroteca es un terreno minado y especialmente traicionero para quienes predican coherencia. En uno de sus anaqueles aparece un vídeo de Pablo Iglesias y Ana Rosa Quintana, de chándal, corriendo por un parque de Vallecas. La presentadora pregunta al político por la inseguridad del barrio y él responde: “A mí me parece más peligroso el rollo de aislar a alguien porque entonces no sabe lo que pasa fuera. Este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalés, que no saben lo que cuesta el transporte público, que no saben lo que cuesta un café...”.
Parece que fue ayer, y lo fue, pero eran otros tiempos. Hasta hace bien poco, Iglesias se movía entre la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense y el barrio de su madre. Un lugar de gente humilde con decenas y decenas de bloques y calles con el mismo ADN en las que el paso del tiempo parece generar más estragos que en las zonas 'chic'. En 2013, cuando todavía vivía allí, el líder de Podemos citaba en Twitter a Ken Loach, el cineasta del realismo social -o el naturalismo demagógico, según se vea-. El que ha centrado su obra en las dificultades del 'lumpen' del Primer Mundo. El de barrios como el suyo.
No mucho después de publicar ese tuit, el político hizo una gira por Latinoamérica y visitó Uruguay, entonces presidido por José Mujica, ese exguerrillero con algunos delitos en currículum -en este vídeo aparece explicando sus 'acciones revolucionarias' junto con otros líderes tupamaros- que tiene buena prensa por el mero hecho de haber renunciado a vivir en el Palacio Presidencial para mantenerse en su casa en el campo. Pues bien, sobre esta decisión, Iglesias aseguró lo siguiente: "Es un claro síntoma de que vivimos en tiempos de crisis democrática que sorprenda que un presidente viva como los ciudadanos que le han elegido".
Un lustro después de pronunciar esas palabras, el político ha decidido mudarse a un lugar privilegiado tras firmar una hipoteca por 540.000 euros. Tan lejano a Vallecas como a los guiones de Loach, como al propio espíritu con el que surgió Podemos. Desde el punto de vista superficial, parece una inversión excesiva para dos personas que finalizan su mandato político en unos cuantos meses. Ahora bien, si se observa con desconfianza, se diría que nadie rubricaría un compromiso a 30 años con un banco si no tuviera la esperanza de realizar una larga carrera política. Ese vicio de los parlamentarios de viejo cuño, sin experiencia en el sector privado, que tanto criticó la formación morada y del que no parece que vayan a huir sus dirigentes.
Nadie rubricaría un compromiso a 30 años con un banco si no tuviera la esperanza de realizar una larga carrera política. Ese vicio de los parlamentarios de viejo cuño.
Los españoles comenzaron a escuchar el discurso de Iglesias cuando más apretaba la crisis. Hablaba de la “casta parasitaria” que ha secuestrado el progreso, de la necesidad de frenar los desahucios, de los despiadados tiburones de los mercados y de las políticas sociales de las que adolece España. Tan efectivos fueron estos mensajes que, en 2016, tras conseguir 5,2 millones de votos, sólo su tozudez le separó de formar un Gobierno junto al PSOE. Pero, desde entonces, todo ha cambiado y su situación parece menos cómoda dentro y fuera de su partido. Cada vez se le atribuyen menos opciones de ser presidente y cada vez congrega a menos masas. Y, desde luego, cada vez se parece menos a ese profesor de lengua afilada y apariencia de catequista que aparecía en La Sexta Noche dispuesto a batirse el cobre con quien fuera.
El voto de pobreza de la izquierda
Ciertamente, rechina escuchar las voces que asocian el ser de izquierdas con la necesidad de mantener un voto de pobreza, como si esta ideología tuviera que ir asociada a una vida monacal y quienes la apoyan no pudieran disfrutar de los rendimientos de su trabajo. Es un tópico tan manido como el que implica asociar la derecha al empresariado y al empresariado con la corrupción y la explotación laboral. Ya se sabe que en España sobran los repartidores de etiquetas. Ahora bien, Iglesias ha exhibido una clara falta de coherencia con esta decisión inmobiliaria, dado que Podemos nació como un partido “de gente normal” que pidió su apoyo, entre otros, a quienes habían padecido los rigores de la crisis y estaban desencantados con los partidos tradicionales. Con esta inversión, se ha alejado del hombre común y, en parte, ha traicionado su discurso, dado que han tomado una decisión similar a la de aquellos sobre los que se dijo -injustamente, en muchos casos- que habían vivido por encima de sus posibilidades.
Con esta inversión, Iglesias se ha alejado del hombre común y, en parte, ha traicionado su discurso.
Iglesias y Montero se mudan donde hubiera vivido la nomenklatura tras la revolución. Porque la Sierra madrileña es el lugar perfecto para que inviertan su capital quienes han cumplido la versión española del sueño americano y buscan la distinción que nunca tuvieron, pero consideran que merecen. Personajes propios de Chirbes a los pies del Guadarrama. Fuera de Madrid, pero con un pie siempre puesto en ella.
Las fotografías de esa casa -con una decoración propia de Casino o Scarface- podrían servir de ejemplo de lo que fue la burbuja inmobiliaria y de los fallos que cometieron quienes firmaron hipotecas que se extendían hasta después de su jubilación. Fueron quizá demasiado ambiciosos y pretenciosos, como ha demostrado con anterioridad, en varias ocasiones, el político madrileño. El que aspiraba a conquistar el cielo pero, de momento, se ha tenido que conformar con un caro chalé con jardín y unos cuantos muebles neo-rústicos de gusto horripilante.
En la consulta del ginecólogo
Tienen razón Iglesias y Montero cuando afirman que han estado en el disparadero mediático desde la eclosión de Podemos y que, desde hace un tiempo, no pueden visitar al ginecólogo o pasear al perro sin la compañía de un fotógrafo. Dicho esto, no pueden meter en el mismo saco las críticas de la prensa enemiga que los golpes que han recibido por la compra de su finca, puesto que es lícito que la opinión pública denuncie el pecado de “casta” que han cometido y que afearon en otros casos, como el del ático de Luis de Guindos. A la pareja le ha podido la ambición. O quizá ha caído en la “trampa del nido” -según define este muy buen artículo- y ha sido incapaz de escapar de los largos tentáculos del instinto de seguridad. El que, en momentos sensibles, como puede ser un embarazo, anima a tener casa propia para que los hijos tengan techo garantizado y algo que heredar.
En cualquier caso, la decisión resulta controvertida, dado que ha puesto en cuestión su coherencia política y ha vuelto a demostrar que la condición humana pesa más que la ideología. Incluso en los individuos que de vez en cuando gustan pasear por el extramuros del sistema. Por eso, muchas veces es mejor morderse la lengua que predicar pulcritud. Que se lo digan también a Ramón Espinar, quien por la relación de su progenitor con un sindicato dispuso de un privilegio que la mayor parte de los vallecanos no conoce. De todo esto se desprende un tufillo de casta de izquierda institucional que apesta y que -no tengo dudas- resulta difícil de digerir para una parte de su potencial electorado.
La decisión resulta controvertida, dado que ha puesto en cuestión su coherencia política y ha vuelto a demostrar que la condición humana pesa más que la ideología
Cuando has medrado a partir del malestar de los ciudadanos, resulta pueril que adoptes los comportamientos que han provocado dicha indignación. En esas circunstancias, se requiere cierta coherencia, como reclamaba este viernes por carta el alcalde de Cádiz, José María González (Podemos), a Iglesias y Montero, en la que quizá sea la crítica más descarnada que han recibido. Entre otras cosas, les recordaba que el código ético del partido incide en la necesidad de vivir como la gente corriente para poder representarla en las instituciones. En otras palabras, "bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos". Curioso paralelismo.
Mientras la izquierda se aleja de la gente normal en pensamiento, palabra, obra y omisión, y mientras sus programas protegen a algunos de los lobbies económicos y sociales más siniestros, sus ideólogos tratan de determinar el porqué han perdido la confianza de los 'desheredados', en detrimento de los populistas que observan a su derecha en países como Francia o Estados Unidos. Iglesias y Montero tendrán tiempo de recapacitar sobre ello desde su nuevo 'casoplón', alejados del mundanal ruido y de la ciudad que les incomodaba. Y de los 60 metros cuadrados de un barrio de más allá de los confines de la M-30.
Sin duda, lo suyo no se puede comparar con el millonario desfalco cometido por las mafias políticas madrileñas. Pero no se puede decir que les sitúe muy lejos de España burbujista contra la que la emprendían hasta hace bien poco. Maldita hemeroteca.
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